El patio de luces de mi casa se debería
llamar el patio de los gritos y los suspiros y por él bajan y suben trozos
de conversaciones, jirones de intimidades, exclamaciones airadas. |
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ENERO 2008
- EL
PATIO DE LUCES -
POR JOSE MANUEL VILABELLA //
ILUSTRACIONES: NESTOR
No
se dejen engañar por el nombre taurino de este patio sórdido y triste, de
este hueco por el que respiran los vecinos en camiseta y suenan las
canciones de Isabel Pantoja con desgarro de arrabal sevillano. No. El patio
de luces no es el patio andaluz, ni siquiera es un patio. "Me voy al patio",
decía don Antonio, mi suegro, y se iba a una Andalucía diminuta y tópica que
olía a jazmín y a galán de noche. Y es que los andaluces, incluso los que
viven en Extremadura, no necesitan salir a la calle para encontrarse con su
patria chica, porque tienen en su casa una Andalucía de juguete con
estanques de un solo chorro donde vive un pez dorado y huérfano. Andalucía,
y lo sé por experiencia de consorte, sobrevive en los patios privados; se
esconde, Adela, en el patio de tu casa y se renueva, cada primavera, con los
calores del mes de abril, el acento de las vacaciones del año pasado, las
nostalgias de las coplas viejas y el olé de los andaluces ausentes y heridos
de muerte, que para un cordobés, amor, vivir lejos de Córdoba y gritar olé
como un tonto, en tierra extraña, es como estar muerto; que ya lo dijo bien
claro vuestro poeta nacional, ya lo escribió Lorca cuando denunciaba a la
muerte aquella que le miraba fijamente desde las torres de Córdoba y le
señalaba con el dedo de los anatemas, y lo que miraba al poeta, qué coño,
era la nostalgia y el desconsuelo de las lejanías, la inoportunidad de las
ausencias. Cómo envidio tu patio umbrío y andaluz y tu melancolía con
faralaes; cómo me gustaría tener nostalgias como las tuyas, tristezas
alegres del sur, infancias bien iluminadas. Tengo, sí, nostalgias de
recuerdos inventados, nostalgias de tus nostalgias. En cambio, el patio de
mi casa, que es particular y cercano, cuando llueve se moja mucho más que el
patio de los demás; el mío se inunda y tienen que venir los bomberos y todos
nos ponemos a achicar como condenados, porque la gota fría de todos los años
nos sorprende en pelota picada y cuando todo termina y sólo queda el barro y
la desolación, la portera escribe con tiza en la pared: "Hasta aquí llegaron
las aguas en octubre del 94" y todos sonreímos con orgullo, porque, un año
más, le hemos ganado la batalla a las ventoleras sin nombre, que aquí los
cataclismos no se llaman María de la O como en las Américas; que aquí las
tragedias ni se bautizan. El patio de luces de mi casa se debería llamar el
patio de los gritos y los suspiros y por él bajan y suben trozos de
conversaciones, jirones de intimidades, exclamaciones airadas, consejos
absurdos, aullidos de perros urbanos: "¡Come, Isabel!". "¡Mamá, el recibo!".
"¿Embarazada de Casimiro?". "¡Que venga el podólogo!". "¡Goooooooool!".
Cuando gana el Madrid la alegría sube y baja y cuando pierde el Barcelona la
tristeza se convierte en hollín y el suelo del patio, allá abajo, parece, si
cabe, más horrendo. El fracaso de la arquitectura y las desdichas de la
propiedad vertical se reflejan, sobre todo, en las sordideces de los patios
de luces, y si el joven poeta se suicida en semejante sitio no es porque
escoja ese lugar para terminar con su tristeza, sino porque las luces del
patio iluminan su futuro y le dicen cómo va a ser de viejo y qué paisajes va
a ver desde su ventana cuando le fallen las musas y la próstata. Habría que
exigirles a los arquitectos que leen estas líneas que agudicen el ingenio y
se saquen del magín patios de luces con geranios, ventanucos con aire de
balcones, huecos por donde suba el ascensor de las buenas noticias;
tendríamos que conseguir incorporar el hueco horrendo a la nómina de los
recuerdos falsos; alicatarlo de fantasía, hasta el tejado. La magia del
patio andaluz radica, sobre todo, en su fuente central y en su airoso
chorrito y, en ocasiones, la fuente de los recuerdos era sólo un grifo que
chorreaba, pero eso sí, un grifo del sur que chorreaba tristezas de cante
hondo, que se derramaba por martinetes. El resto es nostalgia y algo de
poesía. El patio andaluz está encalado, sobre todo, con literatura. § |