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EDITORIAL
RENACIMIENTO
Está
escrito en el libro sagrado de las tribus, en la memoria de los
antepasados, que llegará un día en que el hombre pague muy caro el
precio de su codicia, de su egoísmo, de su alejamiento de la madre tierra, de su desprecio
a la vida y a lo sagrado.
Está escrito que el águila remontará su vuelo por encima de la destrucción causada por
los elementos y que desde lo alto verá resurgir con fuerza las cuatro tribus sagradas,
que contendrán la esencia de lo que fue, es y será, que reunirán las vidas sagradas de
los guerreros que en el tiempo ofrecieron su sacrificio para que el sueño del soñador no
se perdiera en la ilusión de los que no conocen, de los que no respetan.
Los símbolos de la civilización levantada a espaldas de lo sagrado, los dioses de oro y
de barro, contemplarán desde sus cenizas como las semillas de lo eterno, de lo natural,
de lo sencillo, despiertan de su letargo y, alimentándose de la madre tierra, elevan sus
frutos hacia el sol, hacia el futuro, hacia lo que da forma y consistencia al sueño.
Porque en el sueño y para el soñador, pasado, presente y futuro son una misma cosa, un
mismo tiempo, una misma idea que se desarrolla en ciclos, pero que nunca pierde su
horizonte, ni tampoco su fuerza.
Las profecías de las antiguas tribus hablan del tiempo en que los guerreros volverán a
reunirse y juntos crearán las nuevas tribus, para inmortalizar así lo que no está
sujeto a las desviaciones humanas, ni al olvido del tiempo. Los nuevos guerreros serán
apoyados por la energía de sus antepasados, porque todo aquel que vive y muere por y para
el sueño en realidad nunca muere, sino que está presente de una u otra forma en las
vidas que le continúan, que hacen verdad sus esfuerzos, su lucha y su sacrificio.
Porque la sangre derramada en el pasado por aquellos que fueron fieles al sueño, es la
energía vital que alimenta y fortalece a los que recogen el testigo y lo llevan hasta el
futuro, conservando pura la idea, velando por la unidad entre las tribus y por el respeto
a todo lo sagrado, que no es sino aquello que se mantiene unido al origen hasta el fin.
Los guerreros que en el tiempo conocieron los secretos de la vida, que supieron leer en el
vuelo del águila, que se proyectaron al futuro y vieron lo que estaba escrito en el gran
libro de la vida, esos guerreros renacieron una y otra vez para continuar la obra
comenzada.
Y a pesar de la confusión de los hombres, del desconocimiento del sueño y de que la
mentira y la oscuridad se hayan asentado en la raza humana, a pesar de todo, ellos
encuentran el camino y se reúnen en torno a la idea, para así formar las tribus y con
ellas construir la forma de vida que el soñador tiene dispuesta para el hombre, porque
está escrito que el hombre conocerá la verdadera unidad y con ella el poder de la mente.
Es largo el camino por recorrer y lleno de dificultad, pero durante el día el vuelo del
águila conduce a las tribus hacia la nueva tierra, y por las noches las estrellas
envuelven e iluminan el descanso de los caminantes para que nunca se pierda el recuerdo de
lo que fueron, son y serán, para que nunca olviden cuál es su verdadero hogar y cuál es
su naturaleza.
Y escrito está que las cuatro tribus serán creadas entre el ruido, la confusión y las
prisas de una sociedad que camina hacia su propio fin, ajena a lo que en su vientre se
está formando, ajena al cierre de un ciclo de tiempo y la apertura de una nueva era.
Y la madre tierra contempla el renacimiento de lo puro, de lo que está escrito en los
tiempos, de lo que muchos pudieron captar y muy pocos expresar.
Sólo los antiguos lo anunciaron, sólo ellos con su sacrificio supieron entender el
mensaje y descifrar los signos.
Y ahora, pasado y presente se unen para cerrar el círculo y abrir así la puerta del
futuro, un futuro que es parte del sueño y que nuevos guerreros se encargarán de
construir.
El fuego, el aire, el agua y la tierra unen sus fuerzas al soñador para que todo sea
cumplido.
Mientras, el águila vuela en círculo sobre las cuatro tribus. |