-¿Por qué se puede
identificar la contratación de inmigrantes por parte de los países
occidentales con un nuevo colonialismo? ¿Qué es lo que nos estamos
llevando?
-El primer colonialismo tuvo lugar en el siglo XVI, cuando fuimos a
conquistar, someter e imponer nuestros valores como únicos, rechazando
los contrarios. En el siglo XIX hicimos lo mismo pero para preservar
nuestro modo de desarrollo, transformando en recursos humanos la fuerza
de trabajo y en recursos materiales la riqueza de esos pueblos que
robamos. Ahora sucede que en los países desarrollados no tenemos hijos
suficientes para cubrir los puestos de trabajo que necesitamos, así que
contratamos a sus gentes más preparadas. Esto de llevarnos a los mejores
es lo que yo llamo ‘nuevo colonialismo’. Me parece bien que si un indio
sabe la computación que necesito para mi empresa le contrate, pero hemos
de tener cuidado de no deshacer sin compensar lo que costó allí
formarlo. Porque, en comparación, cuesta mucho menos formar un doctor en
España que en Senegal. Por eso tenemos que decirles a nuestros gobiernos
que cambien la forma de la ayuda, que no manden dinero a esos países
sino que construyan centros de desarrollo donde la gente aprenda
hostelería, electricidad... Si luego vienen tendrán una formación
cualificada, pero los que se queden serán muy buenos profesionales que
enriquecerán su país.
-¿Qué leyes rigen esta
contratación en Europa y Estados Unidos?
-En Francia existen leyes que ofrecen a los extranjeros con mejores
calificaciones la posibilidad de ir allí a ampliar sus estudios y luego
regresar a sus países. También se ofrecen estancias más prolongadas y
tener acceso al reagrupamiento familiar.
Ocurre que la última ley que firmó Bill Clinton facilitaba la
contratación de 200.000 titulados superiores de los países del sur o de
donde fuera para cubrir las necesidades de Silicon Valley, Seattle y
demás. Puestos que sólo con sus jóvenes no podían cubrir. Les
facilitaron a los extranjeros una tarjeta y les autorizaron a trabajar
cinco años en empresas que necesitaran trabajadores.
Este tipo de contrataciones también estaban organizadas en la UE, hasta
que el canciller Schroeder imitó a Clinton y logró que se aprobase una
ley para traer personas cualificadas, facilitando por ejemplo la entrada
a muchos obreros turcos muy cualificados. Y luego llegó Sarkozy e hizo
una monstruosidad: el proyecto de ley que ha puesto en funcionamiento en
Francia es peligroso porque selecciona mucho, haciendo discriminación.
Antes mirábamos si los extranjeros que venían tenían todos los dientes,
si no tenían bubas y si tenían los testículos en su sitio. Ahora miramos
si saben inglés, el nivel académico y si están vacunados.
-Generalmente los
inmigrantes contratados no vuelven a sus países de origen porque
asimilan la cultura del nuevo. ¿Estamos unificando la cultura
planetaria?
-Los gobiernos, tanto de origen como de acogida, tienen una importante
responsabilidad: el que se mantengan los saberes tradicionales, como por
ejemplo las lenguas. Pero luego hay una cultura científica, unos saberes
científicos, que sí tenemos que compartir. Sería terrible y castrante
que hubiera una sola cultura, entonces lo que tenemos que buscar es el
mestizaje. En España somos mestizos. Hay que rescatar el valor del
mestizaje, de la fusión de culturas y no de la identificación cultural.
Que tengamos acceso al saber compartido sin perder nuestros valores y
sin perder nuestros medios. No puede haber choque de civilizaciones,
tenemos que tender a un mutuo enriquecimiento porque toda cultura es el
producto de una inseminación de unos saberes y de otros. Y eso es lo
hermoso. No imponer una sola cultura, porque las culturas por esencia
deben ser inestables, fluidas, ricas y contaminantes.
-Estos inmigrantes luego
envían grandes remesas de dinero a sus países de origen, contribuyendo a
su crecimiento económico. ¿Podría ser ésta la parte positiva del
problema?
-Efectivamente hay varias cosas positivas. La primera, que estos
muchachos envían a sus lugares de origen miles de millones de dólares,
producto de las becas y luego de su trabajo. Segundo, que estos chicos
aprenden más, se forman mejor. Como luego muchos regresan a sus países
de origen, estos se enriquecen del trasvase de conocimientos. Piensa que
durante décadas no regresaba a China ningún estudiante que hubiese
estudiado en el extranjero por miedo al maoísmo. En cambio, desde que
abrió las puertas y facilitó la inserción, miles de diplomados han
vuelto. China ha dejado de mandar espías industriales y además ha
obtenido información tecnológica que de otro modo le hubiese costado
mucho dinero. §