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Democracia representativa y conflicto social
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El libre mercado se favorece del sistema representacional y funciona más o menos igual para con los consumidores, que cuando quieren ejercer sus derechos, se agotan, se molestan y son parte de conflictos, y al fin desisten de acciones en su favor, en su gran mayoría, con la inherente acumulación de tensión. Somos espectadores de un mundo que se construye por encargo y por decisiones de otros, del cual no somos artífices; somos parte del conjunto, mas no de la creación en conjunto Todos recordamos los conflictos sociales y las innumerables movilizaciones reclamando y demandando lo mismo de siempre. Mejor educación e igual para todos, mejor salud y al alcance de todos, mejores condiciones laborales y mejor distribución de la riqueza. Desde que se inicia nuestra democracia representativa a la fecha, la sociedad asume inconcientemente el discurso de la autoridad: “no se ha superado el desafío pero se ha avanzado mucho y hoy estamos mejor que ayer”. Luego se enciende el conflicto por las tensiones inherentes y comienzan las nuevas promesas, para llegar al mismo discurso. Vivimos en una constante contradicción social, pues por un lado el discurso es lo más positivo posible, mientras que en lo concreto el resultado siempre es parcial y muchas veces efímero. Pero el discurso y la parcialidad parecen como eslabones inseparables de una democracia representativa, que vive de la contradicción, y así se perpetúa, pues de otro modo su ciclo sería no renovable. Los claros niveles de incongruencia que percibe la base social a nivel inconsciente, establecen el marco ideal para las dinámicas individuales y luego colectivas en términos de demanda, que legítimamente se manifiestan en conductas aversivas, reprimidas y violentas, con un alto grado de inconsciencia, en contra del sistema racional tecnócrata, materializándose en actos contra el bien público y privado. Nuestra cultura adopta así sus significados compartidos, que pueden ser distintos en dinámicas subculturales, y reclamados por las clases de éstas, y al final conformadas en un sistema representativo que genera la desigualdad e incertidumbre. Así, en un estado de incertidumbre y a la deriva social, el chileno común vive sus días haciendo frente a los desafíos y escuchando discursos de bonanza y esperanza. Cada vez que la presión social llega a su límite, aparecen las conductas incomprensibles para algunos, debido a que los medios de comunicación de masas, como la TV, que forma parte de la industria cultural y que en su conjunto conforman un sistema racionalizado y burócrata, que controlan la cultura de nuestro tiempo, se encargan de disfrazar con comentarios de rechazo, sin acudir al fondo del asunto. Conductas que el estado parece esperar, y de hecho se prepara con su aparato represivo, y enfrenta a quienes se manifiestan de forma legítima, argumentando hechos al margen de la normativa. Es que la incoherencia e incongruencia genera desorientación y angustia, por tanto conductas que sirven de vía de escape tensional, ante el nulo nivel de sinergia social dialógico-reflexiva, que promueve el sistema representacional. Carentes de reflexión intencionada, en todos los niveles sociales, somos espectadores de un mundo que se construye por encargo y por decisiones de otros, del cual no somos artífices, y por tanto nos incluimos en él puesto que somos parte del conjunto, mas no de la creación en conjunto. El conflicto social, generado por el sistema democrático representativo, tiene su génesis ahí, en la falta de toma de conciencia social, individual-colectiva, que debería generarse vía reflexión y proposiciones de los actores sociales, y que hoy no se da, y por tanto nuestra sociedad cae en un estado de sueño profundo, que podríamos llamar vicio democrático actual, de dependencia y alienación permanente, respecto de los caminos y tránsito hacia el desarrollo equitativo, por quienes velan mayoritariamente por intereses distantes de los sujetos representados, es decir la mayoría, paradoja histórica republicana democrática. Nuestra educación ha abandonado su gran cometido, en favor de uno menor e inconsistente. Claro, la posibilidad de expresar ideas al interior de los centros educativos, básicos y universitarios, que hoy es eso, una idea, se contrapone a la tendencia general, que busca la expresión superficial, visceral y cortoplacista, concreta y simple, dirigida a satisfacer deseos legítimos, pero que se privilegian por otros que tienen que ver con los ideales más profundos del ser, ser que se ha desnaturalizado volviéndose un pasivo espectador y consumidor, como quien entra por un túnel sin salida y camina sin mirar atrás, queriendo llegar al otro lado y encontrando cosas novedosas y atractivas, que estimulan placenteramente su condición psicobiológica, convenciéndose que ve las cosas reales, sin darse cuenta que sus pupilas se adaptan, cada vez que avanza en lo profundo de la oscuridad. Un sujeto enorgullecido de sí mismo, que si se voltea a mirar a atrás, se encuentra con un haz de luz que lo enceguece, y al no poder distinguir o siquiera mirar, nuevamente se voltea y continúa por el túnel, de donde será muy difícil volver a la luz, más aún si en dicho recorrido se presentan vías interiores más profundas, perdiéndose completamente. Simplemente, aquellos consecuentes y responsables, conscientes y con voluntad de cambio, son rápidamente y sencillamente marginados, si se atreven a volver y conducir a otros en reversa, o hacia la luz. Es lo que sucede hoy en universidades y colegios de Chile. Pero qué es el acto reflexivo sino un acto psíquico emocional, crítico e intencionado de repensamiento y análisis, no tan sólo de lo que pasa fuera de sí, sino que se trata de un profundo cuestioanamiento y orientación de nuestro propio ser y por consiguiente de nuestra acción “irreflexopostergada” a la acción “reflexoconsumada”, individual-social, con un estético proceso de transformación sociocultural, ya no desde las altas esferas de poder o sapiens tecnocrático y egotransformista, tampoco producto del acto irracioemotivo de las bajas esferas o sapiens populosocial, sino más bien desde la misma condición psicoemocional del ser individuo-colectivo, que tiene la facultad de proyectarse y verse en la acción misma del cambio, que lo mueve responsable y convencido de su creación abstracta, desde un nivel sincrónico aquí y ahora, hacia un paradigmático mundo de lo humanoespiritual, sensitivo diacrónico trascendente. Como definieran los siguientes dos autores: “La reflexión implica la inmersión consciente del hombre en el mundo de su experiencia, un mundo cargado de connotaciones, valores, intercambios simbólicos, correspondencias afectivas, intereses sociales y escenarios políticos” (Gimeno Sacristán, 1995)”; “Reflexión es lograr una reelaboración sistémica de un proceso u objeto que posibilite la orientación del sujeto en su relación con él mismo o con la realidad que la circunda. Es poner a funcionar todos los procesos del pensamiento en función de la comprensión de un fenómeno o hecho dado. (Giuvanni Villalón)” Es entonces la reflexión intencionada la que permite al hombre lograr el mayor y más paradigmático de los cambios, “la liberación de su ser encadenado con la consecuente transformación de su vida y el mundo que le rodea”, impidiendo así el avance e interés de las élites y la política oligárquica, de desideologizarlo e inhumanizarlo. En concreto y el fin del asunto se mantiene en reserva, pues resulta evidente que si se despliegan las cortinas que cubren la verdad o se encienden las luces, de la inteligencia emocional y la res-cogitan, (niños), pasaríamos seguramente desde lo propuesto-aceptado a lo propuesto-debatido y dinámico, y por tanto diverso en el devenir cultural, en donde cobra sentido la participación en todos los niveles, desde la infancia y pasando por todas las generaciones en el tiempo. Δ Luis Barrientos. Universidad Bolivariana. Los Angeles, Chile.
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