Anita
Roddick fue, hasta su muerte, una activista de la justicia social, acción
política que supo combinar e incluso fusionar con su actividad empresarial.
Entre los temas que le preocuparon estaban algunos relacionados con las
mujeres. |
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OCTUBRE 2007
DUELO EN EL IMPERIO DE LA
COSMETICA VERDE
POR ISABEL MENENDEZ
Hace
poco más de treinta años que se inauguraba una modesta tienda de
cosmética en Brighton, en la costa sur de Inglaterra. Era un negocio
discreto, que ofrecía una veintena de productos de belleza realizados
con ingredientes naturales y recetas tradicionales. El dato por sí mismo
carece de toda relevancia si no se relaciona con el nombre de la
emprendedora que abrió aquel negocio: Anita Roddick.
Roddick impulsó aquella incipiente industria con tanto éxito que, a la
vuelta de los años, su catálogo cuenta con más de dos mil productos y
sus tiendas se han extendido por todo el mundo, incluyendo España donde
su presencia ya cuenta con veinte años de historia. Se trata de The Body
Shop, una marca imprescindible entre quienes se interesen por el consumo
responsable, la ecología o la defensa de los animales. En este sentido,
Roddick fue una visionaria que se atrevió, en un mundo que todavía no
había situado en su agenda la necesidad de proteger el medio ambiente, a
promover una empresa con una filosofía distinta. Su olfato para hacer
negocios resultó ser infalible pero lo importante de su gesta es que fue
capaz de llevar adelante una filosofía pionera en el comercio.
Este mes de septiembre, a los 64 años de edad, fallecía prematuramente
tras sufrir una hemorragia cerebral. Detrás de sí deja no sólo una
franquicia de fama mundial, sino también el reconocimiento de su
gestión. No obstante, hacía poco más de un año que The Boddy Shop, el
imperio de la cosmética verde como lo han llamando a menudo, ya no le
pertenecía pues lo había vendido en 2006 por una cifra millonaria. Eso
le costó muchas críticas, sobre todo porque la empresa fue transferida
"al enemigo", nada menos que a L’Oréal, una de las firmas que ella solía
desacreditar porque ofrecía "milagros para hacer desaparecer las
arrugas". La respuesta de Roddick fue dedicarse a su fundación, a la
actividad benéfica y a los asuntos de derechos humanos que siempre le
habían interesado.
Y es que Anita Roddick fue, hasta su muerte, una activista de la
justicia social, acción política que supo combinar e incluso fusionar
con su actividad empresarial. Entre los temas que le preocuparon estaban
algunos relacionados con las mujeres. El primero de ellos, su campaña
por la autoestima femenina. Para esta mujer, el uso de cremas,
maquillajes o perfumes era una forma de celebrar la personalidad y la
individualidad de cada mujer, y no una forma de sometimiento a los
prototipos de belleza. Para esta campaña creó una protagonista, una
hermosa muñeca de nombre Rudy, que era la imagen de la belleza real. Las
bolsas de cartón de The Body Shop llevaban leyendas como que "Hay tres
billones de mujeres en el mundo que no lucen como supermodelos y sólo
ocho que sí lo parecen". Desde esta filosofía quería Roddick poner su
grano de arena en la búsqueda de una imagen más acorde con la realidad.
También en esto fue una pionera porque no sólo logró vender sus
productos con este mensaje sino que sin duda ha inspirado la filosofía
de otros posteriores, como los de Dove, cuyo plan de marketing se apoya
en la misma idea, bajo el eslogan "Campaña por la belleza real".
Asimismo, desde hace diez años, esta infatigable mujer se interesó por
la violencia de género, un problema que consideró relacionado con esos
prototipos de belleza y con una historia basada en la manipulación del
cuerpo femenino. El objetivo, en esta ocasión, pasaba por sensibilizar
pero también por recaudar fondos para niños y niñas que son víctimas
indirectas de la violencia y para quienes la empresa sigue recaudando
dinero.
En The Body Shop creen, con razón, que Anita Roddick contribuyó a
cambiar el mundo de los negocios, mediante campañas de responsabilidad
social y medioambiental y así lo expresan en sus webs, golpeadas por la
pena de la pérdida de la que, hasta hace muy poco, fue su propietaria
pero también su espíritu. § |