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JULIO 2006
La Paz
L os hombres hablan
de paz como si supieran de qué hablan.
Los hombres ponen condiciones a la paz como si la paz fuera algo que
admitiera condiciones.
Los hombres vulneran, violan, manejan, lo que ellos llaman paz como si
se tratara de una mercancía, de algo que poder explotar, comprar, vender
o intercambiar a su antojo.
Pero la humanidad nunca, nunca, en toda su existencia, ha conocido la
paz, porque el hombre aún no ha alcanzado el estado evolutivo necesario
para poder comprender el verdadero significado que se esconde tras la
palabra paz.
Porque para comprender dicho significado hay que comprender el Plan
Divino del cual el hombre es el principal instrumento o protagonista.
Hay que comprender el diseño del hombre, el significado de la frase...
"hecho a imagen y semejanza de Dios". Hay que comprender qué se oculta
tras el hecho, la realidad histórica, de la naturaleza guerrera del
hombre, de su necesidad de poder, de dominio, de su incontrolable
impulso destructor. Hay que comprender el origen de esa aparentemente
indomable fuerza y el método para canalizarla y convertirla en una
energía creativa, positiva y útil para el conjunto de la humanidad.
La paz siempre ha sido un sueño inalcanzable para los humanos más
avanzados. La imagen de una humanidad unida, trabajando de la mano para
remediar todos los males que la afectan, es de momento una utopía,
materia que aporta alimento a la mente de los poetas y de los soñadores.
Pero unos y otros son bichos raros pisoteados y despreciados por los
"grandes hombres", los conquistadores, los amantes de la guerra, los que
se sirven de ella para intentar saciar su ambición de poder.
¿Quién ha saboreado la verdadera paz?
¿Quién se ha elevado hasta sus dominios?
¿Quién ha entrado en su reino misterioso y lejano?
¿Por qué es tan difícil alcanzarla y disfrutarla?
Sencillamente porque no es de este mundo, porque no pertenece a esta
etapa, fase o ciclo de esta humanidad. Porque el hombre no está
preparado para asumirla sin condiciones, porque la paz, la verdadera
paz, exige una rendición total, sin condiciones, de toda la humanidad,
sin vencedores ni vencidos, sin memoria, sin cuentas pendientes. Exige
una rendición de cada uno en su guerra personal.
El camino hacia el Reino de la verdadera paz pasa por comprender, asumir
y vivir la realidad de la naturaleza fraternal de todos los seres
humanos, del carácter irrevocable de hijos del Creador que todos poseen,
del hecho, aún no experimentado por las masas, de que la humanidad forma
una inmensa red energética donde cada uno es un vórtice de energía que
transmite y recibe energía dentro de la red, de forma que todos sus
pensamientos y actos afectan al conjunto y generan corrientes que
vuelven hacia su receptor multiplicadas.
Sólo la consciencia de esa red, sólo la vivencia consciente de esa
realidad, puede elevar y transportar a cada uno a la comprensión y
vivencia de la verdadera paz, una vivencia interna, porque es dentro, en
el mundo interno, donde se vive, se siente y se transforma en una
realidad física.
Los hombres hablan de paz pero no se entienden, porque están hablando de
cosas diferentes para cada uno.
La auténtica paz es igual para todos, porque es un derecho de todos,
porque espera por todos.
Los hombres sueñan con la paz pero se preparan para la guerra. Eso sólo
es posible en el estado evolutivo actual, pero la paz que se consigue
con la guerra es efímera, es sólo el descanso para la siguiente guerra.
La historia así lo demuestra. Es la historia de la humanidad.
Es evidente que algo falla. Hay algo que no funciona. Pero no funciona
en la humanidad como conjunto, ni en cada nación, ni en cada raza, ni en
cada grupo social, ni en cada familia, ni en cada ser humano.
Simplemente, no funciona ¿por qué?
La respuesta sólo está en la comprensión del Plan Divino, del Sueño del
Uno, del proyecto del Creador para esta humanidad.
Conocerlo no es difícil. Sólo hay que buscarlo más allá de las
religiones, más allá de las leyes y normas creadas por el hombre, más
allá del sentimiento y del razonamiento. Más allá de la "verdad"
conocida.
La respuesta está en medio del ruido provocado por el hombre y a la vez
en el silencio de la ausencia del hombre.
La respuesta está en el interior de cada uno y a la vez en la suma de
todos los interiores.
La respuesta está en cambiar la espada por la mano tendida, el rencor
por comprensión y respeto, la ignorancia por sabiduría, el odio por
amor.
Por eso, el hombre aún no está preparado para la paz. ∆ |
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