REJAS EL VIENTO
el drama subsahariano
Alberto Carlos Polledo Arias
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N o está al alcance de
los occidentales, habitantes del mal denominado mundo desarrollado,
comprender cómo los subsaharianos pueden recorrer miles de kilómetros
atravesando media África descalzos; a merced de bandidos, fieras,
serpientes, policías corruptos y ejércitos asesinos. Malgastando unos
ahorros conseguidos no sabemos cómo ni a costa de qué sudores, para
alcanzar, si antes no los mata el mar o la alambrada, empleos precarios,
trabajos abusivos, sueldos de miseria y, nos parezca mal o bien, marginación
total. Comenzamos a entenderlo cuando nos enteramos que huyen de hambrunas,
guerras, sida y desolación porque, cuando no hay nada que perder, poco
cuesta jugarse la vida para alcanzar la tierra de promisión: sea en patera o
gateando por la valla de espinos con las manos desnudas y a merced de las
balas.
Pensar que aquí en España, país que algunos suponen avanzado, nos están
comiendo el tarro con temas imprescindibles, transcendentes y solidarios,
para el bienestar de nuestra especie como son las autonomías, los estatutos
y la independencia de todos y cada uno de ellos, que no son más que puras
astracanadas de tipos y partidos políticos que se abstraen en una burbuja
interesada contemplándose el ombligo, cuando deberían estar luchando por una
sociedad sin fronteras en la que hombres, mujeres y territorios de cualquier
hemisferio tengan las mismas oportunidades para que todos, sin excepción de
raza, color o latitud, seamos ciudadanos del mundo. Por esto último luchan,
sin saberlo, todos los desesperados que embarcan en un bote de mala muerte
sobre un mar embravecido o intentan penetrar en Melilla o Ceuta para
encadenarse en esa jaula de oro llamada Europa.
No existe ninguna duda de que, si no se toman medidas correctoras urgentes,
nos encontramos con la punta del iceberg de una migración sin precedentes en
la historia de la humanidad. El movimiento de población subsahariana en
busca de una vida un poco más llevadera, que hoy contamos por miles, pronto
se convertirá en millones de desheredados que lo único que tienen para
perder es la vida, y cuando está repleta de desdichas y amarguras, la
existencia no tiene ningún valor. Las vallas, los muros y las balas no serán
nunca suficiente freno: pronto invadirán, con toda la razón, nuestro
continente. España se encuentra en la primera línea del salto, pero el resto
de naciones europeas no se libran de este problema que, por méritos propios,
logró categoría internacional. Mira tú por dónde como gran parte del
territorio africano se va a tomar la maldita globalización, que tan sólo
busca el beneficio económico, a su antojo.
Cuando no hay nada que
perder, poco cuesta jugarse la vida para alcanzar la tierra de
promisión: sea en patera o gateando por la valla de espinos con
las manos desnudas y a merced de las balas. |
No diré cada año porque es
mucho más racional decir que cada día que transcurra sin que los gobiernos
del mundo desarrollado cojan el toro por los cuernos enviando soluciones
inmediatas en forma de alimentos, médicos y medicinas, y, al mismo tiempo,
ponga en marcha una batería de medidas que solucionen, en un futuro no muy
lejano, la crisis económica de dicha región, la paz mundial estará más
distante. Maquinaria agrícola más todo lo relacionado con el cultivo y la
explotación de la tierra, además de técnicos y monitores que inicien el
destierro del hambre, son elementos imprescindibles para frenar la riada
humana que se nos viene encima y que, a poco que nos descuidemos, maniatará
el bienestar europeo.
España y Portugal tienen la obligación, por cercanía, de ser las primeras en
aportar soluciones a esta crisis galopante. Dejémonos de monsergas como la
del 0,7 % del Producto Nacional Bruto, que sirve para muy poca cosa -por no
decir que es una inversión inútil- y destinemos cantidades significativas
para paliar este conflicto. Claro que también debemos de exigir al resto de
naciones europeas y al Fondo Monetario Internacional el mismo grado de
colaboración porque todo el mundo desarrollado está involucrado en la
reactivación humana y económica de este espacio geográfico. Sin duda la
mejor manera de terminar para siempre con dictadores y tiranos sin
escrúpulos hambrientos de riqueza.
Ni el estilo de vida consumista que tienen a gala los estados prósperos, ni
las barreras de seis metros de altura; tampoco solucionarán nada
legionarios, regulares, guardias civiles, cañones, fusiles, pistolas o
banderas; ni la suma de todos ellos será suficiente para aminorar el
imparable flujo migratorio. Pretenderlo sin socorrerles seriamente sería
como encarcelar con rejas al viento. ∆ |