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MAS ALLA DEL TIEMPO

EDITORIAL
MAS ALLA DEL TIEMPO

Hay cosas que nunca mueren, aunque se las intente matar. Hay valores que trascienden el tiempo y prevalecen a través de generaciones, a través de modas y costumbres, tal vez porque su origen está situado más allá del tiempo, en el lugar donde nace todo lo que es auténtico, lo que es puro, lo que pertenece al sueño.
El hombre, en su absurda y alocada carrera hacia lo que denomina progreso, ha ido pisoteando todo aquello que constituía sus raíces, todo lo que considera un obstáculo para su evolución. En su ignorancia cree que se puede levantar un futuro digno sin tener en cuenta al pasado y a los que hicieron posible que exista este presente.
La sangre derramada en el pasado por todos aquellos que lucharon por la libertad, por la justicia y por los derechos humanos, no se puede ignorar, porque su presencia está viva en la tierra y sus efectos van más allá de lo imaginable.
Pero en el recorrido interminable de la espiral de la existencia, lo que es, sin tiempo, sin espacio, vuelve de nuevo con fuerza y encuentra su sitio en las mentes y en los corazones de todos aquellos que sólo entienden la vida como una lucha constante contra la inercia, contra la injusticia, contra los que se aprovechan de los demás y les utilizan para sus propios intereses.
Existen tres palabras básicas que marcan o definen a su vez tres niveles de comportamiento, de actitud de vida, de existencia.
Estas son: el honor, la lealtad y la dignidad.
Estas palabras definían en el pasado a las personas y su valoración frente a la sociedad en la que vivían.
Estas palabras constituían el preciado patrimonio de los antepasados, reglas de oro que se transmitían de generación en generación, enseñanzas vertidas por los ancianos a los más jóvenes para que su vida siguiera la línea recta que conduce a la realización personal y al equilibrio con los demás.
Los antepasados sabían que sólo en el perfecto equilibrio del hombre con los demás hombres y con la naturaleza, se encuentra la senda que conduce al futuro, al futuro que existe en la mente del soñador, al único futuro posible.
Por eso, ellos, conocedores del sueño, profetizaron grandes tragedias para la humanidad, porque sabían que el progreso se tragaría el equilibrio, que el hombre sería cegado por el deseo y la ilusión, que se olvidarían las reglas de oro de la vida, y que, como consecuencia, la Ley Superior reestablecería el equilibrio de la única forma posible, destruyendo todo lo levantado por el hombre que fuera en contra de las necesidades auténticas del mismo hombre y que le apartara del camino recto.
Y en medio de todo el caos, el hombre necesitaría recuperar los valores perdidos, olvidados. El honor, que le mantendría unido a sí mismo, a su verdadera naturaleza y a su Creador. La lealtad, que le uniría firmemente a los suyos, y le daría la fuerza necesaria para que nada rompiera esa unidad. Y la dignidad que le haría vivir siempre con la cabeza alta, orgulloso de su origen, de su raza, de su linaje.
Los guerreros de antaño vivían y morían con honor, pero también valoraban y reconocían el honor de sus enemigos. Eran leales a su tribu y despreciaban a los traidores. Vivían con dignidad y no había mayor castigo que ser expulsado de su tribu, alejados de los suyos, porque se convertían en despreciables para todas las tribus.
Hoy, en la sociedad del hombre moderno y supuestamente civilizado, las tres palabras no tienen sitio, no existen.
Los valores del consumo han sustituido a las palabras sagradas.
El honor se compra con dinero, la lealtad se vende por dinero y la dignidad sencillamente no se usa, no está de moda.
Pero perfilándose sobre la estructura del futuro vuelve a surgir la imagen del pasado, la imagen del guerrero que lleva el honor escrito con fuego en su frente, que vive la lealtad como prolongación de su propia existencia, que porta la dignidad en su mirada y en su erguida figura, fuerte y desafiante.
Y de la mano, de su mano, el niño, el heredero, el depositario de los valores eternos, la nueva generación que recogerá lo que fue, es y será y lo hará inmortal con su propia vida, con sus pensamientos y sus actos.
No hay futuro sin pasado. Principio y fin serán uno, porque en la mente del soñador siempre lo fueron, a pesar de los hombres y sus desviaciones, a pesar del tiempo, a pesar de quienes sólo viven para desviarlo y destruirlo.
Hay cosas que nunca mueren, valores eternos, palabras que contienen en sí mismas la esencia pura de lo eterno y que son puertas hacia una nueva existencia.
Incorporar esas palabras, cruzar esas puertas, es labor de auténticos guerreros, de hombres y mujeres valientes.

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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