
Una
persona sin libertad no vive, malvive agazapada, escondida. Una mujer en esa situación se
puede considerar que vive secuestrada, pues la coacción afecta a lo más sagrado que
poseemos los seres humanos, el derecho a vivir en libertad. |
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LA TRISTE MILONGA DEL DIVORCIO
POR JOSE ROMERO SEGUIN
C ientos, miles de
mujeres extrañadas, exiladas en la pérfida diáspora del miedo. Mujeres topo, que más
que escondidas viven enterradas. Mujeres miedo, que subsisten aterrorizadas en medio de
las pacíficas calles de las pacíficas democracias. Este es el paisaje agreste de una
realidad que atrapa a cientos, a miles de mujeres, y que nos debería llenar de
vergüenza. Mujeres que se ven obligadas a dejar atrás su casa, sus hijos y sus amigos,
para iniciar una huida hacia el anonimato. Ciudadanas de una sociedad no integrista que
sin embargo las condena a portar el velo del terror sobre sus rostros. Mujeres de aquí,
de hoy, de España, que viven sin derechos ni libertades. Mujeres abandonadas a su suerte,
por un sistema que se jacta de controlarlo todo, de no permitir que nadie se sienta
atacado o impedido no ya sólo a expresarse libremente sino a salir tranquilamente a la
calle y acudir a su trabajo.
Mujeres cuyo único delito es haber decidido poner fin a una vida en
pareja que para ellas no era sino un infierno. Pobre delito es este de romper lo ya roto,
lo que se rompió el día en que el amor se convirtió en odio, las caricias en violencia,
la ternura en desprecio, el respeto en tiranía y la amistad y el afecto en sumisión. Ese
es su único delito, la condena, ver como su agresor no se conforma con la separación,
que no lo acepta, que se opone a ella, y que papá Estado se siente impotente para
protegerlas. Para pararle los pies a estos chulos de todo pelaje, que se creen que ser
hombre es un privilegio que les da derecho a todo. Seres estúpidos pero peligrosos, que
hay que poner a buen recaudo, a los que hay que demostrar que no se les va a permitir que
impongan su santa voluntad cuando está en juego nada más y nada menos que la dignidad y
la libertad de otra persona.
Hoy, es cierto, se condena a los maridos por lesiones, se le imponen
multas y hasta prisión. Y ahora se quiere legislar en el sentido de permitirles que se
puedan divorciar de inmediato, siempre que cuenten con una sentencia firme contra su
compañero por malos tratos. Esta ley como tantas otras viene sobrada de obviedad y falta
por tanto de sentido común. El que se agilice y legalice la ruptura de lo ya roto, es de
agradecer, pero no es suficiente puesto que aquí ocurre algo mucho más grave que todo
eso, más grave aún, me atrevería a decir, que la puntual agresión. Pues estoy seguro
que cualquier mujer de las que se encuentran en esta situación, darían algo porque esa
pesadilla que las aterroriza, se hubiera detenido en el momento en que ella tuvo el coraje
de denunciar la agresión y un juez firmó la separación. Seguro que sí, que lo harían
gustosas, porque ello les permitiría iniciar una nueva vida, les permitiría algo aún
más elemental, vivir. Pero no, no pueden vivir, porque la amenaza persiste aún después
de la separación, y es ahí donde debía poner el ojo el legislador, dejarse de marear la
perdiz con la triste milonga del divorcio fulminante, y empezar a condenar a las
agresiones como se merecen. Y aún más que ellas, a la amenaza, al ataque brutal que ello
supone a su libertad. Una persona sin libertad no vive, malvive agazapada, escondida. Una
mujer en esa situación se puede considerar que vive secuestrada, pues la coacción afecta
a lo más sagrado que poseemos los seres humanos, el derecho a vivir en libertad. Estas
mujeres deberían tener pues la consideración de un secuestrado, pues se ven en la
necesidad de vivir en un zulo, se ven obligadas a desaparecer literalmente de su vida,
para perderse en otra vida distinta a la que ellas eligieron y a la que tienen todo el
derecho.
Y entiendo por ello que se deberían condenar a los perseguidores a
penas similares a las de los secuestradores. Sin que ello suponga descartar la formación
y la información como los medios más eficaces para poner fin a esta locura.
Hoy por hoy y ante la gravedad del delito, no debemos conformarnos con
la posibilidad de una separación y un divorcio más o menos acelerado. Se tiene que hacer
algo más efectivo y contundente, en una palabra, algo capaz de proteger la integridad de
la libertad, pues cuando a una mujer se la agrede en ese ámbito, se la está anulando
como persona y como ciudadano.
Yo ante esta situación de desamparo, las animo a que se defiendan, a
que defiendan con firmeza y con fiereza si cabe su integridad, dignidad y libertad. Que
exijan a los políticos soluciones prácticas y no parches. Si no lo hacen así, me temo
que van a tener que seguir viviendo a escondidas, mirando siempre hacia atrás, como
animalillos asustados. Y a eso no hay derecho. Si alguien debe esconderse, si alguien debe
sentir sobre su piel el desprecio y la indiferencia es aquel que se atreve a agredir y
perseguir a su compañera, ese ser que no es capaz de aceptar que antes que machos o
hembras somos todos seres humanos. Y que nadie es por supuesto propiedad de nadie. |