EL ALEPH
POR JOSE ROMERO SEGUIN
EL IDEAL Y EL DINERO
No hay ideal por noble que sea, que no sea susceptible de terminar convirtiéndose en
un negocio.
Y es que pese a que todas las flores del sistema nacen por lo general en medio del
esfuerzo solidario, de la entrega, del altruismo, de la filantropía, del idealismo, todas
o casi todas terminan siendo una empresa.
La razón principal es que en todo manda el dinero y el dinero es un mal en sí mismo
que lo pudre todo.
El dinero es la manzana podrida que se ha de meter irremediablemente en el cesto de
nuestras mejores intenciones, y que termina pudriéndolas. Y lo peor es que lo sabemos y
no hacemos nada por evitarlo. Es más, él es el objetivo prioritario de cualquier
organización sea del carácter que sea.
El dinero pudrió la ideología, su iglesia y su liturgia, encarnada y representada por
partidos políticos.
El dinero pudre las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales.
El dinero fabrica la realidad y la destruye. Hace bailar el mundo al ritmo que le
apetece. Como el flautista de Hamelín, lo mismo cautiva a las ratas que a los niños.
El dinero distorsiona y suplanta la libertad, cuando no la atribuye a productos de
consumo que se pueden comprar y vender alegremente, como ocurre en la actualidad.
Somos prisioneros del dinero y el dinero es el chulo de nuestra ambición, de nuestra
voluntad y de nuestra libertad.
El nos da el valor social que disfrutamos y la posibilidad de comparar el que
necesitamos.
Esto que digo es viejo, pero cómo alcanzar nuevos tiempos y nuevas fórmulas si no
hemos resuelto antiguos males. Cómo avanzar en el progreso solidario, en la búsqueda de
un mundo más justo, en el que no haya diferencias sociales, donde reine la tolerancia y
el entendimiento, si partimos del error y la podredumbre.
El hombre rehúye los problemas vitales que le asedian cuando se ve impotente para
resolverlos, y partiendo de esa falta de solución o solución equivocada plantea la
ecuación del futuro y lo único que consigue es una sucesión de errores que le conducen
irremediablemente al desastre social y espiritual.
Tenemos por tanto que cantar esta verdad tantas veces como sea necesaria, pues tiene
más valor que cualquier fórmula innovadora que nazca del error primigenio.
No podemos olvidar que el pasado es un río que arrastra valiosísimos tesoros de
sabiduría, pero también las peores lacras sociales, por ello cualquier avance necesita
de esa fuerza, de ese cimiento cargado de sentido común, pero debe desechar lo que no es
sino veneno que va a empozoñar todo cuanto nazca de ese avance.
Es cierto que tal vez no se pueda prescindir del dinero, pero sí de su tiranía. Y eso
es algo que se consigue profundizando en fórmulas de existencia donde la vitalidad de la
naturaleza, y dentro de ella los hombres y pueblos que la habitan, retomen el papel que
les corresponde.
Mendigar es algo que sólo es posible cuando lo que se pide es dinero, lo demás se
debe exigir: tierra, justicia y dignidad son algo que no tiene nada que ver con el dinero
sino con la voluntad de los hombres. Todos tenemos, qué duda cabe, un valor muy superior
a una moneda.
El mal del mundo es una herida que tratamos de curar con la despiadada daga del vil
metal, y sólo conseguimos abrirla aún más, hacerla más profunda e infectarla.
Hoy con una moneda compramos la justicia, acallamos la conciencia, pagamos el expolio y
la explotación que sufren hombres y pueblos. Con una moneda movemos un mundo que gira
como cualquier máquina tragaperras a base de monedas. Con ello conseguimos adictos,
personas que pierden fe en ellos y refuerzan el valor simbólico y real del dinero. Así
mientras él crece el ser humano se devalúa.
Todo esto es tan viejo, tanto que casi me da vergüenza repetirlo.
Perdonadme pues por la obviedad. Y recibir en desagravio un
beso que tiene valor pero no precio. |