Es dos y lo lleva bien. Uno es
el personaje: una mezcla de músico, humorista, escritor y presentador. Responde al nombre
de Gran Wyoming y es el encargado de dar de comer al otro.
El otro es José Miguel Monzón, un médico de 44 años, padre de tres hijos y poseedor de
un alma hippie, inconformista y rebelde. Ambos se esfuerzan por traducir en palabras lo
que piensan. A veces, uno de los dos lo consigue.
"Sólo
pretendo comunicarme.
La palabra es una parte esencial de lo que somos.
Pensamos porque hablamos"
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Una termina por no saber con quién
está hablando. En cada pregunta, en cada pensamiento, se puede observar cómo se pasan el
testigo Wyoming-Monzón, Monzón-Wyoming. ¿Quién ganará? Al final, como una
ametralladora, surge una palabra atropeyándose con la siguiente, una reflexión, una
cita, una crítica... un silencio. ¿Sigue pensando o espera una nueva pregunta? Es
imprevisible. Pero tiene algo que magnetiza. El lo llama bondad.
-¿Qué tienen en común
el Gran Wyoming y José Miguel Monzón?
-Una cuenta corriente, eso les une mucho. Cada uno va por su lado pero llega
un momento en que, como el Gran Wyoming le da de comer al otro, aquel le exige que por lo
menos le imite de vez en cuando.
-¿De qué vive el Gran Wyoming?
-Vivo de lo que ve el público español. ¿Qué vendo? Principalmente
bondad, un valor en baja que no cotiza. La gente prefiere la agresividad, competitividad e
incluso la técnica. Yo vendo una gran bondad. Un poco entre Ghandi y Wojtyla -situando a
éste último en las Antípodas, claro- (Silencio). Es que en el fondo Wojtyla es el
Anticristo, de momento sólo está ejerciendo, pero un día se descubrirá la auténtica
verdad.
-¿Y mientras tanto?
-Pues mientras tanto, Pinochet seguirá sin ser juzgado.
Después de que TVE impidiera -"por razones que sólo el
Ente conoce, nadie más"- la emisión de "El peor programa de la semana",
Wyoming se pasó a Tele-5 y dio en el blanco. Ya son tres años de humor inteligente con
el programa "Caiga quien Caiga" y varios premios de reconocimiento. Según su
directora, Montserrat Fernández Villa, "Wyoming es el gurú del programa. Tiene
carisma, soltura y chispa".
-¿Cuántos de tus proyectos se han ido al traste bajo el
cartel de "muy atrevido"?
-Ninguno, no tengo tiempo para elaborar proyectos.
-¿Y la experiencia de "El peor programa de la
semana"?
-Ese programa no fue un proyecto, llegó a existir, luego cancelaron su
emisión y me echaron de forma estrepitosa. Mira, cuando presento un proyecto a la
televisión pública sé con qué margen trabajo. Como detrás está el partido en el
Gobierno, pues ya sabes que trabajas sin márgenes. Eso no ocurre en las televisiones
privadas porque trabajas con empresas, con dinero, con resultados.
-¿Qué temen ellos de Wyoming?
-No lo sé. Creo que cada uno tiene su propia paranoia. La política está
muy profesionalizada y es muy difícil que la gente de la calle reaccione. Hay corrupción
en no sé donde, un tío se lleva dos mil quinientos millones de adjudicación de obras y
la gente lo toma como si formase parte de la historia contemporánea. Se está perdiendo
el control que debería de ejercer el pueblo soberano -bonito nombre-. Cuando ganan unas
elecciones, esos administradores entienden que pasan a ser propietarios durante cuatro
años de ese poder y por lo tanto hacen lo que quieren. De hecho, los Presupuestos
Generales del Estado son aprobados sin ser leídos -se ha hecho siempre- y a mí me llama
poderosamente la atención. Lo peor es que estamos acostumbrados a esto y a todo lo
demás...
-Dicen que el humor es una de las obras de la inteligencia
creadora. En tí, humor y crítica social se funden en un laberinto de mil palabras. ¿De
dónde surge el Wyoming crítico?
-Viviendo aquí no tienes más remedio que enfrentarte a las cosas, aunque a veces te
apetezca mirar hacia otro lado. Yo me he pasado dos años, casi tres, levantándome por
las mañanas y maldiciendo a la mayoría de los jueces y fiscales de la Audiencia
Nacional. En vez de rezar -he perdido un poco la fe- hacía eso y me ayudaba a seguir
viviendo.
-¿Por qué?
-Porque no pertenezco a ningún partido y por democracia entiendo que si un
policía me detiene y yo no he hecho nada, tengo posibilidades de salir a la calle. Si eso
no es así, la democracia no me interesa.
-"Caiga quien caiga" no para de recibir
galardones y ya son tres años en antena. ¿Qué porcentaje de genialidad y qué
porcentaje de descaro tiene el programa?
-Creo que al cincuenta por ciento.
-¿Os costó mucho romper la imagen seria y rigurosa de los
altos estamentos de nuestro país?
-Sólo fue cuestión de tiempo. Si el programa no hubiese durado tanto, no lo hubiéramos
conseguido. Había imágenes que no te las ofrecía ningún informativo: por ejemplo
cuando un entrevistado se niega a contestar y te dice que le dejes en paz. Nosotros eso
sí lo emitíamos. Pronto todos estos personajes se lo pensaron dos veces y tuvieron que
evitar estas actitudes. Ahora hay algunos que incluso nos buscan.
-¿A quién echáis de menos en vuestro personal bestiario?
-A nadie. Nosotros buscamos la noticia. Nos acercamos más al periodismo que a la farsa,
así nuestro programa siempre es noticia. Cubrimos las noticias, no las inventamos, y con
ello los personajes que las protagonizan.
-Ya se puede ver "Muertos de risa", película que
rodaste a las órdenes de Alex de la Iglesia. ¿Qué recuerdos te vinieron a la mente
cuando volviste a vestir aquellos pantalones de pata de elefante y melena?
-Bueno, yo esa pinta no la llevaba, así sólo vestían los horteras. Yo por aquel
entonces iba de hippie con pantalones de parches, pelo largo y camisetas de la India. En
aquellos momentos estaba estudiando y cantaba con un grupo de rock and roll. Hacía lo que
podía para ganarme la vida sin currar.
-¿Qué queda ahora de aquel hippie?
-Practicamente todo. Los hippies españoles éramos algo especial. Los americanos, que
fueron los que inventaron la historia, vivían aquello al margen del sistema. En España
estábamos en plena dictadura, así que este movimiento te obligaba a implicarte con lo
que estaba ocurriendo en la calle. Aquí éramos una mezcla entre hippie y progre. Hoy
sigo pensando de la misma forma y sigo siendo especialmente sensible a las injusticias.
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