Pero ese grito es una mentira. Un hombre, ni tan siquiera mil, no
sostiene por sí solo un régimen de terror y de muerte. Tiene que haber cómplices,
millones de cómplices, personas cobardes y ruines que ante la debacle no dudan en
internarse llenos de asco entre el clamor y júbilo de los que construyen libertad, y lo
hacen escondidos tras sus disfraces de demócratas. Esos son los más peligrosos, ellos
son la peor cara del fascismo. Los que emergen son por tanto conocidos y como tales
posibles de vencer.
El fascismo no se llamó jamás Franco ni Hitler. El fascismo tiene
miles, millones de nombres y de caras, y si es peligroso y nefasto cuando gobierna, no lo
es menos cuando confabula, cuando fermenta soterrado en medio de todo proyecto de
libertad, en todo intento de hermandad, en todo esfuerzo solidario. El fascismo es la
inercia de los malditos a imponer por sistema sus limitaciones físicas e intelectuales a
los demás. El fascismo es la tumba eternamente abierta donde los cobardes guardan la
historia y la cultura para desenterrarla a la menor oportunidad y levantarla sobre la
cabeza de los que ajenos a esa rabia bendicen la vida con su esfuerzo universalista y
vital. Contra esos que no rezan a ningún dios pero que están con los que sufren
enfermedades, con los que pasan hambre y calamidades, con los que no le encuentran sentido
a la soledad, que es una de las peores plagas que nos aquejan. El hombre, todo hombre,
debería encontrar sentido a la soledad, debería romper este cascarón de objetos vacíos
en que se halla inmerso, y encontrar en ella el universo que en ella habita y donde él
puede realizarse, y quien inocula ese germen es el fascismo, porque el fascista es un ser
incapaz de enfrentarse consigo mismo y no hace más que intentar construir seres como él,
con los que compartir su tiempo tedioso y muerto.
El fascismo odia y combate por sistema al hombre libre, al hombre que
aprovecha su singularidad y su diferenciado carácter para construir un futuro mejor, y lo
hace con las viejas armas de siempre, aglutinando en pos de una idea que homogeniza la
sociedad en torno a unos ideales trasnochados y recalcitrantes. Hoy se habla del hecho
diferenciador, que debería llamarse mejor indiferenciador, es decir indiferencia hacia
todo lo que venga de fuera, hacia el mestizaje, hacia todo cuanto huela a nuevo.
Los fascistas, hoy como ayer habitan un mundo de rabia y odio a sí
mismo y por ende a la raza humana. Un mundo que les permite vivir su fe en la cobardía
del que entrega su esencial vital a un proyecto social cerrado, que le protege robándole
lo más sagrado que nos adorna y distingue, la libertad y el entendimiento para discernir
lo vital de lo necesario, lo justo de lo injusto, que nada tiene que ver con lo legal e
ilegal.
Tal vez se me tache de paranoico, de antidemócrata, porque afirmo que
hoy hay fascistas gobernando este pueblo. Lo estúpido sería pensar que todos ellos
fueron enterrados en el Valle de los Caídos, o que esta maldición es de origen
genético, cuando es algo que habita en todos nosotros. Todos tenemos la tentación
totalitaria enraizada en nuestro corazón, sin embargo no todos le damos cancha, no todos
caemos en la tentación de creer que el establecer un espacio cerrado nos va a salvar de
la claustrofobia social que nos aqueja desde los más remotos orígenes, sino que
entendemos que con ello no hacemos sino agravar aún más la enfermedad. El fascismo como
toda indignidad es susceptible de ser cometida por cualquiera de nosotros. Por ello
cuidémonos de creernos los rollos de la bandera, de la patria, de la nación, de la
cultura de la lengua, pues eso sólo son amarras que nos impiden viajar por la pluralidad
y como tal nos constriñen a un campo de sapientísima y prepotente ignorancia. Fascismo
puro y duro es hoy el que se utiliza con tintes morales, para someter al holocausto a los
drogodependientes que se pudren en las prisiones, fascismo puro y duro es no ayudar a los
que se mueren de hambre, fascismo puro y dura es imponer lenguas que atentan contra el fin
primordial de cualquiera de ellas, el de entendernos con el mayor número de seres humanos
posible. Si no lo creéis haced uso de la memoria y veréis cuanto egoísmo encierran
movimientos de liberación que con el tiempo se han revelado como lo que siempre han sido,
movimientos de exclusión con fines solamente económicos. Recordad quiénes han votado
todas las leyes más retrógradas que han promulgado los diferentes gobiernos de la
democracia, recordad quiénes son los que dicen luchar por la igualdad y crean y acentúan
diferencias. La memoria es una buena vacuna contra el fascismo. No te salva, pero sí te
advierte que el fascismo es una maldición y no una ideología, y como toda maldición nos
persigue sin agotarse en el tiempo ni en las formas.