Regresa para enseñarles que las normas bajo las que viven y aceptan no son las leyes de
la vida, sino las que los hombres han creado para limitar la vida, una vida que fue creada
en libertad.
Regresa para recordarles que no existe más
limitación que aquella que decidan aceptar.
Regresa para que no olviden que pertenecen a la vida
y que son responsables ante ella, porque el hombre no es un individuo aislado sino que
forma parte de un todo, y cada uno de sus pensamientos, y cada uno de sus actos, afectan a
la vida que le rodea.
Regresa para mostrarles toda la belleza, para que
abran sus sentidos a otras dimensiones, para que aprendan a valorar todo lo que la vida
les da, y para que descubran que el vacío que sienten en su interior sólo lo podrán
llenar cuando aprendan a dar.
Regresa por sus hijos, los dorados, pero no lo hace
para compadecerse de sus desgracias, ni para consolarles en sus miserias, sino para
exigirles que sean dignos, que sean fuertes, que sean hombres y mujeres sagrados.
Regresa y lo hace como una guerrera, con la fuerza
de los vientos en sus negros cabellos, con la energía dorada emanando de cada poro de su
piel, con la sabiduría que otorga tanto tiempo de silencio, y con la justicia que sólo
posee aquel que lo dio todo y no pidió nada.
Regresa y quiere encontrar a sus hijos, aquellos que
llevan en su interior la fuerza, aquellos que son rebeldes y no están dispuestos a
dejarse pisar, aquellos que respiran la libertad.
Y no es amor lo que les pide sino valor.
Pero... muy pocos se han atrevido a mirar en sus
ojos.