Menos mal que todavía quedan en el mundo personas que saben lo
que cuesta domar a las fieras. No le des vueltas. El juez hizo lo que tenía que hacer.
Dónde vas a estar mejor que en tu casa y con tu hombre. Pues en ningún lado, cielo, en
ningún lado.
Cielo, recuerdo el día en que nos casamos. Estoy viendo, como
si fuera hoy, lo preciosa que estabas con el vestido blanco, el mismo que llevó tu
hermana. A ti te quedaba mejor. Yo no podía apartar la vista. Te miraba y te miraba como
un tonto. Como un tonto recién casado. Esa misma noche ya empecé a darme cuenta de cómo
eran las cosas de verdad. Era un poco joven y un poco inocente y un poco inexperto,
entiéndeme bien. El matrimonio es otra cosa. Tuve que abrir los ojos. No digo que me
engañaras aposta, no, creo que fui yo el que no supo ver más allá de la locura de los
primeros días, esas chorradas que pasan y que le nublan a uno las entendederas. No te
sientas culpable, cielo. No me mires así, te lo digo en serio, no te sientas culpable.
Fui yo, que me dejé cegar. Luego reaccioné, menos mal, me di cuenta poco a poco de que
no eras lo que pensaba, pero qué iba a hacer, tuve que asumir mi culpa y hacerte
comprender cómo iban a ser las cosas a partir de entonces. Ya, ya lo sé, tardaste en
entenderlo. O peor, nunca lo entendiste del todo, por eso estamos aquí. Yo intenté
explicarte muchas veces que el matrimonio tiene unos deberes y unas obligaciones, y que no
podías andar por ahí a tus anchas, como si no tuvieras un hombre que te calentara la
cama, como si yo fuera un pelele que no tiene voz ni voto. Compréndelo, no quería que
pensaran que eras una cualquiera que entra y sale cuando le viene en gana, no, cielo, eso
por nada del mundo. Y como no lo entendías tuve que hacértelo entender. Era por tu bien.
¿Oye? Mírame a la cara cuando te hablo. Sabes que me gusta que me miren a la cara cuando
hablo. No sé por qué te empeñas en hacerme esto. ¿Quieres mirarme, cielo, cuando
hablo? Si no, voy a pensar que no te interesa lo que te estoy diciendo. Mírame, cielo.
¡¡Que me mires, joder!! Vale, vale, vale, ¿ves?, así me gusta, cielo. Ya nos vamos
entendiendo. ¿Ves qué fácil? No sé por qué siempre te empeñas en complicarlo todo
tanto. No me entiendes, ya lo sé, pero no podía ser de otra forma, así que no te
esfuerces ni patalees, que aún me vas a cabrear. Grita si quieres, nadie te va a oír
aquí. Lo haces para cabrearme, lo sé, para que me encienda, para que se me encienda el
nervio. Y luego, claro, se me va sola la mano, pero es sólo para ponerte en tu sitio,
para que no te me subas a las barbas, para que aprendas a saber estar. No me gusta tener
que hacerlo, y lo sabes, no me gusta. Siempre te he pedido perdón, ¿no es cierto?,
porque a mí me jode mucho que esto tenga que terminar así, entérate. No podíamos ser
una familia normal, no, tenías que largarte... ¿Hijo de puta? ¿Has dicho hijo de puta?
No sé si he oído bien. ¿Has dicho hijo de puta, lo has dicho, eh, lo has dicho, has
dicho hijo de puta? Mira cielo, y no te suelto, vaya si no te suelto, me vas a escuchar
aunque sea lo último que hagas, óyeme: creo que estás enferma, que toda la vida te la
has pasado buscándome las cosquillas. Siempre queriendo cabrearme, siempre buscando
hacerlo todo al revés para llevarme la contraria. Si no me querías ¿para qué te
casaste conmigo? Siempre fuiste una mentirosa, y a mí me joden mucho las mentiras, eh, me
joden mucho las mentiras. No aguanto que la gente me mienta, por eso intento enseñarte
que no es bueno mentir. Nadie te va a hacer caso con lo mentirosa que eres. También es
cierto que tú te lo has buscado, contándole a la gente mentiras y nada más que
mentiras, todo imaginaciones tuyas. Las cosas que pasan dentro de casa no se cuentan,
entérate jodida, ni una palabra, ni esto. Pero lo que más me duele, lo que más, más,
más me duele, cielo, es que no tengas respeto por nuestra familia. La familia, reina, no
es para mearse en ella, lo sabes, a la familia se la respeta, no se puede uno largar así
como así a contarle películas a un señor que no te conoce como te conozco yo. A nadie
le interesan tus historias, nadie te va a hacer caso, y no me lloriquees, joder, que
pareces un marica. A mí no me engañas, no. Me dolió mucho que te escapases, nunca me
hubiera imaginado que tendrías tanta mala sangre en el cuerpo como para hacerme eso,
dios, largarte sin más, qué vergüenza. Pero todo vuelve a donde tiene que volver.
Menos mal que todavía quedan en el mundo personas que saben lo que cuesta domar a las
fieras. No le des vueltas. El juez hizo lo que tenía que hacer. Dónde vas a estar mejor
que en tu casa y con tu hombre. Pues en ningún lado, cielo, en ningún lado mejor que
conmigo. ¿Querías que te lo dijera un juez? Pues ya te lo ha dicho, ya te lo ha dicho el
juez, que de eso sabe, que para eso ha estudiado. Anda, déjame que te limpie la cara, que
luego no hay dios que quite esta mierda de la tapicería. Lo que pasa es que te portaste
muy mal, sabes que no tenías que haberlo hecho, por eso no paras de llorar y llorar y
llorar, joder, con lo nervioso que me pone que lloriquees y te sorbas los mocos cuando
estoy hablando, joder, cielo, para ya, para antes de que... No. Esta vez no. Esta vez no
vas a cabrearme. Esta vez no. No. No. No y no. Esta vez vas a bajarte del coche. ¡Baja
del coche! A patadas te voy a bajar del coche. ¡¡Sal!! No, cielo, no estoy loco, lo ha
dicho el juez, la única loca eres tú, que estás mal de la cabeza, que te inventas
cosas, porque aunque te empeñes en no creértelo, yo todo esto lo hago porque te quiero,
cielo, porque quiero que aprendas. Si no me tuvieras, si no tuvieras ¡estate quieta! si
no tuvieras a alguien para que te enderezase, ibas a pasarlo muy mal en la vida. Eres una
desagradecida. Hoy vas a aprender. Gritas, eh, no sé para qué, aquí no hay nadie.
Estás sola y esto es cosa nuestra nada más. Tuya, mía, y de la lata de gasolina que
tengo en el maletero. No estoy loco, cielo, lo ha dicho el juez, cielo, con quién vas a
estar mejor que conmigo, cielo...
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