El mar, hasta
ahora una fuente inagotable de recursos que ha alimentado a la humanidad durante cientos
de años, amenaza con cerrar el grifo. Claro que hace cientos de años las condiciones
eran otras. Los océanos eran enormes superficies sin limitaciones ni fronteras. Sólo
había que llegar y echar las redes. Era un mar sano que no tenía que lamerse las heridas
causadas por la contaminación, los vertidos de petróleo, las aguas residuales de las
megaciudades situadas a ras del agua. Tampoco hace cientos de años existían los enormes
buques factoría de hoy en día, capaces de pasarse largas temporadas en alta mar
capturando, procesando y congelando hasta 500 toneladas diarias de pescado. El mar de
antaño era fértil. El mar de finales del siglo XX, aparte de menos fértil cada día que
pasa, es la causa potencial de graves conflictos a nivel internacional.
En todo el mundo millones de personas viven directa o
indirectamente de la pesca y de la industria pesquera. Pero el mar de este final de siglo
comienza a presentar números rojos. Cada vez hay que hacer mayores esfuerzos para obtener
la misma cantidad de pescado. Los bancos de peces no se reproducen a la velocidad que
exige el mercado.
A nivel global las señales de alarma son evidentes: 11 de las 15 zonas
pesqueras mayores del mundo y el 69% de las principales especies de pescado están en baja
y necesitan gestión urgente, según la FAO. Según esta misma organización, el 70% de
los stocks mundiales se hallan plenamente explotados, sobreexplotados, agotados o en lento
proceso de recuperación.
La lección pendiente es aprender a gestionar los recursos para que no
llegue el día en que sencillamente no haya más de dónde sacar. En el caso de la pesca
se habla de 'máximo rendimiento sostenible'. Puede decirse que cuanto más trabajen los
pescadores, más capturas obtendrán, pero sólo hasta que se alcance ese punto de máxima
tensión después del cual se rompe la cuerda. El esfuerzo pesquero no debe ser superior a
la capacidad biológica de una población de peces para regenerarse. Siempre que se supere
ese punto estaremos hablando de sobrepesca.
Sin embargo los pescadores continúan faenando en pesquerías sobreexplotadas y
compensan el descenso de capturas aumentando la capacidad pesquera, es decir, más redes
en el agua para capturar la misma cantidad de pescado. El coste y el esfuerzo son cada vez
mayores. El pescado que consumimos sale más caro de lo que pensábamos, si tenemos en
cuenta que una enorme parte de la deuda generada se compensa con fondos gubernamentales.
Los costes reales de la actividad pesquera quedan a menudo enmascarados tras los juegos de
cifras. La política de subvenciones no hace más que agravar el problema y aplazar unas
soluciones que cada vez son más urgentes.