La habitación del nieto |
La habitación del nieto
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Los nietos vienen y se van, entran y salen, se quedan a comer o se marchan con sus padres a veranear a las Antillas. ![]() Uno hace por sus nietos lo que el sentido del ridículo le había impedido hacer por sus hijos y se les quiere, acaso, de una forma más urgente y precipitada; es un amor, casi una pasión, que carece de futuro porque tiene señalada una fecha de caducidad que la muerte cumple abruptamente; la relación abuelo/nieto es una amistad con poco tiempo por delante, condenada casi siempre al olvido, a perderse dulcemente en las arrugas de la memoria; es un amor que el nieto recupera a ráfagas envuelto en niebla, convertido en melancolía; un amasijo de imágenes y recuerdos falsos que tiende a mitificarse con los años y a confundirse con los sueños. Con suerte podemos ver como nuestros hijos envejecen y si tenemos más suerte todavía podremos asistir a la adolescencia de nuestros nietos, pero nunca, ay, les veremos envejecer ni quedarse calvos, ni participaremos de sus fracasos, ni les veremos humillados, decepcionados o vencidos. Dejamos a nuestros nietos en el camino cuando tienen toda la vida por delante y la esperanza sin estrenar, nuevecita; los dejamos solos cuando no tienen nada que de qué arrepentirse y sueñan con cambiar el mundo, hacer la revolución francesa o ser bomberos.Los nietos encuentran siempre las fotografías perdidas, las cartas extraviadas y la entrada al cuarto de los baúles; gracias a ellos recuperamos los recuerdos y las vocaciones del otrora y por ellos y para ellos volveremos a hacer la revolución francesa y soñaremos, otra vez, con ser bomberos el día de mañana. El castellano, al menos el castellano coloquial, que señala y distingue las relaciones y los sentimientos, no tiene una palabra específica para referirse al afecto abuelo/nieto; el amor, que tantos apellidos tiene: marital, conyugal, filial, fraternal, se queda como pasmado y mudo ante el viejo y el niño y como no sabe qué decir dice que son coleguillas, compañeros de viaje, camaradas de juegos, cómplices, parientes cercanos, troncos. O sea, como no sabe decir lo que son, dice que son amigos, pues la amistad es el destino final de todas las pasiones, a lo que tiende la simpatía mutua y en lo que se convierten los afectos. El abajo firmante antes de tener un nieto de verdad, antes de que naciese Santiaguiño, se había inventado por necesidades operativas un nieto literario que se llamaba Dositeo. El nieto inventado era un niño melancólico que poblaba a veces estas habitaciones perdidas, que entraba y salía por estas páginas acompañando a los parientes difuntos del autor y al autor mismo. Dositeíño era un nieto de guardarropía al que hemos jubilado hace seis meses con dolor de corazón y algo de mala conciencia; era un nieto virtual que servía para la literatura pero no para la vida, un niño que hacía bien su papel en este mundo fingido, que disimulaba con sentimiento y le llamaba abuelito al autor con voz de ultratumba. Dositeíño era un nieto de diseño, dócil, disciplinado y un poco taciturno; un niño hecho a escala que llevaba un angelito electrónico dentro; un niño pálido y tosedor que intuía que era un fantasma sin porvenir que nunca haría la primera comunión; una sombra con hechuras de niño muerto. Como los nietos no tienen habitación se desparraman por la casa y abren las puertas de las habitaciones perdidas. Las casas se agrandan para poder almacenar el coche, la sillita, la trona, el parquecito, la bañera de plástico, el orinal. Cada casa debería tener un Santiaguiño que orease los recuerdos y desordenase los suspiros, que es bueno abrir las ventanas para que entre el caos y la ventolera. Los nietos encuentran siempre las fotografías perdidas, las cartas extraviadas y la entrada al cuarto de los baúles; gracias a ellos recuperamos los recuerdos y las vocaciones del otrora y por ellos y para ellos volveremos a hacer la revolución francesa y soñaremos, otra vez, con ser bomberos el día de mañana. Δ
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