
El verano, una vez más, tiene muchas caras. Las playas lo mismo sirven para
despatarrarse al sol que para recoger los cadáveres de esos que en verano se lanzan al
Estrecho a jugárselo todo a la ruleta rusa.
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CONTRAPUNTO
EL RIO DEL VERANO
POR CAROLINA FERNANDEZ
Como la canción del verano, pero en versión final de siglo. Hace un
puñado de años, aquel mancebo de tupé frondoso conocido allende los mares como Georgie
Dan grababa una canción al año, una sola, con la que martilleaba las emisoras de radio.
Una canción lo suficientemente pagajosa como para rellenar por sí misma todos los
vacíos estivales con estribillos y Macumbas y tal. Ahora ya no tenemos canción del
verano. La moda pasó, por más que algunos locutores se empeñaron en perpetuarla con
bakalaos y mákinas. Lo que tenemos en su lugar es la madre naturaleza cantándonos las
cuarenta. El año pasado por estas fechas, el Oder -¿recuerdan que es un río?- creció
más de la cuenta y les dió un susto de muerte a nuestros vecinos alemanes y polacos. La
imperturbable Europa, la soñolienta Europa, la inamovible Europa dio un respingo de
cuidado cuando el río empezó a crecer sin control y a llevarse por delante los diques de
contención que el ejército había colocado. Los polacos demostraron una menor capacidad
de reacción frente a la maquinaria alemana. Ni con esas. Se esquivó la catástrofe, pero
el río marcó su territorio y demostró una vez más que muy poco se puede hacer ante un
pestañeo de la naturaleza.
El nórdico Oder, pese a la distancia, es un río cercano. Un Miño,
como quien dice. Este verano la crecida le ha tocado a un impronunciable Yangzé, río
chino, bastante más lejano en kilómetros y en cultura, de ahí que los medios de
comunicación, siguiendo esa regla que dice que el interés de la noticia es inversamente
proporcional a la distancia del lugar donde se ha producido, le hayan dado un tratamiendo
discreto, bochornosamente discreto teniendo en cuenta la magnitud del desastre. Si hubiese
sucedido por aquí, otro Biescas, salvando las distancias, veríamos una vez más ese
curioso fenómeno que hace que un difunto nacional valga más que mil cadáveres
extranjeros.
Pero el caso es que este verano la ruleta rusa de los ríos salidos de
madre tocó lejos y bien lejos. Y en China, más que en ningún otro sitio, las magnitudes
superan nuestra comprensión, las distancias nos desbordan, los números nos sobrepasan.
China es un país incomprensiblemente descomunal. Cualquier número de aquí se multiplica
allí por mil o por diez mil. Y tan anchos escuchamos que los muertos son tantos miles, o
que tantos millones han perdido su casa y se han quedado con lo puesto y en la calle, o
que las aguas han anegado una superficie tan grande como Gran Bretaña, por ejemplo.
Eureka. Cuando suena el ejemplo conocido es cuando empezamos a salir del pasmo y darnos
cuenta de que realmente la cosa es grave. ¡Coño, vaya que es grande Gran Bretaña...! Y
la cantidad de gente que hay allí, y las ciudades tan enormes, y los pueblos, y las
aldeas, y lo bonito que es Londres, que lo vio mi vecina, y las rebajas de Harrods... Y
entonces, cuando la imaginación nos lleva a ver Hyde Park como la albufera de Valencia y
la reina madre con el agua hasta la entrepierna, es cuando la comparación surte efecto y
nos percatamos de que lo del río Chino que nadie sabe pronunciar, desbordado en una zona
que nadie sabría señalar en el mapa, es realmente espeluznante. Por mucho chino que haya
en esa China desmesurada.
Pero estas cosas sucedieron en agosto, que es cuando en las redacciones de los
periódicos y de los informativos está media plantilla de vacaciones y cuando los
ministros se van a su pueblo a respirar aires de la sierra, con lo cual todo se archiva
hasta septiembre que es cuando el país vuelve a rodar. Además sucede en China, que no es
precisamente una joya de la trasparencia informativa, y que tiene los derechos humanos
atragantados como un hueso de aceituna. El caso es que el verano, una vez más, tiene
muchas caras. Las playas lo mismo sirven para despatarrarse al sol que para recoger los
cadáveres de esos que en verano se lanzan al Estrecho a jugárselo todo a la ruleta rusa,
a ver si las olas los llevan hacia un futuro menos desesperado. Eso sucede a la vez que
otros se gastan los cuartos jartándose de pescaítos fritos en los chiringuitos de
Marbella, a la vez que los sudaneses viven el esperpento de la guerra y el hambre, a la
vez que estamos en vilo con la Lewinsky y su vestidito de domingo, que está más sobado
que la Sábana Santa, a la vez que una tarde cualquiera las lluvias se llevan por delante
a ochocientas personas en la India, a la vez que el Rey se va de regata, a la vez que sube
la temperatura en el conflicto de los Balcanes, a la vez que Julio Iglesias se muda a una
mansión nueva... Los mismos contrastes del resto del año, que en verano son, si cabe, un
poco más surrealistas. |