Foto: Pin |
Durante el pasado año se realizaron, según la Organización Mundial del
Turismo, 842 millones de desplazamientos, lo que supuso un crecimiento
del turismo mundial del 4,5% Este aumento ha sido de tal magnitud y en
tan poco tiempo que ha causado importantes impactos en muchos de los
paraísos naturales del planeta.
¿Puede ser el turismo respetuoso con el medio ambiente? ¿Cuáles son las
mayores amenazas? ¿Se puede invertir esta tendencia? Estos son algunos
de los paraísos en peligro. Mañana pueden ser más.
Texto: Mariló Hidalgo |
Foto: Daniel Ménguez |
Paraísos en peligro
Viajar, ¿por qué?
Ha llegado el verano y con ello las esperadas vacaciones.
Un tiempo ideal para desconectar del ritmo de trabajo y dar a nuestro
cuerpo y nuestra mente un merecido descanso.
Para
unos, después de tanto estrés acumulado, sólo con sentir la sensación de
dolce far niente que dicen los italianos, o lo que es lo mismo el arte
de no hacer nada y ser feliz, es suficiente. Ir a la playa, exponer los
cuerpos al sol, pasear, sentarse en una terraza, forma parte de un
ritual veraniego que no cambiarían por nada.
Otros buscan ese lugar donde perderse en medio de la naturaleza,
aislados del mundanal ruido. Coger el coche y aprovechar para conocer
otros rincones del país y sus gentes; es otra opción.
Pero para muchos descansar lleva aparejado otro ingrediente: la
necesidad de aventura. Y para ello nada mejor que salir fuera de
nuestras fronteras, viajar, conocer otros lugares, culturas y meterse de
lleno en lo desconocido. Según la Organización Mundial del Turismo (OMT)
durante 2006 se desplazaron 842 millones de personas en el mundo, lo que
supuso un crecimiento del turismo mundial de 4,5% respecto a otros años.
Las cifras del Barómetro OMT indican que este año puede consolidarse
esta evolución y convertirse en el cuarto año de crecimiento sostenido.
¿De dónde surge esa necesidad de viajar, de salir fuera de las fronteras
conocidas? Para unos se trata de una necesidad innata. Otros hablan de
curiosidad por conocer y vivir cosas nuevas. Quizá todo esté relacionado
con lo que el investigador J.R. Anderson denomina “Factor Ulises”. Un
elemento presente en nuestro ADN en virtud del cual las personas sienten
una profunda necesidad de explorar y de conocer lo que hay más allá de
su horizonte conocido. “Como dice Kipling -autor del ‘Libro de la
Selva’-, hay dos tipos de personas -explica Sebastián Alvaro, director
de Al Filo de lo Imposible-, los que se quedan en casa y los que salen.
Yo siempre he pertenecido al segundo grupo. ¿Por qué? Creo que hay un
componente genético que tiene que ver con la curiosidad intrínseca del
ser humano que te hace ir en busca de lo desconocido. Eso despierta en
el hombre la capacidad de soñar y perseguir sueños e implica dos cosas:
imaginación y tenacidad. Este ha sido sin duda el motor de nuestra
civilización. Ese es el impulso que movió al hombre a realizar los
primeros viajes; a Galileo a mirar por el telescopio y ver la luna; a
los griegos a creer que había un lugar helado en el Sur para contraponer
al Norte, y a medir la circunferencia terrestre con suma precisión, sólo
basándose en la observación. Creo que forma parte de nuestra
naturaleza”.
Foto:
Alf
Existe un elemento en nuestro ADN en
virtud del cual sentimos una profunda necesidad de explorar
y descubrir lo que hay más allá de lo conocido. |
Turismo y medio ambiente
¿Irreconciliables?
Esa
necesidad de exploración es clave a la hora de explicar las razones de
los viajes turísticos aunque luego, en la práctica acaben siendo otra
cosa muy distinta. Cada año millones de personas se desplazan a lugares
cada vez más remotos gracias al desarrollo de los medios de transporte.
El turismo internacional es, según la OMT, el primer sector de
exportaciones del mundo y un factor importante en la balanza de pagos de
muchos países. Genera empleo y proporciona nuevas oportunidades a las
regiones menos desarrolladas. El crecimiento experimentado en este
sector ha sido de tal magnitud y en tan poco tiempo, que ha provocado
importantes impactos en los lugares de destino, algunos de ellos
irreversibles. Se ha comprobado que el denominado turismo de masas
altera el uso de los recursos naturales, llegando en ocasiones a la
sobreexplotación. Urbanización desmedida en zonas naturales, problemas
en la gestión de residuos y basuras, contaminación atmosférica y del
agua, destrucción de monumentos históricos, etc. son otras de esas
nefastas consecuencias.
Este turismo desmedido junto con los efectos cada vez más palpables del
cambio climático, se han convertido en las dos grandes amenazas de los
espacios naturales del planeta. Tal es así que la revista Forbes publicó
recientemente una lista de paraísos en peligro de extinción que
recomienda consultar antes de emprender un viaje. Parajes como las
famosas islas Galápagos, el valle de Katmandú en Nepal, Luxor en Egipto,
el parque nacional del Glaciar de Montana o el de los Everglades en
Florida, están ya sometidos a algún tipo de restricción por parte de los
gobiernos con el fin de intentar frenar el deterioro progresivo que
sufren.
Por su parte, el Worldwatch Institute en su informe anual sobre “La
situación del Mundo”, alerta de que la sobreexplotación turística que
han sufrido determinados destinos, les han provocado daños
irreparables. En el caso de las Islas Galápagos, los más de 120.000
visitantes han sido los responsables de las complicaciones que sufren en
estos momentos algunas tortugas, iguanas y leones marinos. Los turistas
han dejado allí gérmenes que han afectado a estos animales. La Gran
Barrera de Coral Australiana aparece también mencionada en este informe
por dos razones. Los arrecifes son uno de los mayores atractivos
naturales de este país. Por allí han pasado millones de turistas que han
tenido la oportunidad de bucear junto al coral o contemplarlos
cómodamente desde los cruceros con casco de cristal. Estas prácticas,
unidas al calentamiento del océano, están acabando con el típico color
rojo de los corales. “Cuando aumenta la temperatura, las algas
encargadas de proporcionar el color mueren. De seguir este proceso un
gran número de colonias pueden extinguirse”, aseguran en el informe un
grupo de expertos.
Los hielos del Glaciar de Montana han comenzado a derretirse y se espera
que en veinte años no quede un solo glaciar en este parque. Lo mismo
está ocurriendo con las nieves perpetuas del Kilimanjaro en Tanzania. El
blanco que ha coronado el techo de África desde hace 11.000 años está
desapareciendo a un ritmo acelerado. Aseguran los científicos que en
quince años no existirá. En el Himalaya las cosas parecen ir por el
mismo camino. Los habitantes del valle de Katmandú en Nepal o en el
Tíbet han visto con asombro cómo los turistas se han multiplicado. En
los primeros diez meses de 2006 -según datos del informe “La situación
del Mundo”-, sólo el Tíbet recibió a 2,25 millones de turistas, un 30%
más que el año anterior. Por esta razón la zona ha experimentado un boom
en la construcción para satisfacer las demandas de aquellos que quieren
visitar el techo del mundo. Un lugar cada vez más concurrido, gracias
también a la puesta en marcha del espectacular “Tren del Cielo” que une
Pekín con el Tíbet. El trazado con mayor altitud del mundo -llega hasta
los 5.072 metros- recorre espectaculares paisajes a lo largo del
altiplano tibetano. Su construcción levantó las críticas de los grupos
ecologistas que denunciaban que su itinerario afectaba gravemente el
frágil ecosistema del lugar. Cuestión que fue desmentida por el gobierno
chino.
El turismo también ha influido notablemente en Nepal, una de las
naciones menos desarrolladas del mundo. La construcción de
establecimientos hoteleros, carreteras y un aeropuerto internacional en
Katmandú, han dado un empujón a la economía del lugar.
“Cuando uno acaba con los recursos naturales que le permiten vivir está
cavando su propia fosa”. (Sebastián Álvaro)
“El
turismo tiene efectos positivos, no se puede negar”, reflexiona el
periodista Christian Sellés. “Se crea empleo, las poblaciones locales se
ven beneficiadas con los ingresos generados, se favorece el intercambio
cultural... pero en lo referente al medio ambiente, tiene demasiados
efectos negativos: se destruyen paisajes para la construcción de
infraestructuras y edificios, se alteran ecosistemas y se aceleran los
efectos del cambio climático por las emisiones de dióxido de carbono
procedente del tráfico aéreo. Son demasiados los ejemplos que se pueden
poner del daño que ocasiona el turismo al medio ambiente.
Lamentablemente, la economía prima sobre la persona y, en este caso,
sobre el planeta en el que vivimos. Los manglares, la cuenca amazónica,
el Everest... hay destinos turísticos masificados que no pueden absorber
ese volumen de visitas, pero los distintos gobiernos parecen no ser
conscientes”. ¿Puede invertirse esta tendencia negativa? ¿Son
compatibles turismo y medio ambiente?, nos preguntamos.
“Tiene que ser posible y además es el único camino, asegura Sebastián
Álvaro. Debe de servirnos como experiencia la cantidad de errores que
hemos cometido aquí mismo, en nuestro país. Cuando uno acaba con los
recursos naturales que le permiten vivir, lo que está haciendo es cavar
su propia fosa. En España ha pasado en la zona del Levante y al parecer
es el camino que llevan algunas montañas de Nepal. Es lícito que exista
un turismo, pero debería de ser respetuoso con el medio ambiente”.
Aumentar las inversiones en políticas preventivas y de protección de las
áreas naturales y derivar la construcción de hoteles a áreas más
alejadas, podrían ser algunas de las soluciones. Pero si en algo
coinciden todos los expertos es en la necesidad de un cambio de
mentalidad.
“Podemos encontrar ya casos de prácticas turísticas que demuestran que
el turismo puede ser realmente un motor de desarrollo económico y una
herramienta útil para luchar contra la pobreza, comenta el periodista
Joan Miquel Gomis, Cofundador y vicepresidente de Turismo Justo. Para
ello es necesario establecer unas reglas de juego, compatibles con las
del mercado, que contemplen criterios éticos, explícitos o implícitos,
como la responsabilidad social y la sostenibilidad. Hablamos de turismo
justo, una vía hacia una globalización probablemente irreversible pero
que sin duda puede y debe ser también más justa”.
Foto:
Pin
“Se llama turismo responsable a aquel
que mantiene un equilibrio entre intereses económicos,
sociales y ecológicos. Un modelo aplicable a cualquier
lugar”. (Christian Sellés) |
Otra forma de viajar
Las
cifras indican que el 80% de los turistas que circulan por el mundo
pertenecen sólo a veinte países. La mayoría tiene muy en cuenta aquello
del cambio de moneda y parece elegir un lugar de destino normalmente más
pobre que el suyo. ¿Por qué? Según las agencias, para disfrutar
determinados “lujos” que de normal no estarían a su alcance.
Hay una parte de la industria turística que se ha especializado en
vender sueños a bajo precio. Para ello no dudan en crear “paraísos
artificiales” que relajen al turista, le traten bien y le saquen todo el
dinero posible. Así se ha generado un turismo de masas que allá por
donde va -como Atila-, no deja crecer de nuevo la hierba. Esto ha hecho
que poblaciones rurales hayan abandonado su forma de vida, las
artesanías típicas se hayan transformado en productoras de souvenirs y
el folclore haya perdido su autenticidad y se haya degradado hasta
convertirse en un espectáculo a gusto del visitante.
¿Qué aprendes en una experiencia de este tipo? Además de fotos, película
de vídeo y souvenirs de la zona, ¿qué te traes? ¿Dónde han quedado las
personas?
Cada año son más los que no quieren pasar sus vacaciones dentro del
esquema del turismo de masas. No están interesados en sentirse
privilegiados en medio de la miseria, ni en visitar los lugares típicos
del circuito, aunque no por ello quieren renunciar a conocer y
experimentar mil y una aventuras. En este contexto es donde el
denominado Turismo Justo ha empezado a competir con el tradicional,
siendo cada vez más demandado a nivel internacional.
Se llama Turismo Justo o sostenible a “una forma de turismo que mantiene
un equilibrio entre intereses económicos, sociales y ecológicos. Un
modelo que sí debería ser aplicable a cualquier lugar”, asegura
Christian Sellés. En algunos países ya se han puesto en marcha
experiencias del llamado turismo alternativo, autogestionado por las
propias comunidades de la zona con unos resultados realmente
positivos. “En efecto, las propias comunidades locales son las que
articulan su propia oferta turística, desde la base y estableciendo de
antemano criterios de sostenibilidad económica, ambiental y social en
sus iniciativas. Criterios que deben conciliar los intereses privados y
públicos en la medida en que los primeros se fijan más en el corto o
medio plazo y los segundos deben tener la visión puesta en el bien
colectivo a largo plazo. En los lugares donde los órganos de
participación ciudadana son más limitados o inexistentes, este tipo de
proyectos están ayudando a fomentar el espíritu de cooperación colectiva
que la actividad turística permite impulsar”, concluye Gomis.
Los turistas que demandan esta forma de viajar y conocer, son personas
que huyen de las sensaciones estandarizadas a golpe de talonario que se
ofertan en la mayoría de las agencias. Ajenas por lo general, a la
cultura y características de la zona.
Los que se deciden por esta alternativa tienen a su alcance la
posibilidad de convivir con otras gentes y costumbres. De integrarse de
lleno en las comunidades donde son recibidos y de conocer de cerca la
situación y los problemas que allí se viven. En estos lugares el viajero
deja de ser un simple turista y conoce de primera mano los proyectos
que, gracias a su contribución y la de otros, van a realizarse en el
lugar: creación de escuelas, reforestación de bosques,
construcción de cooperativas, orfanatos, mejora en infraestructuras,
etc.
Las propuestas abarcan distintas opciones: ecoturismo, agroturismo,
turismo solidario, safaris. Los alojamientos también: estancias en
familia, pequeños establecimientos, cooperativas, hoteles,
establecimientos familiares. Por cierto, estos originales destinos no se
encuentran en ningún catálogo de agencia de viaje convencional. §
Turismo responsable: 30 propuestas
Tal
como están las cosas, parece una utopía que el turismo pueda ayudar a
poblaciones pobres sin perjudicar el medio ambiente en el que se apoya.
Gracias a la organización Turismo Justo no sólo es posible sino real.
Todas y cada una de las opciones que a continuación proponemos son las
sugerencias que esta organización recoge en el libro Turismo
Responsable. 30 propuestas de viaje (Editorial Alhena Media). Su
renombre nos asegura que eligiendo cualquiera de esos destinos,
escaparemos de las rutas masificadas, adentrándonos en el viaje más
auténtico y haciendo que nuestro dinero se quede en la gente del lugar,
que nos tratarán como un invitado y no como el invasor que parece ser el
turista de hoy. Si el destino elegido apoya el turismo rural comunitario
nuestra labor habrá sido completa, ya que en este turismo de pequeño
formato la población local se organiza para darnos un buen servicio a
través de sus estructuras organizativas.
Porque,
¿quién no desea conocer el África más virgen yendo a Camerún o alojarse
en casas de familias de acogida en Gambia? Seguramente se caerá tu
estereotipo sobre África si eliges como destino Mozambique y el lujoso
complejo Guludo Base Camp, construido bajo criterios de sostenibilidad
con el medio ambiente y política de turismo justo. De hecho, se ha
formado a los habitantes locales para trabajar en el establecimiento y
todos los empleados, salvo el cocinero, son de allí. Por eso este lugar
obtuvo en 2006 el premio de Turismo Responsable en la categoría de Mejor
Proyecto para la Reducción de la Pobreza. Si nos decidimos por América,
tenemos a nuestro favor que la lengua nos permitirá integrarnos más
fácilmente con sus comunidades. En este caso, abandonaremos los
trillados caminos del turismo de lujo diseñado para evadirse y
caminaremos por la senda del aventurero que desea fundirse con el
entorno. Para ello, ¿qué tal turismo campesino en los valles calchaquíes
de Salta, en Argentina? ¿O quizás descubrir la desconocida Belice? Como
el Turismo Justo abre un amplio abanico de posibilidades, también se
pueden conocer las rutas turísticas de siempre con otro enfoque. Por
ejemplo, ¿te apetece acercarte a Cusco y el legendario Machu Picchu
peruano descubriendo realmente la cultura de la región, la naturaleza y
la comida típica local? De mano del Centro Bartolomé de las Casas es
posible hacerlo. Ellos se encargan de gestionarte el alojamiento,
llevarte a comunidades campesinas andinas y conocer el auténtico arte
textil de la zona o el sistema de organización comunal que allí emplean
para labores colectivas como la siembra y la cosecha.
Hay turismo de pequeño
formato en el que la población local
se organiza para darnos un buen servicio.
De un
salto nos vamos a Asia y Oceanía. En Kerala (India) podemos viajar
descubriendo a sus gentes. Incluso los alojamientos son poco
convencionales: desde casas en los árboles con las comodidades básicas a
hogares flotantes.
Incluso hay posibilidades de un viaje diferente en Europa, como
embarcarse para estudiar los cetáceos del Mediterráneo a bordo de un
antiguo velero noruego. Animales, mar y conocer a la tripulación
-eminentemente científicos- es lo que ofrece este viaje. Una manera
única de aprender, mientras se pierden las exigencias del mundo moderno
en este espacio reducido y dotado de las comodidades justas. Otra de las
opciones europeas es trabajar en el Centro de Recuperación del Lobo
Ibérico en Portugal o dormir en los árboles al pie de una playa virgen
en Turquía.
Es otra manera de hacer turismo, que también exige otra actitud por
nuestra parte, basada en el respeto al entorno, las costumbres y los
pueblos que visitamos, donde no todas las cosas están en venta. Un
turismo que también nos pone a prueba, a la vez que nos devuelve el
auténtico sentido del viaje: conocer e intercambiar. §
Foto: Sebastián Alvaro
“Cuando llegas al campo base,
prácticamente montas la tienda encima de un estercolero.
Estás rodeado de más de quinientas personas. Eso no tiene
nada que ver con la montaña”. (Sebastián Álvaro) |
Everest a tu alcance
Cuando
el alpinista Reinhold Messner consiguió en 1980 subir por primera vez en
solitario y sin oxígeno el Everest (8.848 metros), comentó que en
aquella montaña estaba presente y vivo el espíritu de aquellos primeros
aventureros que antes que él, lo habían intentado y habían perdido su
vida por un sueño: “Su espíritu está aquí. Lo percibo claramente”,
comentó. La necesidad de descubrir nuevos espacios es lo que en el fondo
parece motivar a todos estos aventureros.
Después han sido muchos los que han seguido soñando con la Diosa Madre
de la Tierra, pero muy pocos los que se han entregado sin condiciones a
ese pulso donde la Sagrada Diosa evalúa al aspirante y decide si es
digno o no de sentarse en el trono más alto del planeta.
Sebastián Álvaro habla con tristeza sobre la situación que actualmente
se vive en el Everest: “Las gentes que ahora van a caminar por el
Himalaya lo hacen atraídos por aquellas montañas y los testimonios de
aquellos aventureros que realizaron las primeras ascensiones. Van
buscando eso y resulta que ya no existe. Aquella fascinación y misterio
se ha cambiado por codicia y dinero, y eso ha hecho que se pierda la
magia y la capacidad de imaginar otros mundos”.
Bajo el eslogan “Everest a tu alcance” catálogos de viaje y páginas de
Internet te dicen que tú puedes ser uno de los pocos elegidos que hacen
cumbre en la montaña más alta del planeta. “La mayor parte de los
turistas quieren llegar con los viajes organizados a la cima, pagando
algo más que con falta de aliento, cansancio, frío en la zona de la
muerte.
Gracias a la ayuda de los sherpas y los guías de montaña, con el camino
preparado por cientos de porteadores, muchos consiguen subir a la
cumbre. La montaña más alta del mundo se ha convertido en un bien
comercial, incluso los muertos son utilizados como reclamo en la
industria del turismo global”, reflexionaba Messner a través de una
carta.
La degradación que se ha alcanzado en el Everest con el circo de las
expediciones comerciales viene acompañada por la degradación física del
medio. En todos estos años de expediciones de Al Filo de lo Imposible,
Sebastián Álvaro comenta que el lugar donde más se ha notado la
degradación ambiental ha sido en la montaña más alta del planeta.”Y eso
tiene que ver con una determinada política llevada a cabo por los
gobiernos de Nepal y de China que han propiciado las denominadas
expediciones comerciales guiadas. La codicia ha hecho que la esencia del
Everest haya cambiado radicalmente. Allí se tiran medicinas -sobre todo
en la parte del glaciar de la cara Sur- y cuando de allí surge el agua,
ésta sale contaminada, convirtiéndose en origen y foco de muchas de las
enfermedades que afectan a las expediciones. Luego está también la
contaminación de basura y visual. Cuando llegas a un campo base,
prácticamente montas la tienda encima de un auténtico estercolero y eso
no tiene nada que ver con la montaña. Cuando han empezado estos procesos
de degradación, hemos procurado buscar otros objetivos en las
expediciones de Al Filo. Ir a un campo base lleno de basura y con
quinientas personas alrededor no es algo que apetezca ”, sostiene. Pero
esto no ocurre sólo en los primeros campamentos. A más altura en la cara
Sur, existe todo un vertedero: botellas vacías de oxígeno, plásticos,
ropa, tiendas abandonadas, equipos de escalada, latas de combustible,
baterías y todo tipo de basura y desechos orgánicos. Y aunque de vez en
cuando organizan expediciones de recogida, el ritmo de producción de
desperdicios supera al de limpieza. “Apuntaría un tercer tipo de
contaminación a mi entender más dañina -añade Sebastián Álvaro-, y es el
haber cambiado la imagen del Everest. De ser la montaña más alta de la
Tierra ha pasado a convertirse en un circo de vanidades donde cualquiera
con dinero, porteadores, oxígeno y cuerdas fijas, puede llegar arriba.
Han cambiado la esencia de un lugar que mantenía incólume el misterio,
la fascinación y lo sagrado, y lo han transformado en vulgar. Los chinos
han autorizado la construcción de una carretera hasta el campo base del
Everest a 5.200 metros”.
Se
ha empezado a construir una autopista que llegará hasta el campo base
del Everest.
Luego se construirá allí un hotel.
En
efecto, el pasado mes de junio empezaron las obras de esta autopista de
montaña que tiene como objetivo “facilitar el camino de quienes porten
la antorcha olímpica”, pero sobre todo convertirse en la vía principal
de llegada de turistas y montañeros al Everest.
Este proyecto da paso a un segundo aún más ambicioso: la construcción de
un hotel en el Valle de Rongbuk, en el campo base Norte de la Gran
Montaña. “Muchas fueron las voces que se alzaron en su contra -recuerda
Christian Sellés-, sobre todo montañeros que veían como la montaña más
alta del mundo podía convertirse, aún más, en un destino turístico
convencional. Ahora, esta atrocidad contra la naturaleza va a
convertirse en realidad. Se ha sacrificado la montaña, la naturaleza, su
magnificencia, por el mero turismo”.
Aquel que consigue llegar a la cumbre gracias al dinero, el esfuerzo y
el riesgo de otros, bajará sin nada en sus manos porque sólo quien deja
una parte de sí mismo en el seno de la Diosa Madre de la Tierra, recoge
un poco de su esencia y la incorpora a su espíritu soñador, dice la
leyenda. Y eso es lo que algunos, muy pocos, dicen haber experimentado.
“Hay una frase del pensador David Thoreau que dice ‘Al mismo tiempo que
ansiamos explorar y comprenderlo todo, necesitamos que todo siga
misterioso e insondable”, recuerda el director de Al Filo. “Se han
perdido las enseñanzas de buena parte de los aventureros románticos que
nos enseñaron de una forma determinada lo que debe ser la realidad del
viaje y nuestra capacidad de vivir en armonía con la naturaleza. Cuando
decimos que la Tierra está en peligro la realidad es que los que estamos
en peligro somos nosotros, la especie humana. Ella seguirá girando otros
miles de millones de años. El día que terminemos de contaminar las
aguas; cuando la atmósfera sea irrespirable, seguramente la especie
humana estará en vías de extinción o habrá desaparecido”. §