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María Fernández Díaz-Formentí (Gijón, 1963),además de estomatólogo, es
autor de cuatro obras sobre la naturaleza asturiana y ha publicado
numerosos artículos en prestigiosas revistas y periódicos. Con su último
trabajo "Asturias en las estaciones" hemos podido conocer un poco más
los cambios que experimenta nuestra tierra a lo largo de un ciclo anual.
-Estudiar y fotografiar la naturaleza requiere grandes
dosis de aventura. ¿Cómo nació su interés por ello?
-Como en casi todo apasionado de la naturaleza, desde niño.
Gracias a diversas lecturas infantiles sobre animales y a los veraneos
en una aldea de montaña, la afición se transformó en pasión, que terminó
de cristalizar con los programas de "El Hombre y la Tierra". Hace ya
alrededor de 20 años comencé a salir a la naturaleza siempre que podía,
complementando esas salidas por Asturias con numerosos viajes a
Sudamérica. Desde niño me fascinan las selvas y los bosques, por lo que
procuro pasar unos días al año en las selvas de la Amazonía del Perú,
Bolivia, Ecuador, etc. Además me encanta el mundo andino, sus paisajes,
gentes y antiguas culturas. El resto del año disfruto de la privilegiada
naturaleza de Asturias, visitando sus variados ambientes: costa, fondos
marinos, estuarios, ríos, montañas y, sobre todo, bosques.
-"Asturias en las estaciones" es su última publicación
después de varios años de trabajo. ¿Qué sintió al tenerlo por fin en sus
manos?
-La satisfacción de poder compartir con los demás innumerables
vivencias en nuestra fantástica naturaleza en todos estos años. Aunque
trabajé específicamente en este libro los últimos cuatro años, en
realidad recoge imágenes y experiencias vividas durante muchos más años
previos. Además es una culminación de mi trabajo fotográfico en la
naturaleza. Utilizo técnicas profesionales para poder transmitir esas
vivencias a los demás con la mejor calidad. El libro es una visión
global de la naturaleza de Asturias desde un punto de vista cronológico,
es decir, una narración de lo que está ocurriendo en ella a lo largo del
año y las estaciones, integrando a los distintos seres vivos en los
comunes problemas y soluciones que tienen en cada estación.
-¿Cuál fue la imagen más difícil de conseguir?
-Sin duda, la de un macho de urogallo cantando en lo alto de un
haya. Para mí es el momento más emocionante de la vida animal en nuestra
naturaleza y tenía especial interés en conseguir esta imagen, que además
es muy emblemática desde el punto de vista estacional. Costó docenas de
madrugones, pero al final la logré. El urogallo es un ave
extraordinaria, que aún tenemos la fortuna de tener en nuestros mejores
bosques. Es un poco como el espíritu del alto valor de esos bosques:
aunque no lo veamos, reconforta saber que están ahí. Por desgracia su
futuro parece muy preocupante (a mí me preocupa incluso más que el del
oso).
"Somos muy afortunados de tener
estaciones. Quizá las damos por cotidianas y universales, pero en
las zonas tropicales no existen. El paisaje no cambia a lo largo
del año" |
-Vivimos condicionados por los cambios estacionales pero
realmente ¿hay consciencia de cómo se están produciendo?
-Somos muy afortunados de tener estaciones. Quizá las damos por
cotidianas y universales, pero en las zonas tropicales no existen y el
paisaje no cambia a lo largo del año. Aquí sí lo hace y esto modula y
refresca nuestras emociones. En primavera y verano nos contagiamos de la
euforia que reina en la naturaleza, resultante del aumento de horas de
luz y la dulcificación climática. Por el contrario, el otoño e invierno
deprimen a algunas personas. Creo que las estaciones hay que vivirlas,
disfrutando de sus valores en cada época, que son muchos y fascinantes.
Ese es el principal objetivo de "Asturias en las estaciones".
-Como conocedor de la naturaleza asturiana en todos sus
ciclos naturales ¿qué aporta el vivir conectado a ese conocimiento?
-Un disfrute mucho mayor de nuestra naturaleza. Es tan variada y
cambiante a lo largo del año que el placer de vivirla es realmente
inagotable, sobre todo conociendo y comprendiendo un poco lo que está
ocurriendo en ella semana a semana. Si multiplicamos por cuatro
(estaciones) la gran variedad de ambientes y ecosistemas de Asturias,
nos podemos dar idea de las posibilidades de disfrute. Incluso a quien
no tenga mayor interés en plantas y animales y se contente con los
paisajes, Asturias le brinda un repertorio que se renueva
constantemente, cada dos o tres meses, en sus infinitos valles, costas,
bosques y montañas.
-¿Se detectan en Asturias las consecuencias del
anunciado cambio climático?
-Por supuesto. Todos hemos oído a nuestros abuelos las grandes y
persistentes nevadas que vivieron en el pasado y que hoy ya no ocurren.
Yo mismo recuerdo periódicas nevadas en Gijón, mi ciudad natal, y
durante mis estudios de medicina en Oviedo, hace 15 años. Por otro lado
las aves alteran o detienen sus vuelos migratorios, los inviernos han
dulcificado sus temperaturas y a veces pasa más de un mes sin llover,
las plantas adelantan sus floraciones... no sé, algo está cambiando.
Seguramente la humanidad tiene algo que ver en ello, independientemente
de que el clima también tenga sus ciclos. La mayoría de la gente está
encantada con esas semanas de sol radiante, pero a mí, que prefiero la
lluvia y la niebla, me hacen sentirme preocupado por nuestra vegetación
y su futuro: por ejemplo las hayas, que constituyen la mayoría de
nuestros bosques de montaña, no toleran sequías prolongadas y calores
excesivos. Supongo que, de agravarse las cosas, nuestro bosque atlántico
se irá reduciendo, en beneficio de la vegetación mediterránea.
-¿Qué mensaje está emitiendo nuestro entorno más
próximo?
-Quizá una súplica. Es cierto que la concienciación de la
importancia de conservar la naturaleza gana adeptos sin cesar desde hace
años, pero a veces me paro a pensar en lo mucho que queda por hacer. De
hecho creo que aún faltan uno o dos relevos generacionales para alcanzar
un estado adecuado en nuestra relación respetuosa con la naturaleza.
Mientras siga habiendo egoístas que prendan fuego al monte, pongan
lazos, veneno, etc. no se alcanzará ese estado, y esa gente (y quien los
comprende) no tiene arreglo. La esperanza está en sus hijos o sus
nietos, pero para entonces puede ser tarde. Me entristece pensar que
nuestros hijos y nietos hereden una naturaleza empobrecida por culpa de
unos cuantos egoístas, que además de multados y perseguidos, deberían
ser aislados socialmente por sus propios vecinos. Esperemos, pese a
ellos, que nuestros hijos lleguen a tiempo de conocerla con suficiente
esplendor