ola, soy el pobre que
viene a pedir".
Tarde-noche de verano, terraceo tranquilo con los amigos. Levantamos la
vista de la mesa y estaba él: rubio, sin afeitar, joven, muy delgado. "Pues eso, que
soy el pobre que viene a pedir, y para qué os voy a meter más rollo si ya sabéis lo que
quiero".
El caso es que yo al pobre éste ya lo conocía. Era uno de esos de
dormir en portal ajeno; uno de los de "enróllate, tía, déjame cinco duros"
como si te los fueran a devolver; uno de esos pobres modernos de porro y brick de don
simón. Pero esta táctica era diferente. El tío venía por dinero, evidentemente, pero a
pesar de que afirmaba no tener más que decir, nos contó su vida y milagros: "yo he
corrido mucho mundo y no es fácil esta vida, no es fácil. ¿Puedo cogeros un cigarrito?
No, negro no, que el ducados me sienta mal porque una vez haciendo una imaginaria en
Ronda, me fumé un paquete en ayunas y luego me mareé, y desde entonces sólo fumo rubio.
Es que yo de más joven estuve en la legión, pero a mí aquello no me gustaba. Levantarme
temprano y eso, qué va. Bueno qué, me dais algo o no".
Le dimos, claro. Calderilla y un par de cigarros- rubios-. Luego lo
vimos atacar a los de la mesa de al lado, pero no cayó nada. Simpático, el pobre aquel.
Me lo encontré un par de días después, sentado en un portal con la mirada vidriosa. No
me reconoció.
Como este pobre hay ocho millones y medio. Están por todas partes y
cada vez hay más. Forman parte del mobiliario urbano, igual que las farolas y las
papeleras. Por eso cada vez que en la ciudad pasa algo tipo Congresos, Olimpiadas o
Exposiciones ponen parterres nuevos en los jardines y meten a los pobres en un tren. No
sé para qué, porque en pocos días toman el relevo unos nuevos.
"El pobre que viene a pedir" no es una figura contemporánea.
En la Edad Media los indigentes y leprosos conocían perfectamente su papel en la sociedad
y se juntaban con la nobleza y el clero a la salida de misa. Unos daban limosna y otros
recogían. Las cosas funcionaban así, no se mezclaban conceptos obtusos como derechos
humanos, dignidad o estado de bienestar. Cada uno en su casa, Dios en la de todos, y tan
contentos. Hala.
Las cosas han cambiado. ¿Qué hacer con los pobres, dónde los
ponemos? En la Edad Media los limosneros existían porque sí y a nadie, excepto al Robin
Hood de turno, se le ocurría escandalizarse. Hoy en día, en cambio, ser pobre no sólo
está mal visto, sino que no está visto en absoluto: el que no tiene dinero es invisible.
El euro va bien, el PIB sube, el paro baja y los indigentes no caben, no pegan en el nuevo
orden mundial.
A lo mejor nos mienten. Las ONGs y toda esa panda de histéricos
afirman que hay pobreza y no debe de ser verdad, porque en el telediario dicen que todo va
bien. Por Centroeuropa o por ahí hay alguna guerra y tal; pero bueno, lo que más me
incumbe es saber si Pujol va a seguir dirigiendo el país o no después de las elecciones.
No hay pobres porque no salen por la tele.
Es decir, que el chaval aquel que nos amenizó la tarde ya no existe. Y
no porque el tinto barato le haya destrozado el hígado, sino porque no cuenta, no sé
dónde meterlo, no me atrevo a sacarlo de la categoría de anécdota. Es preferible contar
ocho millones y medio de anécdotas a asumir que tenemos un problema.
Una vez vi cómo una señora con abrigo de pelo de marta se sacaba una
foto junto a un mendigo barbudo y cojo porque tenía unos gatos "tan monos". Que
a esos gatos, por cierto, los drogan para que estén tranquilos y adorables y se dejen
sobar por las señoras de bien. Es una anécdota.
O los que estiran la mano y se quedan ahí, esperando. Y a veces ponen
un cartel sembrado de faltas de ortografía: estoi enfermo, no tengo travajo, tengo tres
ijos, tengo ambre... es lo que tiene el que no tiene nada. Por no tener, algunos carecen
hasta de letrero y se limitan a sentarse en el suelo y agachar la cabeza. Cientos de
anécdotas.
O la gitanilla que te vende el paquete de kleenex en horario escolar,
con la cantinela aprendida "cómprame uno anda guapa que eres más guapa que el sol
que te brillan los ojos como dos luceros cómprame uno". Anécdotas y más
anécdotas, al mismo nivel que la última de Brad Pitt o que ayer vi a Ana con su nuevo
novio. Telojuro.
Y casi mejor así, que el Primer y el Cuarto Mundo no se junten, qué manía ésta de
ponerle números a todo pero qué cómodo a la hora de saber en qué mundo me toca a mí.
Seguro que "el pobre que viene a pedir" era una coña de la cámara oculta. Si
algún día resulta que es la tele la que nos miente, pobres de nosotros.