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Hay quien sufre la cárcel a la que, justa o injustamente, fue condenado por ir contra
las leyes de los hombres.
Hay quien condena a otros a la cárcel porque se cree
con derecho a interpretar, aplicar o ejecutar las leyes de los hombres.
Unos y otros participan del mismo mundo, del mismo "juego", de la misma absurda
y eterna historia de las leyes y las cárceles físicas.
Pero existen otras cárceles que aprisionan las mentes y las convierten en esclavas de
conceptos, de dogmas, de valores.
Un delincuente confinado en una cárcel física puede volar con su mente y sentirse más
libre que el juez que le condenó, porque la verdadera libertad tiene más que ver con la
mente que con el físico.
En realidad, el planeta entero es una cárcel donde millones de seres sueñan con la
libertad.
Unos la buscan a través del poder, del dinero, de elevarse por encima de los demás.
Otros prefieren buscar la libertad a través de la religión, encadenándose así a
conceptos y dogmas que fueron establecidos por aquellos que buscan el poder sometiendo a
los demás con el miedo a la verdad.
Hay quien cree que la perfecta vivencia y aplicación de las leyes conduce a la libertad,
pero las leyes siempre son injustas, sencillamente porque juzgan los hechos, no lo que
hace que esos hechos hayan ocurrido. Las leyes condenan al que actúa en contra de ellas,
pero no corrigen los defectos que empujan a delinquir.
Hay quien vive la cárcel de su falta de expresión, no participando, no exponiendo, no
opinando, no gritando. Millones de seres están callados porque no comprendieron todavía
que sus gritos sonarían a libertad, que sus voces tienen la fuerza suficiente para romper
en pedazos las cadenas de la tiranía, de la explotación, de las dictaduras de la mente y
del alma.
Millones de seres viven la cárcel de la democracia donde se creen libres porque una vez
cada cuatro años pueden votar a su partido, pero es todo lo que pueden hacer. Nadie los
tiene en cuenta para nada, nadie les pide opinión, nadie les pide consejo para decidir lo
que va a condicionar su vida durante esos cuatro años.
Los médicos viven la cárcel de su dogmatismo creyéndose infalibles y dioses de la vida
y de la muerte.
Los banqueros viven su particular cárcel construida con oro creyéndose poderosos,
intocables, por encima del bien y del mal.
Los políticos naufragan en su cárcel temporal sin tener el valor de mirarse en el espejo
de su incompetencia y de recordarse a sí mismos que son simples servidores del pueblo,
pagados por este y sostenidos también por él.
Los intelectuales viven su cárcel de papel, élite de prosa y verso que se esconde y se
justifica para no dar la cara y enfrentarse al poder que tiraniza y esclaviza la razón.
Los buscadores de la luz, de lo espiritual, se crearon cárceles místicas que les alejan
de la realidad cotidiana y les autoengañan con sueños iluminados que para nada se
parecen a la realidad de la creación, de la vida, de Dios.
El planeta entero es una cárcel, la humanidad está prisionera de sí misma, de sus
creaciones, de sus miedos, de su falta de valor, de su egoísmo.
El hombre es una criatura pensada para ser libre, libre y creador, pero él mismo
construye sus propias cárceles que aprisionan su vida, su mente, su alma.
Pero el planeta entero es a la vez una puerta hacia la libertad. Todo lo que existe sobre
él son claves para conseguir salir de la cárcel, llaves maestras que nos conducen a los
pasillos de la lógica y de la visión interna.
Los hombres, la naturaleza, los elementos, todos los seres vivos esconden en sí mismos el
secreto de la libertad.
No tenemos que crear leyes, sino vivir la Ley.
No tenemos que inventar a Dios, sino descubrirle.
No tenemos que disputar nada con nadie, sino compartir lo mucho que existe con todos.
Para salir de la cárcel hay que negar su atractivo, romper sus barrotes de oro con la
humildad, destruir sus muros separatistas con la unidad.
El planeta entero es una cárcel y cada hombre vive en su propia y particular celda,
construida por él mismo, aceptada por él mismo.
Encontrar la salida es fácil, la llave es el Amor, el camino es el Conocimiento.
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