El superpuerto de Gijón, las canteras y el movimiento ciudadano
Alberto Carlos Polledo
Arias |
N o se consigue nada
cuando no se intenta, y de nada vale lamentarse si, cuando aún hay tiempo,
no se actúa con voluntad y medios para corregir situaciones que ponen en
peligro el bien de la comunidad. Por eso es reconfortante observar los
movimientos ciudadanos actuales -a mí me recuerdan a las asociaciones
culturales y vecinales surgidas en las décadas de los sesenta y setenta del
siglo pasado buscando el fin de una época dictatorial- que, sin temor al
fracaso, luchan con todo el ánimo contra entes descomunales, impersonales e
insaciables de beneficios, y batallan con todas sus fuerzas hasta conseguir
la protección integral de su entorno. Espacio éste que, en ocasiones y mal
que nos pese, unas veces por estrechez de ambición otras por egoísmo
personal, se torna raquítico para salvaguardarlo de forma total. Aunque este
último concepto puede variar, de hecho lo está haciendo, porque si
defendemos nuestra parcela y, a la vez, las de nuestros vecinos, crearemos
un estado de ánimo afín en un terreno mucho más amplio y, por lo tanto, con
un número de posibilidades altísimo de lograr el proyecto ambiental
perseguido. Recientemente lo demostró la asociación de vecinos de El Naranco.
Cuento todo esto porque, no creo equivocarme mucho, la construcción del
superpuerto del Musel en Gijón va a traer graves consecuencias para la
Asturias central. No voy a discutir, cuando todo está decidido, sobre la
agresión medioambiental que la construcción de dicho puerto causará desde la
playa de San Lorenzo hasta la ría de Villaviciosa por el este, y hasta el
Cabo Peñas o más allá por el oeste. Tampoco quiero poner en duda la
necesidad de su construcción (casi siempre se encuentra infrautilizado) ni
que sea la panacea de Asturias (hay otras necesidades mucho más importantes
como la mejora inmediata de las comunicaciones por carretera o ferrocarril y
la creación de pequeñas y medianas industrias), pero sí quiero poner en
guardia a la sociedad asturiana capaz de agruparse para defender nuestro
terruño que, por los presagios, está peligrosamente amenazado.
Es
imprescindible que los movimientos ciudadanos y ecologistas
estén en guardia las veinticuatro horas del día para que la
intención de apertura de canteras no les pille en la luna. |
Tal parece -por los
movimientos empresariales que se vislumbran alrededor de la extracción de
millones de toneladas de áridos que se precisan para el relleno y la
fabricación de bloques de hormigón en la obra de ampliación del Musel- que
las canteras de Aboño en Gijón y Perecil en Carreño son insuficientes para
aportar tamaña cantidad de mineral y, por eso, algunos empresarios, entre
los cuales dicen que se encuentra uno del oeste leonés con dudosos
antecedentes, están tomando posiciones para desembarcar, nunca mejor dicho,
en compañía de determinados ayuntamientos (Salas, Grado, Candamo, Las
Regueras) arrasando paisaje y forma de vida campesina en una de las zonas de
Asturias en la que, por lo que parece, las canteras hacen su agosto
instalándose por doquier.
Es imprescindible que los movimientos ciudadanos y ecologistas estén en
guardia las veinticuatro horas del día para que la intención de apertura de
canteras no les pille en la luna; aunque hay una zona que se encuentra ya en
el punto de mira de la destrucción: la de sierra Sollera, cuya explotación
afectará a los vecinos de Salas, Grado y Candamo contaminando de forma
intolerable su nivel de vida; ambiental y económico. Si toleramos que
arruinen nuestro solar, consentiremos que nuestros hijos continúen emigrando
a otros lugares en busca de trabajo, esta será nuestra peor penitencia. ∆ |