No acabo de entender por qué la medicina insiste en
convertir a las mujeres en enfermas, mudando la no-maternidad biológica en
patología, a solucionar por tanto mediante la alta tecnología biomédica. |
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AGOSTO 2006
Uteros de quita y pon
POR ISABEL MENENDEZ
L a revista "Journal
of Endocrinology" acaba de publicar el experimento de un grupo de
científicos suecos que han logrado producir un embarazo en un útero
transplantado. El ensayo, realizado en una rata, abre la posibilidad de
que, en un tiempo más o menos próximo, sea viable, tal y como explica el
investigador principal, Mats Brännström, de la Universidad de Gotemburgo,
en "humanos" (se supone que se refiere a mujeres). No es la primera vez
que se investiga esta posibilidad. De hecho, en el año 2000, se hizo
público un transplante de útero realizado con éxito a una mujer en
Arabia Saudí. En aquella ocasión, la receptora era una joven que había
sufrido una histerectomía (extirpación del útero) aunque, al cabo de
tres meses, el órgano transplantado tuvo que ser retirado por diversos
problemas en la paciente, lo que impidió verificar la viabilidad de
posibles embarazos. El equipo médico encargado de aquella operación
explicaba que el transplante era una alternativa para solucionar
problemas de infertilidad que, además, no presentaba problemas éticos o
religiosos.
De forma similar se expresa Brännström, que alardea de los beneficios de
un tratamiento que daría respuesta a quienes no han podido lograr
reproducción biológica mediante las técnicas que ya conocemos, como la
fecundación in vitro. El investigador añade que lo adecuado sería que la
receptora recibiera el útero de una donante de su propia familia,
concretamente una hermana o la propia madre. Este último caso le parece
especialmente interesante pues, tal y como explicaba a la cadena
televisiva BBC, "permitiría tener a tu propio hijo en el mismo útero en
el que te desarrollaste tú".
Los transplantes de útero le interesan a la medicina desde hace al menos
cincuenta años y, al parecer, existen grupos de investigación dedicados
a conseguir un logro de cuyo coste no he conseguido información y que
presenta nuevos retos filosóficos, médicos y éticos. Sabemos que el
coste de un transplante de riñón en España está estimado en torno a los
83.000 euros, una cifra que debe considerarse económica, en comparación
con lo que cuestan los tratamientos de diálisis y, sobre todo, por la
diferencia en calidad de vida del paciente. Así, es de suponer que un
transplante de útero no debería costar mucho menos. Sin embargo, ese
útero transplantado, según ha explicado Brännström, debería retirarse a
los dos años, lo que sin duda encarece el tratamiento. Además, hay que
incorporar un aspecto bioético nuevo y es el hecho de que no se trata de
un transplante destinado a garantizar la calidad de vida o incluso la
supervivencia, sino una práctica invasiva y altamente costosa con el
único objetivo de solucionar un aspecto no vital, aunque importante. De
hecho, el transplante conlleva la utilización de medicación
inmunosupresora, como en el resto de transplantes, además de otras
terapias hormonales; inconvenientes y riesgos todos ellos a sumar al de
las propias intervenciones quirúrgicas (para introducir y luego retirar
el útero) de receptora y de donante. Sobre la donante, no se mencionan
los riesgos que debe afrontar (una histerectomía voluntaria) ni tampoco
las secuelas físicas o psicológicas, de forma que el grupo de
investigadores se limita a manejar variables entre las que no se
encuentra ninguna reflexión de este tipo.
Deberíamos preguntarnos qué ideología encubre este tipo de experimento
donde, sin duda, se invierten enormes cantidades de recursos mientras
otras necesidades de las mujeres (y no sólo desde el aspecto médico)
siguen sin ser abordadas. No acabo de entender por qué la medicina
insiste en convertir a las mujeres en enfermas, mudando la no-maternidad
biológica en patología, a solucionar por tanto mediante la alta
tecnología biomédica. Es probable que ser madre sea imprescindible para
algunas mujeres, pero no sé si ello justifica convertir, una vez más, el
cuerpo de las mujeres en un objeto cosificado. A veces parece que los
científicos no distinguen entre las ratas del experimento y las mujeres
(los humanos) a quienes se supone que beneficiará este tipo de
investigación. ∆ |