Revista Fusión

 Subscripción RSS

FUSION también eres tú,  por eso nos interesan tus opiniones,  tus reflexiones y tu colaboración  para construir un  mundo mejor

Recibe nuestras noticias en tu correo

 


 

araña sobre el teclado del ordenador

 

OPINION
VIDAS MINADAS
Por Gervasio Sánchez (*)

Dice un proverbio indio que "La más larga caminata comienza con un paso". Mi primer paso lo di tras el curioso encargo realizado por una revista del corazón en septiembre de 1995 que me permitió zambullirme en un submundo de horror y desolación.

Durante dos semanas fui testigo en Kuito (Angola) de las gravísimas secuelas que provocan las minas antipersonas entre la población civil.
Ejércitos de mutilados formados por hombres, mujeres y niños se paseaban por un enclave de ruinas modernas. Su población había sobrevivido a un cerco aún más brutal que el de Sarajevo.
Ahora morían o eran mutilados por diminutos "guerreros" ocultos, que no tienen corazón ni sentimientos, pero que pueden ser letales a la más leve presión.
"La crónica de la humanidad es una lista de violencias", dice el gran escritor portugués Miguel Torga en "La creación del mundo".
Mi personal lista continuó en Camboya, Bosnia, Afganistán, Mozambique, El Salvador y Nicaragua.
Durante estos dos años he regresado una y otra vez a estos países obsesionado por reflejar las horribles condiciones de vida a las que son sometidas sus poblaciones por culpa de estos asesinos de plástico.
La idea era preparar un armazón gráfico que sirviese de denuncia de la cruda realidad a las organizaciones humanitarias que luchan desde hace varios años por la prohibición total de las minas antipersonas.
Con gran justicia, la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas que aglutina a más de mil organizaciones humanitarias fue recompensada el mes de diciembre pasado con el Premio Nobel de la Paz.

"Mi intención no es sólo ilustrar e informar sino provocar incluso remordimiento. Este libro es un alegato contra el cinismo y la desidia de la clase política"

He intentado evitar que se viese como un problema de "negritos" de Africa o de niños de ojos rasgados del sureste asiático. Quería que todo el mundo se sintiese reflejado en este "ESPEJO CRUEL DE LA VERDAD".
La elección de los protagonistas de las historias personalizadas fue siempre casual. La historia de Sokheum Man en Camboya se inicia en la primera fotografía que le hice en el hospital. Sufrí con sus padres la amputación de su pierna.
Sólo por lo que aprendí con esta familia humilde y también con las familias de Joaquina en Angola, Sofía en Mozambique y Manuel en El Salvador, valió la pena hacer este libro.
Ellos me enseñaron tanto sobre la belleza del mundo de los campesinos y sus valores más íntegros como los libros de John Berger.
A Adis lo fotografié, y entrevisté, en Sarajevo tres días después del accidente. Quedé impresionado por la valentía y el coraje de este niño sin niñez por culpa de la brutal guerra. Ahora que se firmaba la paz, una mina destrozaba su adolescencia.

Señores y señoras, la principal cicatriz de Adis no es visible: atraviesa su alma hasta los vericuetos más recónditos del ser humano.
Mi pena más grande fue regresar a Afganistán y ser obligado a no ver a Wahida. La ocupación de Kabul por los talibanes ha convertido a las mujeres afganas en sombras furtivas que se pasean por las calles como si fueran fantasmas.
Yo la había fotografiado por primera vez y con relativa facilidad en agosto de 1996 en su casa, en su trabajo, en el hospital. En junio de este año, sólo la pude ver durante cinco minutos a dos metros de distancia y vigilados por varios hombres muy nerviosos.
¿Cómo pretender fotografiar a una mujer joven en un mundo de prohibiciones absolutas? Su mutilación y el fin de mi trabajo son razones secundarias que no cuentan para las autoridades afganas.

Justina llevaba tres años esperando una prótesis. Después de buscar durante cuatro días en los archivos del centro ortopédico de Managua una historia de un mutilado civil que viviera en un lugar asequible, alguien me habló de este joven campesino que trabajaba de pinchadiscos en una radio musical.
Nuestro encuentro fue fructífero para ambos: yo hice una buena historia fotográfica, conocí el mundo en que nació, que visitamos a caballo durante un fin de semana. El consiguió una prótesis gratis en apenas unos días. Hubiera necesitado los ahorros de años para pagarla de su bolsillo.
Este proyecto ha coincidido con una nueva etapa de mi vida profesional. Estaba cansado de fotografiar a moribundos anónimos a los que ni siquiera se les pregunta su nombre. Porque a nadie le importa.

La muerte de un ciudadano occidental repercute más que la de miles de africanos, asiáticos o latinomaericanos. Alguien de aquí muere allí y no sólo pasa a la posteridad sino que llegamos a saber hasta el color de los ojos de su hijo más pequeño.
Alguien de allí muere aquí y se convierte en un número más. Y si muere allí ni entra en las estadísticas. Porque ni siquiera hay una numeración ordenada y correlativa de esos muertos. Todos sabemos que las víctimas del Tercer Mundo siempre se suman de miles en miles.
Mi intención no es sólo ilustrar e informar sino provocar incluso remordimiento. Este libro es un alegato contra el cinismo y la desidia de la clase política.

"Esos niños y jóvenes que se pasean ante ustedes con sus brazos y piernas taladas se llaman Kosol, Ahmed, Nakublla, Fátima...

Ustedes señores políticos siempre se muestran impasibles. Ustedes necesitan del abucheo de la sociedad civil para presentar propuestas, acordar leyes, asistir a las víctimas. Es un hecho generalizado que ustedes siempre van detrás de los problemas, que resuelven cuando ya no hay remedio o cuando se les cae la cara de vergüenza.
Ustedes son "okupas" del espacio público que utilizan de forma permanente para desviar la atención de los problemas fundamentales o en su propio beneficio. Viven en una urna de cristal para evitar que les salpique la sangre de las víctimas que ustedes crean por su inoperancia.
Minas españolas han minado el porvenir de miles de personas, pero ustedes han escudado su fabricación en que hay que mantener la seguridad de Ceuta y Melilla. Sería un mal chiste si no fuera por lo macabro del asunto.
Esos niños y jóvenes que se pasean ante ustedes con sus brazos y piernas taladas se llaman Kosol, Ahmed, Nakibulla, Fátima, Tha Rin, Sofía, Adis, Manuel, Justino, Alberto, Narciso, Antonio Marcelino, Julio Evangelista, Rosita, Sara, Marciana, Augusta.
Esos niños y jóvenes se llamaban Mir Agha, un niño huérfano de trece años que pastoreaba con sus raquíticas ovejas al norte de Kabul cuando el 1 de agosto de 1996 pisó una mina que le destrozó ambas piernas y le produjo desgarros incurables en el estómago y los intestinos.
Que vivió para sufrir un brutal asedio médico a su cuerpo por parte de los enfermeros del hospital Kartese en pro de salvarle la vida. Que finalmente murió mes y medio después; incluso su hermano gemelo, más huérfano que nunca, se alegró del desenlace después de ser testigo de una agonía desesperante e insoportable.

Se llaman con estos nombres algunos difíciles de pronunciar, otros fáciles de olvidar.
Pero podrían llamarse José María, Ana y Alonso, como los hijos del señor José María Aznar, presidente del gobierno. Podrían llamarse Pablo, David y María, como los hijos del señor Felipe González, ex-presidente del gobierno. Podrían llamarse Gela, Ana o Rodrigo, como los hijos del señor Rodrigo Rato o Alfonso y Alma, como los hijos del señor Alfonso Guerra.
Podrían llamarse María José, Federico, Marta, Mercedes y Santiago, como los hijos del señor Federico Trillo, presidente del Congreso o Julio, Ana María, Juan Antonio y Carmen, como los hijos del señor Julio Anguita. Podrían llamarse Joaquín, Ana, Nicolás, Montserrat y Claudia, hijos del señor Joaquín Molins, o Iker y Naiara, como los hijos del señor Iñaki Anasagasti.
Sí señores políticos, podrían llamarse como sus hijos. Porque la única diferencia entre estos niños y jóvenes mutilados y sus hijos es que unos han nacido en un mundo bochornosamente privilegiado y los otros han sido condenados a la más descarnada de las brutalidades.

Señores políticos, se es culpable no sólo por acción sino también por omisión. Cuando ustedes permiten que el secretismo sea la norma en los negocios de las armas y no escuchan a las organizaciones humanitarias que demandan desde hace años mayor transparencia informativa están participando en el asesinato de niños y jóvenes que podrían ser sus hijos. Y no se refugien en que España exporta menos minas o menos armas que nuestros países vecinos porque quien busca una excusa de esa calaña es culpable de esa lesa humanidad.
Países como España han explotado la muerte durante muchos años en forma de unos peculiares guerreros llamados minas antipersonas.
Ahora, ratificando el Tratado de Otawa sin vacilaciones de ningún tipo, ustedes señores políticos están obligados a exportar la vida.
Y no se trata de donar unos cuantos millones a la ONU, como si se tratara de financiar un castillo de fuegos artificiales la víspera de una boda real, para pagar una partida de prótesis. ¡NO!. Se trata de abanderar intervenciones humanitarias en gran escala, ayudando a desminar, EVITANDO, y lo digo con mayúsculas, que el desminaje se convierta en un negocio como ya está ocurriendo. Se trata de asistir a las víctimas con programas de recuperación física y psíquica. En definitiva, se trata de pedir PERDON.

Este trabajo también intenta huir de la superficialidad con que son presentados los problemas que afectan al Tercer Mundo por la mayoría de los medios de comunicación, especialmente por la televisión. Y también quiere ser una llamada de atención en un final de milenio enquistado en un proceso de deshumanización muy preocupante.
Hace 25 años, la ensayista norteamericana Susan Sontag decía en su clásico ensayo "Sobre la fotografía" que "las sociedades industriales transforman a sus ciudadanos en vaciaderos de imágenes, que es la forma más irresistible de contaminación mental".
Este discurso es aterradoramente actual. No se puede rechazar lo que no nos afecta directamente. No podemos vivir en una cultura de la banalidad que diluye cualquier toma de conciencia.
No podemos salir de ver una exposición sobre los refugiados, la muerte en directo en Ruanda o el SIDA en Africa y meternos en una burbuja de mediocridad, en una sociedad repleta de burdeles del consumo.
Como si no fuera con nosotros. ¡NO!

Hay que creer a Albert Camus cuando dice: "Debemos comprender que no podemos escapar del dolor común, y que nuestra justificación, si hay alguna, es hablar mientras podamos, en nombre de los que no pueden".  

(*) Fotógrafo

 

   

   
INDICE:   Editorial Nacional, Internacional, Entrevistas, Reportajes, Actualidad
SERVICIOS:   Suscríbete, Suscripción RSS
ESCRÍBENOS:   Publicidad, Contacta con nosotros
CONOCE FUSION:   Qué es FUSION, Han pasado por FUSION, Quince años de andadura

 
Revista Fusión.
I  Aviso Legal  I  Política de privacidad 
Última revisión: abril 07, 2011. 
FA