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EDITORIAL
LA MADRE
La vida es un círculo. Todo vuelve. El pasado renace en el presente
para crear el futuro. Nada existe que no se alimente del pasado. Las raíces del árbol
absorben la energía de la Madre Tierra para alimentar con sus frutos a las generaciones.
Pero las generaciones desaparecen y vuelven al seno de la Madre Tierra, convirtiéndose en
Tierra, en sustancia, y alimentando así al árbol que a su vez alimentará a sus hijos y
a los hijos de sus hijos.
Y en el interminable círculo de la
vida, en su incesante girar, la Madre es el eje, el punto donde todo confluye, donde el
pasado, presente y futuro se juntan, donde se forjan los que construirán el futuro
soñado por los antepasados.
En el interior de la Madre, en su vientre, el espíritu de los antepasados entrega su
testigo, el relevo, a quienes tendrán la responsabilidad de continuar el camino del
sueño, porque el interior de la Madre es el lugar más sagrado que existe, el punto donde
no existe el tiempo, donde se forja lo que será apoyándose en lo que fue.
En el triángulo perfecto de la Creación,
el Padre, portador de la herencia del pasado, deposita la semilla en el receptáculo
sagrado donde se fundirá con la esencia de la Madre para crear el futuro.
El Padre, pasado, deposita su semilla y se retira. La Madre, siempre presente, recoge la
semilla y la transforma en Vida, la cuida, la protege y la conduce amorosamente hacia el
futuro.
La figura del Padre se difumina en el pasado, en el túnel del tiempo, para reaparecer de
nuevo en el futuro.
La figura de la Madre nos transmite la
serenidad del no tiempo, de un presente donde se combinan y entremezclan pasado y futuro.
En sus ojos la Espiral de la Vida se puede leer, mostrándonos el camino eterno de la
Energía que se transforma, los círculos que se abren y se cierran, la protección
permanente de la naturaleza femenina.
En la nueva criatura se adivina el futuro, una vida sin escribir, un camino por recorrer,
una semilla que tiene que germinar y dar su fruto.
Todo es Uno, todo enlazado con todo, todo sagrado y todo perfecto.
La esperanza siempre está presente en la
mirada limpia y curiosa de la nueva vida.
Es la esperanza de los antepasados que desean que su semilla siga progresando, abriéndose
camino entre las asperezas y dificultades de la vida.
Es la esperanza de una humanidad que busca un futuro cada vez mejor, que necesita un
cambio, una vuelta a lo que fue, es y será eternamente, porque lo sagrado no está sujeto
a modificación.
Y la Madre verá como la semilla por ella recogida se convierte en un fuerte árbol que
crecerá más alto que ninguno y protegerá con sus ramas el desarrollo de muchas vidas, y
por sus venas correrá la savia de sus antepasados, y sus frutos alimentarán a nuevas
generaciones, que irán más lejos y volarán más alto que las anteriores.
Y la Madre permanecerá observando el movimiento de los círculos, siendo Madre e Hija a
la vez, siendo parte y siendo todo, consciente de su labor como puente entre lo que fue y
lo que será, como eslabón de enlace entre el pasado y el futuro.
Porque solo en su vientre sagrado se puede
realizar la alquimia de la vida, el eterno milagro de la creación.
Porque sólo en sus ojos está escrita la eternidad, y son los ojos de la Hija-Madre las
puertas de entrada a lo que está más allá de lo manifestado, a lo que está fuera del
tiempo y del espacio.
Es el movimiento de la Espiral que nos devuelve al Origen.
Y en el Origen volvemos a ser niños y ancianos, eternos caminantes en busca de la verdad,
de la sabiduría oculta tras el misterio del tiempo y del espacio, en el punto centro de
la Espiral donde todo es uno con la mente del Uno.
Pero siempre habrá una Madre que nos cuida, que nos contempla y que mantiene el crisol de
su sagrado vientre preparado para fundir en él la sabiduría de los antepasados y crear
así el futuro, la nueva criatura. |