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EL ARBOL DEL BUHO

POR ELENA G. GOMEZ
AGUA
EL BUHO

 

Arrastrado por aquel río empecé a ver lugares conocidos totalmente destruidos. No me hacía falta nadar, tampoco habría podido, simplemente el agua me llevaba, me movía como si fuese realmente suyo, como si mi vida le perteneciera. Dejé de sentir miedo.

 

Me desperté sobresaltado, parecía que había estallado una revolución. Los perros ladraban como locos, los llantos y los gritos se mezclaban con los ruidos de las puertas que golpeaban, se oía a la gente correr histérica de un lado para otro. Yo era muy joven para entender lo que pasaba. Permanecí asustado, agarrado a mis mantas hasta que oí la voz de mi padre que me gritaba, ¡levántate, ponte ropa de abrigo y reúnete con el resto de la familia en el salón!

Cuando abrí la puerta para salir una gigantesca cascada de agua me envolvió. El agua me empujó hasta salir por la ventana que yo siempre dejaba abierta, y caí en un enorme río de agua, barro, árboles y personas que, como yo, no sabían hacia dónde se dirigían. Nunca pude llegar al salón.

Arrastrado por aquel río empecé a ver lugares conocidos totalmente destruidos. No me hacía falta nadar, tampoco habría podido, simplemente el agua me llevaba, me movía como si fuese realmente suyo, como si mi vida le perteneciera. Dejé de sentir miedo.

Entonces aparecieron las verjas negras. Nunca las había visto antes. El agua me empujaba hacia ellas, eran como gigantes negros en una noche negra. A medida que me aproximaba empecé a ver que muchas personas habían quedado atrapadas en ellas. Sus caras ensangrentadas entre aquellos barrotes negros, con los ojos abiertos y la mirada perdida en algún lejano lugar. Por primera vez vi la muerte de cerca. No podía soportar aquellas imágenes y cerré los ojos esperando mi propio final.

Cuando volví a abrir los ojos comprendí que el agua, con su propio impulso, me había elevado por encima de la verja. Miré a los lados y vi a más gente que, al igual que yo, había salvado el obstáculo. Esa fue la primera vez, luego vinieron otras verjas, dos, tres, cuatro... y de nuevo se repetían las mismas escenas, la gente se quedaba atrapada entre los barrotes y poco a poco el número de personas se reducía hasta que sucedió algo especial.

El agua, que hasta ese momento había sido como un caballo salvaje, aminoró su fuerza.

Llegamos a la que sería la última verja. Permanecí de pie sobre ella y de pronto lo vi. Frente a mi estaba un muro de piedra. El agua se detenía ante él.

Sin hablar ni una sola palabra todos los que estábamos sobre la verja comprendimos lo que teníamos que hacer. Nos dimos la mano e hicimos una enorme cadena humana.

La última ola de agua llegó con tanta fuerza que, si no hubiésemos estado todos cogidos de la mano, nos habría destruido. El impulso fue tan poderoso que nos hizo volar sobre el muro y caer en una nueva tierra.

Al principio estaba tan aturdido y cansado que me dejé conducir por aquella mujer de mirada dulce que me tomó de la mano y me cuidó.

Luego, con el paso del tiempo, me explicaron lo que había sucedido y cómo había sido el hombre, con su constante transgresión de las leyes de la vida, el causante de aquella destrucción".

El último de los ancianos supervivientes del viejo mundo guardó silencio. Miró los ojos de aquellos niños que habían permanecido en silencio escuchando aquella historia que, sin duda, para ellos era simplemente eso, una historia. Tal vez fuera mejor así, pensó.

El anciano superviviente sacó un gastado trozo de papel de su bolso. Era, al igual que él, todo lo que quedaba del viejo mundo, del pasado, algo que se destruiría junto a él... y leyó... " el agua inundará sus moradas para que no sirvan a ningún dios más que aquel que vive en su interior".

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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