Me desperté sobresaltado,
parecía que había estallado una revolución. Los perros ladraban como locos, los llantos
y los gritos se mezclaban con los ruidos de las puertas que golpeaban, se oía a la gente
correr histérica de un lado para otro. Yo era muy joven para entender lo que pasaba.
Permanecí asustado, agarrado a mis mantas hasta que oí la voz de mi padre que me
gritaba, ¡levántate, ponte ropa de abrigo y reúnete con el resto de la familia en el
salón! Cuando abrí la puerta para salir una gigantesca cascada de agua me envolvió.
El agua me empujó hasta salir por la ventana que yo siempre dejaba abierta, y caí en un
enorme río de agua, barro, árboles y personas que, como yo, no sabían hacia dónde se
dirigían. Nunca pude llegar al salón.
Arrastrado por aquel río empecé a ver lugares conocidos totalmente destruidos. No me
hacía falta nadar, tampoco habría podido, simplemente el agua me llevaba, me movía como
si fuese realmente suyo, como si mi vida le perteneciera. Dejé de sentir miedo.
Entonces aparecieron las verjas negras. Nunca las había visto antes. El agua me
empujaba hacia ellas, eran como gigantes negros en una noche negra. A medida que me
aproximaba empecé a ver que muchas personas habían quedado atrapadas en ellas. Sus caras
ensangrentadas entre aquellos barrotes negros, con los ojos abiertos y la mirada perdida
en algún lejano lugar. Por primera vez vi la muerte de cerca. No podía soportar aquellas
imágenes y cerré los ojos esperando mi propio final.
Cuando volví a abrir los ojos comprendí que
el agua, con su propio impulso, me había elevado por encima de la verja. Miré a los
lados y vi a más gente que, al igual que yo, había salvado el obstáculo. Esa fue la
primera vez, luego vinieron otras verjas, dos, tres, cuatro... y de nuevo se repetían las
mismas escenas, la gente se quedaba atrapada entre los barrotes y poco a poco el número
de personas se reducía hasta que sucedió algo especial. |
El agua, que hasta ese
momento había sido como un caballo salvaje, aminoró su fuerza. Llegamos a la que sería la última verja. Permanecí de pie
sobre ella y de pronto lo vi. Frente a mi estaba un muro de piedra. El agua se detenía
ante él.
Sin hablar ni una sola palabra todos los que estábamos sobre la verja comprendimos lo
que teníamos que hacer. Nos dimos la mano e hicimos una enorme cadena humana.
La última ola de agua llegó con tanta fuerza que, si no hubiésemos estado todos
cogidos de la mano, nos habría destruido. El impulso fue tan poderoso que nos hizo volar
sobre el muro y caer en una nueva tierra.
Al principio estaba tan aturdido y cansado que me dejé conducir por aquella mujer de
mirada dulce que me tomó de la mano y me cuidó.
Luego, con el paso del tiempo, me explicaron lo que había sucedido y cómo había sido
el hombre, con su constante transgresión de las leyes de la vida, el causante de aquella
destrucción".
El último de los ancianos supervivientes del viejo mundo guardó silencio. Miró los
ojos de aquellos niños que habían permanecido en silencio escuchando aquella historia
que, sin duda, para ellos era simplemente eso, una historia. Tal vez fuera mejor así,
pensó.
El anciano superviviente sacó un gastado
trozo de papel de su bolso. Era, al igual que él, todo lo que quedaba del viejo mundo,
del pasado, algo que se destruiría junto a él... y leyó... " el agua inundará sus
moradas para que no sirvan a ningún dios más que aquel que vive en su interior". |