a es hora de que al pronunciar la palabra España o cuando hablemos
de los españoles, olvidemos cualquier tentación de interpretarla o calificarlos como un
concepto o grupo imperialista, pues no todos la sienten así. Me consta que para la
mayoría de ciudadanos de este Pueblo, España significa algo muy distinto, significa un
proyecto de convivencia, basado en el mutuo respeto y solidaridad entre las distintas
naciones; un proyecto que nos permita adoptar un nuevo concepto de pueblo, válido a los
presentes retos europeístas, y para afrontar y liderar ese otro que en un futuro nos va a
llevar a un proceso de universalidad en el que participen todos los hombres y pueblos del
planeta, pues todos estamos unidos a un mismo destino, a una misma realidad: la tierra y
todo cuanto en ella habita. No tenemos más, fuera de ahí sólo existe un mundo de
mentiras e intereses que nos abocan a una conflagración masiva o la autodestrucción por
saturación y colapso del planeta.
El nacionalismo sumado a los conceptos economicistas y monetaristas que
imperan en nuestra sociedad, son la razón de todas las desavenencias que nos aquejan.
Ellos han robado al hombre el coraje necesario para entender que jamás, en ningún
momento de nuestra historia, hemos vencido sino a nosotros mismos, que nuestra única
victoria ha sido siempre la derrota como seres humanos condenados a entenderse y ayudarse.
Y es que en todas las guerras hemos perdido cuando menos la oportunidad del entendimiento.
Hoy por hoy se puede afirmar que sólo hemos combatido para la desunión y el
distanciamiento. Vivimos sin querer entender que no hay nada de glorioso en ello, y que no
debería por tanto enorgullecernos sino avergonzarnos todo cuanto supuestamente hemos
hecho en aras del entendimiento.
El nacionalismo inició en su día un movimiento expansivo que nos
llevó a explotar a otros hombres, a expoliar sus tierras y destruir la cultura de sus
pueblos. Una vez culminada esta fase se inició un segundo proceso, esta vez retráctil,
de recogimiento sobre nosotros mismos como nación, con la clara intención de poder
disfrutar del botín, a la vez que nos desentendíamos de los problemas de esos pueblos a
los que habíamos dejado desnudos de toda capacidad de reacción, sumidos en un discutible
e inacabado proceso de civilidad, que mal o bien debiera permitirle el acceso al futuro de
Occidente.
Hoy se está intentando implantar el tercer ciclo, que es deshacerse de
los hombres y pueblos más pobres, o en peores condiciones de desarrollo que habitan
dentro o fuera de nuestras fronteras, obviando que muchos de ellos viven en esa situación
porque un día se decidió sacrificar su tierra a los intereses de la nación, que no del
pueblo, y se aglutinó en una zona determinada un mayor tejido industrial y como tal más
riqueza. O que a esos hombres se les permitió traspasar las fronteras porque en ese
momento a la nación de turno le hacían falta manos y riñones para mover su maquinaria
de desarrollo y progreso. Y hoy que la crisis ladra en el horizonte, la solución es
echarlos en nombre de la defensa de la raza y la cultura. Hay que tener cara. La cultura y
la raza no es lo que está en peligro, lo que está en peligro y lo que se dilucida es
otra cosa, es la protección de los dos grandes pilares de cohesión, el economicista y el
monetarista. Lo demás le importa un pimiento a jerarcas y ambiciosos. Si de verdad les
importara la cultura no gritarían contra otros hombres ni contra otras culturas, pues
ello distorsiona y empobrece la propia. Si les importara la raza odiarían a los racistas
y no ejercerían de ello. Pero no lo hacen así, sino que se aferran a lo que nadie le
discute, porque a nadie, ni el que cruza en patera el estrecho ni al que deja su comunidad
le impulsa otro deseo que el de buscarse la vida, que el de poder en definitiva vivir de
su trabajo. Pero es necesario ponerlos a unos y a otros bajo sospecha para así
proclamándolos seres peligrosos y llegado el caso poder acusarlos de algo ante el pueblo.
Hoy se nos brinda con la tregua de ETA y contando con la poco probable
pero necesaria sinceridad de los partidos nacionalistas de uno y otro signo, es decir, los
españolistas también, la oportunidad de dar un paso decisivo en la búsqueda de un nuevo
marco de convivencia, basado en el respeto, la tolerancia y la fraternidad.
Clausuremos pues un periodo de historia y abramos uno nuevo con las anexiones o
escisiones que la mayoría demande, decidiendo por supuesto en libertad. Hoy somos los
actores del presente y sólo de él somos responsables, y va a ser el futuro y quien lo
habite quien nos ha de juzgar, démonos pues un nuevo concepto de PUEBLO sin perder el de
nación por supuesto. Pero por favor, no olvidemos que todo lo que construyamos debe
llevar inscrito el nombre de convivencia pues es este el concepto básico para construir
algo auténtico y nuevo.