El Sueño
estaba contenido en la Mente del Uno, y en ese punto, fuera del tiempo y del espacio,
permanecía en constante vibración.
Cuando el Uno decidió que había llegado el momento, la vibración se transformó en
movimiento, el espacio comenzó a expandirse y nació el tiempo.
Así comenzó la creación.
El Sueño, la Idea, el pensamiento del Uno, fue progresivamente
descendiendo a la manifestación y creando los planos, los mundos, las criaturas.
Cada partícula de vida que nacía quedaba automáticamente impregnada de movimiento, un
movimiento que respondía a la Idea original y que, junto a los movimientos de las
restantes partículas, constituían el sonido de la Creación.
Y el sonido era música y la música acompañaba a la vida que danzaba en los espacios
infinitos siguiendo el ritmo del Creador.
Cuando la vida descendió a los planos más densos, a los confines del
espacio, su movimiento se hizo más lento, su ritmo más pausado, y surgió la inercia, la
antítesis del movimiento, el freno de la evolución, la cadena de la vida.
Cuando el hombre comenzó su desarrollo, lo hizo en el plano más
alejado, en el más denso, el plano físico. En él la inercia es ley, y el hombre quedó
prisionero de ella, por ello su evolución se vio siempre sometida a los ciclos, a los
círculos viciosos, a la repetición. La historia de la humanidad es una permanente
repetición de acontecimientos, de errores, de tragedias, de conductas marcadas por la
inercia.
Para salir de ello el hombre tiene que descubrir el movimiento, el movimiento creador que
le permitirá vencer la inercia y recorrer el camino recto hacia su verdadera condición,
a su verdadero lugar en la creación.
Pero el auténtico movimiento contiene en sí mismo la sabiduría del
Creador, del Uno, así como su infinito Amor y su poderosa Mente.
Y el hombre, que es la criatura por excelencia, la obra maestra del Uno, debe de
comprender que sólo hay un camino de salida, una senda marcada por el movimiento que
conduce al sonido, un ritmo que acompaña a la vida y que la naturaleza, a nuestro
alrededor, nos enseña cada día.
El hombre debe aprender a danzar con la música del Sueño, moverse en
libertad con los círculos y las esferas, sentir cómo corre por su interior la
electricidad del Uno y apoyándose en su Fuerza volar con la imaginación hacia las altas
cumbres doradas donde sólo vive aquel que se reconoció como Hijo del Uno y asumió su
responsabilidad en el organigrama de la creación.
Porque de la misma forma que una orquesta necesita a todos sus músicos
y a todos bien compenetrados, de la misma forma el Uno necesita que los hombres se muevan
unidos al movimiento creador, al Origen, a la Mente del director de la orquesta.
Cada criatura viva, incluido el hombre, sólo es verdad si permanece
unido al movimiento del Uno, a la Idea original, al Sueño, porque cada criatura viva es
una porción del Sueño, una nota musical en la sinfonía inacabada de la creación, una
chispa eléctrica que surgió del fuego y se hizo movimiento al recorrer el espacio para
llenar con su presencia el vacío.
Todo es movimiento, todo está en permanente movimiento, sólo el
hombre es capaz de detenerse, de estancarse en su vida, en su evolución, tal vez porque
considera que nada existe más allá de él, cuando en realidad él no es nada sin todo lo
demás.
Pero el hombre que se detiene se muere, al igual que el agua estancada
se acaba pudriendo.
Por eso, el movimiento es la base de la vida y el único
"pecado" que existe en la creación es negar el movimiento.
Aquel que conecte con la esencia del movimiento y sintonice con su
ritmo, dentro-fuera, habrá descubierto el latido de la creación y será uno con el
corazón del Uno, con su concepto de Unidad, para poder luego descubrir que detrás está
la Mente, la poderosa Mente, origen de la Idea, principio del Sueño.
Porque el futuro del hombre está escrito en la Mente, su futuro y su pasado, su Origen
y su Fin.