Cuando
era cachorro devoraba libros, hasta que comprendió que también podía escribirlos.
Tenía diecipocos años cuando parió su primera novela. Después descubrió el placer de
viajar y aunó ambas pasiones en el periodismo de viajes.
-A lo largo de su obra hay varios puntos que se repiten, como la necesidad
de contar y discutir distintos momentos de la historia, ¿qué busca en ello?
-La mayor parte de mis temas novelescos tienen alguna relación con la historia,
probablemente porque me ha gustado mucho husmear el pasado como germen y como semilla del
presente.
-¿Le tocó muy de cerca la censura?
-Como a todos, no creo que ni más ni menos, porque yo nunca fui un activista
político en el sentido práctico de la palabra. Yo siempre he ido por libre, he escrito
lo que pensaba y si ello se oponía al pensamiento oficial, pues actuaba la censura.
Sucedió con mi novela El fin de los días, la secuestraron nada más salir y me
hicieron un proceso en el famoso Tribunal de Orden Público.
-¿Qué es para usted el viaje?
-El viaje es la transcripción de la vida humana. La vida en sí misma es un
viaje, y la fórmula más precisa de vivir la vida es viajando.
-¿Porqué abandonó su trabajo como guionista de televisión y de cine?
-Yo aborrezco la televisión y me gusta muy poco el cine. Además creo que
estoy fundamentalmente incapacitado para trabajar en equipo. Las películas hay que
hacerlas siempre con mucha gente y después de un par de experiencias para mí
penosísimas decidí abandonar todo eso. Yo no era capaz de admitir las presiones que la
industria impone, y a la industria tampoco le interesaba un tipo que quería hacer la
película solo, como era mi caso. La literatura es un trabajo individual en el que no
interviene nadie.
-En este momento, ¿qué temas preocupan a Jesús Torbado?
-Me preocupa, por ejemplo, que la prensa actual dedique páginas y páginas a
relatar los quince minutos de retraso de los aviones de Barajas para la gente que se va a
una playa estúpida de Cancún y en cambio no se preocupe nadie de que se están muriendo
un millón de personas en Sudán. Y estamos preocupadísimos por ejemplo por la barriga de
Rociíto, mientras miramos de soslayo los grandes asuntos que pasan a nuestro alrededor.
En este caso concreto me parece de una inmoralidad asombrosa que un primer mundo
riquísimo, poderosísimo, en el que se desperdicien toneladas de comida, sea incapaz de
llevar unos puñados de arroz a unos niños que se están muriendo.
-A veces no hay nada mejor que viajar para conocer...
-Ese conocimiento me viene de haberlo vivido. Entonces comprendo que al que
está acostumbrado a tener desde pequeño calefacción y aire acondicionado le cueste
trabajo entender que tres cuartas partes de la humanidad viven en condiciones muy
precarias. Luego está la incapacidad profunda de los políticos que nos gobiernan.
-¿Hacia dónde están enfocadas sus miras periodísticas en este momento?
-Yo escribo por ramalazos. Ahora mismo tengo trabajo en el periodismo viajero
para diez años, si quisiera. En la cabeza tengo además media docena de libros; algunos
irán saliendo cuando quieran nacer ellos, no quiero obligarles.
-¿Podría arriesgarse a dar una pequeña definición de sí mismo?
-Yo no sabría definirme, procuro ser un individuo que se lleve bien consigo mismo y
con los que tiene más cerca, nada más. Estoy convencido de que lo único valioso que
tenemos es la libertad del tiempo, y procuro aprovechar mi tiempo con la máxima libertad
posible, porque creo que no hay otra riqueza.