e
aproxima sonriente y me saluda con cercanía. Después de atender a un
aluvión de periodistas y cámaras, buscamos un lugar tranquilo para hacer
la entrevista sin interrupciones. Me cuesta pensar que detrás de ese
rostro afable, sereno, con mirada limpia, se encuentra uno de los jueces
que sin duda ha cambiado la historia de Chile a base de librar tantas
batallas dentro y fuera de su país.
Mientras habla miro atentamente sus ojos. Pienso que después de haber
sido testigo de tanto horror, habría alguna huella en su mirada. Me
confiesa que todo lo ocurrido le puso a prueba. "Es algo que siempre
agradeceré a la vida porque me obligó a sacar lo mejor de mí mismo. Fue
toda una experiencia vital".
-En enero
de 1998, un grupo de abogados de Derechos Humanos presentan la primera
demanda contra el general Pinochet. El juez Juan Guzmán es el designado
para dirigir la investigación. ¿Qué pensó cuando tuvo sobre la mesa
aquel expediente?
-Aquel expediente contaba sólo con una querella de diez personas
víctimas de la DINA, la policía secreta militar que después del golpe
militar, recorrió varias provincias para eliminar rápidamente a todos
los dirigentes de izquierdas del país. Yo le di curso porque había
antecedentes de que aquellos crímenes se habían cometido. Cuando inicié
el proceso, pensé que hasta allí había llegado mi carrera.
"Creo que hice bien en
esperar hasta los cincuenta y nueve años para hacer lo que
hice. Si ese paso al frente lo hubiese dado a los treinta
años, estaría muerto" |
-¿Fue
consciente en aquel momento de lo que se le venía encima?
-Sí, claro. Pero uno está para lo que es. Yo era juez y no me iba a
prostituir dejando de serlo por aspirar a una carrera judicial. En ese
aspecto había llegado casi a lo máximo que un juez puede aspirar, hasta
la Corte de Apelaciones de Santiago, antesala de la Corte Suprema. Pero
preferí como cualquier persona bien nacida optar por la verdad y por el
juramento que en su día había hecho como juez.
-Creo que
tuvo que enfrentarse incluso con compañeros magistrados que le
criticaron fuertemente e incluso llegaron a actuar en su contra.
-La Corte Suprema por aquel entonces estaba dirigida por un hombre
que había sido compañero de estudios y del que siempre había recibido
envidias y malas críticas. Al final he de confesar que aquellas
zancadillas me hicieron bien. A partir de ese momento empecé a recibir
presiones de todo tipo y amenazas. Me cambió la vida. Tuve que ir
acompañado de cuatro guardaespaldas. Sufrí un atentado fallido y mi
familia estuvo con protección, incluso con ayuda de psicólogos para
superar el estado de miedo que estaban pasando todos. Fueron años de
sacrificio, incluida mi madre que en ese tiempo sufrió un infarto muy
fuerte como consecuencia de todo. Ahora me siento muy contento de haber
podido ayudar a toda aquella gente que sufrió la dictadura. Descubrí con
la ayuda de médicos forenses y antropólogos, veinte cuerpos que pudimos
entregar a sus respectivas familias. Revisamos más de mil quinientas
cajas con nuestras propias manos, protegiéndonos con máscaras para no
sentir el mal olor en medio de todo aquel calor.
-En cierta
forma, usted cambió la historia de Chile.
-Sí mire, salvo el juez Carlos Cerda -encargado de investigar las
millonarias cuentas de la familia Pinochet en el extranjero- al que
estuvieron a punto de echar de la Corte Suprema por dos veces; yo fui el
otro juez que trató de hacer justicia al pueblo chileno. Sometí a
proceso por dos veces a Pinochet y solicité su desafuero en cinco
ocasiones.
-Pero un
régimen no es sólo una persona, hay muchos beneficiados.
-Confieso que al principio no sabía por dónde tomar ese toro.
Recuerdo que en una ocasión mi padre me dijo que más valía hacerse el
tonto que el pillo. Y eso hice. Empecé a escuchar a toda persona que lo
requería y las lenguas se desataron. Aparecieron testimonios y con
ellos, todo un mosaico de terror que me ayudó a conocer hasta dónde es
capaz de llegar el alma humana. Gente del Ejército se acercó a sondear y
conocer mis intenciones. Me ofrecieron sobornos de todo tipo y por parte
de muchas instituciones. Me llegaron a ofrecer hasta mujeres, pero nunca
cedí. Creo en la dignidad del hombre y del cargo, y eso está por encima
de cualquier tentación.
"Me ofrecieron
sobornos de todo tipo y por parte de muchas instituciones,
pero nunca cedí. Creo en la dignidad del hombre y del cargo,
y eso está por encima de cualquier tentación" |
-¿Qué
cambios se produjeron en usted después de haber vivido todo esto?
-Siempre estuve preocupado por la gente, por el dolor y el
sufrimiento de los demás. Pero todo eso lo experimentaba en abstracto.
Cuando conocí a aquellas personas que buscaban a sus seres queridos que
estaban en alguna parte del infinito, pudriéndose en algún sitio, o en
el fondo del mar, sin saber cómo habían sido torturados, sin tener las
cenizas de sus cuerpos. Ahí empecé a experimentar un sufrimiento más
concreto. Con personas concretas, con casos concretos. Aquello me hizo
cambiar y creo que a partir de ahí empezó mi viaje místico.
-¿Por qué
abandonó la judicatura?
-Por varias razones. En primer lugar me había prometido a mí mismo y
a mi familia, jubilarme a los sesenta y cinco años. Lo hice un año más
tarde porque había procesado a Pinochet y tenía oportunidad de hacerlo
una segunda vez por la 'Operación Cóndor'. Pensé que iba a tener más
posibilidades que otro juez que empezase de nuevo porque conocía los
trucos que usaba el dictador para evitar ser interrogado y procesado. En
segundo lugar porque la Corte Suprema me estaba calificando muy mal y
tuve un "soplo" de un amigo que me dijo que intentaban echarme por las
buenas o por las malas. Preferí salir por la puerta grande y con ello
también obligué a que otros magistrados saltasen al ruedo a defender la
causa. El magistrado Alejandro Solís ha ido incluso más lejos de lo que
fui yo, y a él también le han obstaculizado e impedido que haga más
carrera como juez. Por último, quería dedicarme a la escritura, que ha
sido la pasión de toda mi vida.
Foto: Gervasio
Sánchez.
"La Caravana de la Muerte" (Blume) |
Después del
golpe militar que derrocó a Salvador Allende, un helicóptero
Puma cargado de militares de la DINA, recorrió varias
ciudades de Chile para en un tiempo récord acabar con la
vida de 75 prisioneros políticos. Se ocultaron sus cuerpos y
las pruebas. Este hecho es conocido como la "caravana de la
muerte".
En la foto aparecen
familiares de algunos de los ejecutados en la ciudad de
Calama. |
-¿Cuál es
el estado de su conciencia?
-Nunca he tenido que lavar la conciencia, ni en materia judicial ni
personal. La tengo muy tranquila. He cometido errores pero no con
voluntad de causarlos. Ha sido más por falta de prudencia, por ser
demasiado temerario en ocasiones, por confiar mucho en las personas.
-¿Siente
frustración por no haber llegado hasta el final?
-No, en absoluto. Creo que si este paso al frente lo hubiese dado a
los treinta años, estaría muerto. Me hubiese convertido en un activista
y habría luchado contra la dictadura, pero con fatales resultados. Creo
que hice bien en esperar hasta los cincuenta y nueve años para hacer lo
que hice.
-En la
actualidad es profesor de Derecho Procesal y Decano de la Facultad de
Derecho en la Universidad de Chile. ¿Echa algo de menos?
-No, estoy contento. Me gustaba instruir procesos, dictar
sentencias, pero ahora me gusta la docencia. Además, dentro de la
Facultad hemos creado un Departamento de Derechos Humanos y desde ahí
nos estamos vinculando con asociaciones, formaciones y universidades.
Eso me permite viajar y participar en diferentes foros. Ahora defiendo
la causa de los pueblos mapuches. El pueblo aymara me ha elegido
'vocero' y todo eso está rodeado de mucha solemnidad. Para ellos la
palabra es sagrada y es cuanto necesitan para creer en una persona. Me
respetan porque vieron mi actuación en el caso Pinochet. He sido
portavoz de los pueblos indígenas chilenos en Naciones Unidas. Estas
gentes han sido privadas de sus tierras, sus derechos, tradiciones,
costumbres. Les hemos quitado hasta su lengua. Han sido doscientos años
de engaños y ahora necesitamos acercarnos. Más nosotros a ellos que
ellos a nosotros. Los criollos -reflexiona- somos un poco europeos y un
mucho indígenas. Estas son nuestras raíces. También estoy pleiteando a
favor de la causa palestina ante tribunales internacionales de derechos
humanos. ∆
Una luz de esperanza
Esta entrevista fue realizada antes de que se produjese la
muerte de Augusto Pinochet. Hemos querido completarla con el
testimonio desde Chile, del propio Juan Guzmán unos días después
del fallecimiento del ex dictador, curiosamente un 10 de
diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos. Para
muchos ha sido una fecha simbólica que representa, como dice el
escritor Mario Benedetti, "cómo la muerte en este caso ganó a la
justicia".
"El viernes 15 de diciembre abrí un
diario de circulación nacional y me encontré con tres
importantes noticias. La primera fue la renuncia solicitada por
el Ejército al comandante en jefe de la Quinta División, general
Ricardo Hargreaves, quien aseguró seguir compartiendo ideas
golpistas. Con la baja de este general y con la que se ordenó en
el caso del capitán Augusto Pinochet Molina, nieto del dictador,
el Ejército hizo lo que corresponde en una nación democrática.
La segunda información que me agradó leer se refería a la
decisión de la segunda Sala de la Corte Suprema de declarar
imprescriptibles, de acuerdo a la normativa internacional sobre
derecho humanitario, los asesinatos de dos miembros del MIR,
ocurridos en 1993.
Y la tercera noticia que permite mirar hacia el futuro con
espíritu renovador fue la aprobación de la Cámara Baja del
Proyecto de Ley que busca terminar con la aplicación de la Ley
de Amnistía. Aunque ésta es la primera fase, al menos por ahora,
podemos imaginar que el camino se está abriendo y está entrando
una luz de esperanza.
Realmente al leer estas informaciones me sentí en otro país. En
una nación donde la justicia y el sentido común imperan. Y hay
que dar las gracias, porque esté ocurriendo así, puesto que
durante años no se dio espacio para ello como tampoco hubo
margen de acción al sentido común, a la libertad y a la
justicia. Sabemos que hubo denegación de justicia en todos los
procesos por violaciones a los derechos humanos durante la
dictadura y después de ésta la utilización de razones de Estado
en materia jurisdiccional.
Luego de reflexionar sobre estas tres noticias y el avance que
implican, comencé a pensar que quizás estemos entrando en un
período abierto a una mayor evolución. Tal vez, estemos llegando
en una etapa donde lo primordial es conseguir que se instale un
escenario en que la justicia juegue el rol que siempre debió
tener.
Es posible en consecuencia que estos acontecimientos constituyan
tres verdaderos pasos hacia la reconciliación y la paz anhelada.
Han pasado sólo unos días de la muerte de Augusto Pinochet. Los
ánimos están más calmados y se ha ido recuperando la serenidad.
Respeto el duelo, sobre todo el de la familia del fallecido. Lo
que indigna es la falta de respeto pues se produjeron muchas
actuaciones contra las instituciones chilenas y medios de
comunicación tanto nacionales como extranjeros. También indigna
que se gritara como se hizo en el funeral. Como chileno, fue una
vergüenza que el mundo entero viera que había tan poca
civilización.
Pinochet siempre tuvo conciencia de lo que significó la
dictadura y las violaciones a los derechos humanos. Las
justificaba, aunque no abiertamente como lo hacen hasta la fecha
sus partidarios. Él pensaba que la dictadura había sido útil y
necesaria. Y jamás dejó de pensar así.
Por lo tanto, recordemos lo que le pasó a la mujer de Lot: que
por mirar hacia atrás se convirtió en una estatua de sal. Que no
nos ocurra eso. Debemos ver el futuro como una era de paz,
justicia y entendimiento. Demos todos ese primer paso" ∆
Juan Guzmán Tapia.
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