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poder no se otorga, se conquista, y una vez que se posee, se oscurece. Muchos de
los que ejercen el poder niegan tenerlo", son una especie de mano invisible.
Estefanía hace una descripción de los nuevos poderes que dominan el mundo y
añade una advertencia: "Todo poder genera resistencia"
-Acabas de publicar
"La mano invisible. El gobierno del mundo" (Aguilar), ¿por qué ahora?
-He escrito varios libros sobre la globalización y sus efectos, y un día
conversando con los responsables de la editorial Aguilar pensamos que sería
interesante hacer un primer balance de estos años de globalización pero desde
una perspectiva política, no económica como se había hecho hasta el momento. Y
me surgió algo muy sugerente y es que desde que hemos entrado en esta época
acelerada de globalización, la mayor parte de las decisiones que afectan a
nuestra vida cotidiana se tomaban lejos de nosotros: en Bruselas, Frankfurt,
Nueva York, y me puse a investigar para ver si esa sensación era auténtica. Si
eso era así, estaba afectando al núcleo duro del sistema en el que vivimos, a la
democracia. A medida que investigaba, esa idea se iba consolidando. Cada vez hay
más decisiones que no dependen de los parlamentos nacionales donde se encuentran
las personas que nosotros hemos elegido democráticamente, sino que se toman en
segunda o tercera instancia. Y por otro lado que aquello a lo que nosotros
llamábamos "poderes fácticos" -ejército, iglesia y banca-, se había movido mucho
y los que funcionaban eran muy distintos. El único poder que no se discute nunca
es el del dinero.
-¿Cómo definirías a
este nuevo poder y quién lo ostenta?
-Este poder surge como consecuencia directa de la desigualdad. ¿Quién lo
ostenta? Por un lado los que lo han tenido siempre: los estados y gobiernos,
allí donde reside la soberanía de los ciudadanos. Pero ahora han aparecido otros
nuevos que no han sido elegidos por nadie. En el libro hablo básicamente de tres
pero podría incorporar más. Me refiero a los mercados, los medios de
comunicación y a la opinión pública o sondeos. Los tres son capaces de lo mejor
y de lo peor. En primer lugar los mercados son los reguladores de la vida
económica, los guías de los hombres y sociedades que deben adaptarse a él para
sobrevivir. Por ejemplo España que hace una generación era un país rural,
gracias a los mercados se ha convertido en un país moderno, emergente, que
aspira a ser uno de los siete más importantes del mundo en cuanto a nivel de
bienestar. Pero por otro lado, estos mismos mercados convirtieron a México en un
país arruinado en sólo cuarenta y ocho horas.
-En segundo lugar
hablabas de los medios de comunicación.
-Pasa lo mismo que hablábamos antes. Cuando los politólogos analizan los
medios de comunicación dicen que son esenciales no sólo para defender la
libertad de expresión sino como contrapoder de los poderes clásicos. Lo que
ocurre es que al final se acaban convirtiendo en otro poder fáctico. No hay que
negar que siempre tuvieron mucho poder e influencia, por eso el poder político
intentó servirse de la libertad de expresión. Lo nuevo es que fuera de todo
control, los medios de comunicación se han "independizado" y han pasado a formar
parte de grupos económicos con intereses diversos, no subordinados al poder
político. ¿A qué intereses nos referimos? Pues por ejemplo, cuando se habla de
periodismo de investigación y en el fondo se trata de la cacería mediática de
una persona; o cuando se llevan a cabo campañas de opinión que responden a
intereses mercantiles; o cuando se convierten a los medios en un instrumento del
tráfico de influencias. Por último, otro nuevo poder sería el de los sondeos.
Son un elemento práctico, pero en este siglo XXI hay tal obsesión por lo que
estos dicen, que muchos de los poderes que gobiernan lo hacen pendientes de los
sondeos, sin filtrarlos previamente o tomar cierta distancia de ellos.
-¿Cómo se puede
disfrazar ese poder hoy hasta volverse invisible?
-Durante mucho tiempo cuando hablábamos de poder hacíamos alusión a una
persona o una institución. Había un rostro, una marca o unas siglas. Hoy ese
poder es más anónimo, más privado y a veces es difícil distinguir dónde está el
verdadero poder, de las decisiones que se toman. Los que ejercen el poder niegan
tenerlo. Lo ocultan, lo disfrazan, pero no lo sueltan. El término "mano
invisible" es una especie de actualización de lo que descubrió hace casi dos
siglos Adam Smith: una suma de intereses de varias personas que al unirse se
convierten en interés general. Trasladado a este momento hablaríamos de:
gobiernos, empresas, personas que funcionan mucho más en red, que se identifican
entre sí menos que antes pero que están ahí y afectan a nuestras vidas
cotidianamente. Te pongo un ejemplo. Cuando el Banco Europeo de Frankfurt sube
un día los tipos de interés, sabemos que en breve nuestras hipotecas van a subir
de precio.
-Como gran
observador del panorama actual y haciendo un poco de futurólogo, ¿qué o quién
tendrá más influencia en este siglo XXI?
-En primer lugar la propia opinión de los ciudadanos. En el libro reflejo el
resultado de un sondeo que hizo un periódico británico hace poco a sus lectores.
Les preguntó quiénes eran las personas que más influían en sus vidas. El
resultado fue curioso. En primer lugar fue Tony Blair, que en aquellos momentos
tenía mayoría absoluta en el Parlamento. El número dos era Alan Greenspan,
presidente de la Reserva Federal de EE.UU. Y Bill Gates, el creador de Microsoft
y Windows -algo así como el esperanto del siglo XXI-, fue el tercero. En estas
listas cada vez aparecen menos políticos y más personas relacionadas con el
mundo financiero y mediático. Creo que por ahí se están produciendo las
principales transformaciones.
-Comentas que todo
poder es una "conspiración permanente contra el débil". ¿Cómo puede defenderse
de esto el ciudadano?
-El pesimismo es real, por eso es imprescindible crear organismos
multilaterales que regulen y gobiernen la globalización. El mundo pasado aún no
ha muerto y el nuevo todavía no ha surgido del todo. Estamos en una transición e
incertidumbre donde aún no nos hemos creado los contrapoderes que nos hagan
resistir a este tipo de cosas. A pesar de ello, los ciudadanos no están privados
ni de iniciativas ni de autonomía para llevarlas a cabo. Hay muchas cosas que se
pueden hacer. Por ejemplo sigue teniendo mucho valor el voto individual. Son
necesarias las manifestaciones de una sociedad civil fuerte y despierta, que
exija la creación y el fortalecimiento de las instituciones públicas para que en
ellas resida verdaderamente el poder. Son necesarias instituciones
multilaterales que sirvan para resolver conflictos relacionados con el poder y
generados fuera de las fronteras del propio Estado. Es necesaria también la
creación de un Consejo de Seguridad Económico que regule conflictos de esta
índole, como el que acaba de producirse con la OPA de Endesa y E.ON, donde
parece haber una especie de vacío legal.
-¿Crees que ese
poder invisible contempla la posibilidad de crear un gobierno mundial?
-No, y además no sería bueno. Si existiera sería un gobierno dirigido por el
más poderoso... ¿por Bush?
-¿Y qué me dices
del famoso Club Bilderberg, según dicen uno de los mayores grupos de presión del
planeta, capaz de influir en decisiones al más alto nivel?
-No creo en teorías de conspiración ni en tramas ocultas. Ese Club es
privado y en él participan centenares de personas que se reúnen -creo que dos
veces al año-, discuten y crean opinión, como un club más. Creo que es un foro
interesante donde van los más influyentes de cada uno de los sectores.
-Después de
escribir la última línea del libro, ¿cuáles fueron tus reflexiones?
-Pues que estamos viviendo dentro de un sistema donde a nivel mundial la
democracia ha crecido mucho cuantitativamente pero ha perdido calidad. Y no
hemos reflexionado suficientemente sobre todo ello. Por otro lado, la
globalización que tiene ya tres lustros de vida no está saliendo tan bien como
imaginaban los que creyeron en ella a principios de los 90. Asistimos a una
globalización financiera excluyente que arregla la vida a los países más
beneficiados y genera en una mayoría unos niveles de desigualdad brutales, como
no se han conocido en la historia contemporánea. Está también la existencia de
una sensación de impotencia política en el sentido de que parece que la economía
es la que gobierna el mundo, mientras los gobiernos lo único que hacen es
administrar lo que dice ésta. Ha tenido lugar un desplazamiento de poder desde
los gobiernos a los mercados. Por último, estamos ante un cambio a corto plazo
del actual mapa geopolítico del mundo -EE.UU., Europa y Japón-. Cambio que surge
como consecuencia de la entrada en escena de países como China o India que en
dos décadas -según los expertos-, pueden ponerse al mismo nivel o incluso
superar a las potencias históricas.
-Llevas muchos años
como periodista en primera línea. ¿Qué cosas crees haber ganado con el tiempo?
-Madurez. Si esta entrevista me la hubieses hecho hace veinticinco años
seguramente que a la pregunta del Club Bilderberg te hubiera dicho que era lo
más importante del mundo porque en aquel momento yo conocía lo que me rodeaba
por lo que leía. Con el paso de los años he tenido ocasión de conocer a muchos
de los protagonistas que acuden al Club Bilderberg. Conozco sus limitaciones, la
metodología con la que discuten y trabajan, por eso sé objetivamente que eso no
puede ser demasiado importante. Lo será para ellos, porque entre otras cosas es
una reunión de egos para hacerse publicidad de ellos mismos. Pero las grandes
directrices del poder tienen lugar en otros sitios. Como periodista he de
reconocer que durante años estuve más preocupado de lo urgente que de lo
importante. Afortunadamente, ahora que estoy en otra posición, me permito
analizar con más profundidad el medio y largo plazo, que son las cosas que
realmente me importan.
-¿Te autocensuras
con frecuencia?
-Todos los días. Eso creo que lo hacemos todos, precisamente porque existen
poderes y estos a veces actúan. En mi caso unas veces lo hago porque no tengo
toda la libertad para decir lo que yo querría. Y otras porque todavía lo que
tengo son intuiciones y no puedo demostrarlas.
-¿De qué es
disidente Joaquín Estefanía?
-¡Esa sí que es una buena pregunta! Muchas veces pienso que este mundo en el
que vivo no es mi mundo. Hay un poema de Kavafis que dice que hay gente que
sigue defendiendo el desfiladero de las Termópilas cuando los persas ya pasaron
por allí hace mucho tiempo. Pues yo tengo a veces esa sensación..., estar
defendiendo cosas en las que creo, en medio de una realidad que me desborda
todos los días.
-¿Te apasiona el
trabajo que haces?
-Estoy enamorado de lo que hago. La única posibilidad de tener un trabajo de
periodista, de analista como tengo yo, es integrando tu trabajo y tu ocio. Que
todo lo que hagas tenga que ver. En este momento dirijo una Escuela de
Periodismo que me sirve para conocer la opinión de una generación que para mí es
muy importante, pero que seguramente conozco de forma sobrevenida porque ya no
pertenezco a ella. El mundo del periodismo me sirve para conocer las cosas que
están sucediendo diariamente y el mundo del análisis para reposar ese tipo de
información. Tengo la sensación de que desde hace algún tiempo todo lo que hago
en mi vida es muy coherente. ¡Ojalá tuviera lucidez para sacarle más provecho!
-Por último, dime
una pregunta que te hagas con frecuencia.
-Me pregunto muchas veces, aunque te parezca insólito, por qué no existe
Dios. Pienso que la vida sería un poco más fácil si existiese algo que nos
trascendiese y amparase en los malos momentos. Creo que la respuesta es que no
existe, aunque también te digo que no estoy convencido de casi nada en la vida.
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