MAYO 2005
No te comas el
mundo
Consumo
irresponsable
Cuatro ONG españolas denuncian que nuestro modelo de
consumo alimentario está generando desastrosas consecuencias en la mitad
más pobre del mundo. Gente sumida en la pobreza y el hambre, daños
medioambientales irreparables o campesinos despojados de sus tierras es
el balance que generan el cultivo de especies que se han introducido con
fuerza en nuestra alimentación. /
Texto: Marta Iglesias.
Q ué tienen en común
la hambruna que tuvo lugar en Argentina hace unos años y la
deforestación del Amazonas, con el consumo de soja por parte del Primer
Mundo? ¿En qué se relaciona la pobreza en Colombia con las flores que
ponemos en casa? ¿Qué tiene que ver la contaminación del mar chileno con
el delicioso y barato salmón que tenemos en el plato? Muchas
consecuencias que tienen un solo origen: nuestro sistema de consumo.
Comencemos por el principio. En un origen el sistema agrario de cada
país era eminentemente local, es decir, se producía para alimentar a la
población de esa zona y más tarde de ese país. Hasta que hace pocos años
se decidió que era más rentable producir alimentos para exportar -una
visión más comercializadora que humana-, que producir para vivir. Y por
supuesto esos cultivos tenían que estar pensados para los gustos de esa
lejana gente que disponía del dinero para pagarlos. Pero tamaño negocio
no podían ponerlo en funcionamiento los campesinos que tenían sus
pequeñas parcelas de tierra, sino que ésta tenía que pasar a manos de
grandes multinacionales que tuviesen la capacidad de gestionar esa
comida en función del gusto del consumidor. Ferrán García, coordinador
de la campaña en Veterinarios Sin Fronteras (VSF), lo resume así: "Se
pone por encima del derecho a la alimentación las visiones comerciales
de la agricultura. Eso hace que el potencial agrario de esos países se
desvíe para generar productos con un interés comercial que no
necesariamente coinciden con lo que consumiría la población local, sino
lo que tiene un valor agregado en el mercado. Se produce aquello por lo
que los consumidores del norte estamos dispuestos a pagar. Seleccionamos
qué se va a producir y quién va a hacerlo, que no son los pequeños
campesinos sino las grandes explotaciones agroalimentarias".
Así fue como Brasil y Argentina se convirtieron en enormes y
monocromáticos campos de soja, cómo los mares de Chile se llenaron de
granjas de salmones o las flores invadieron los terrenos más fértiles de
Colombia. Pero los ejemplos no quedan ahí, porque afectan a casi todo el
planeta. Casos similares los tenemos en los camarones asiáticos, el café
y el té de África, o el azúcar en lugares del Caribe como Cuba o
República Dominicana. Este es el origen de que miles de argentinos
sufrieran una gran hambruna mientras los campos estaban sembrados con
ingentes cantidades de soja lista para exportar en manos de las grandes
multinacionales. Este tipo de comercio es la razón de que las
multinacionales instaladas en Brasil deforesten el Amazonas para
conseguir nuevas tierras para la siembra. Este lucrativo negocio es el
que hace que las tierras más fértiles de Colombia no se destinen para
alimentar a su población sino para producir las flores que adornan el
mundo occidental, y es lo que ha hecho que en Chile se críen salmones a
nivel industrial produciendo espectaculares daños en su medio ambiente.
A todo ello hay que añadir la pobreza a la que se están viendo abocados
los antiguos campesinos que han sido expulsados de sus tierras, sin otro
lugar a donde ir que los pobres extrarradios de las ciudades. Los pocos
que pueden quedarse porque consiguen empleo en estas explotaciones
disponen de míseros sueldos: lo que pagamos por dos docenas de rosas es
el sueldo mensual de una trabajadora colombiana que trabaja en una
maquila de cultivo de flores, y por cada 1.000 euros que ganan las
empresas que venden salmón, los trabajadores de sus empresas ganan menos
de 1 euro.
Sobre estos ejemplos VSF, la Xarxa de Consum Solidari, Acción Ecologista
y Observatorio de la Deuda en la Globalización edifican una campaña que
pretende abrir los ojos a ciudadanos y gobiernos del desequilibrio
natural que está produciendo nuestro modo de vida.
¿Quién genera el consumo?
Si nos damos un paseo por el supermercado y nos fijamos en el lugar de
origen de lo que comemos, podremos llevarnos una sorpresa. Las manzanas
seguramente vengan de China, Chile o Sudáfrica, los espárragos de Perú y
los pescados congelados de Asia, África o algún lugar de Sudamérica.
Probablemente nos consideramos ciudadanos bien informados, preocupados
por nuestra salud y nuestro nivel de vida. Es posible que hayamos
escuchado a menudo los efectos anticancerosos que tiene la soja gracias
a sus isoflavonas, o que hayamos leído algún informe sobre los
beneficios del salmón en el colesterol debido a sus ácidos grasos.
Efectivamente resulta curioso que nuestras necesidades concretas de
salmón y soja se hayan disparado en unos años. ¿De dónde hemos sacado
esas ganas imperiosas de comer estos alimentos, hasta ahora desconocidos
en nuestra dieta? Casi con toda seguridad que de un programa de
televisión que hemos visto, de una tertulia radiofónica o de un estudio
médico publicado en un periódico. ¿Sería posible que existieran equipos
médicos pagados por multinacionales para publicar a los cuatro vientos
los beneficios de ciertos alimentos? Para Ferrán García "aunque es una
opinión muy personal, estoy convencido de que muchas de las necesidades
del consumidor las crean las grandes empresas. Esta necesidad de
importación de los consumidores en muchísimos casos es ficticia. No es
que yo quiera comer mucho salmón, sino que como los márgenes comerciales
son tan altos se produce mucho y luego tienen que colocar ese exceso de
producción. Así que se lanzan campañas de lo beneficioso que es el
salmón, de sus ácidos grasos y de lo bueno que es para el colesterol. Y
con la soja pasa exactamente lo mismo".
En todo caso, el proceso sigue su curso normal cuando hablamos de la
demanda tan alta que hay de azúcar. Este edulcorante está tan asociado a
nuestra dieta que es imposible pensar en un solo día donde no tomemos
algo dulce. Aunque muchos médicos empiecen a decir en voz muy alta que
este edulcorante es casi innecesario para nuestro organismo y que además
es muy adictivo, el incremento se produce de forma desproporcionada y
las multinacionales intentan cumplir con la demanda al precio que sea.
Debido a este bombardeo de información, las ONG que han puesto en marcha
la campaña "No te comas el mundo" pretenden hacer de los ciudadanos
consumidores conscientes y responsables, así como reclamar a los
gobiernos a que no se presten a esos juegos con las multinacionales. En
palabras de Ferrán García, "Deseamos informar al consumidor para que
sepa qué consecuencias tienen nuestros hábitos de consumo. Pero no todo
es culpa nuestra, en este caso son estas grandes empresas y todos los
acuerdos políticos y económicos que firman nuestros gobiernos con los
del sur, o que se firman entre instituciones, los que crean los marcos
idóneos para que estas empresas actúen así".
Deuda social y medioambiental
Todos estos productos que llegan a nuestras manos desde lugares tan
lejanos, lo hacen a un precio totalmente accesible a nuestro bolsillo.
Tomemos como ejemplo el salmón. Hace años era considerado como una
délicatessen, algo para probar en una celebración especial. Hoy es uno
de los pescados más baratos del mercado, su precio oscila entre 5 y 6
euros el kilo. ¿Por qué es tan barato? ¿Es ese su precio real? Por un
lado hay que tener en cuenta que las empresas hoy en día acuden al país
donde puedan producir con mayor margen de beneficios. Luego se produce
en tal cantidad que los precios descienden, y si a ello sumamos los
bajos salarios que pagan a los trabajadores aún se puede tener más
ganancias. Si hablamos de los cultivos, tenemos que señalar que este
modo de producir está acabando con la soberanía alimentaria de los
países, porque al cultivar para el norte dejan de tener alimento en
cantidad, calidad y variedad para sus propios ciudadanos.
Este modo de vida está generando una serie de responsabilidades añadidas
que no van incluidas en el precio de estos productos. Una es la deuda
medioambiental que estamos contrayendo con estos países. La manera
masificada de producir está empobreciendo el suelo, y el modo de
repartir los herbicidas está generando casos de intoxicación a partir
del agua de los ríos. En el tema del salmón por ejemplo, se pierde
alrededor de un 20% del pienso que se les da y que cae al mar,
contaminando el fondo marino. Si hablamos de las flores el tema es más
extenso: consumen gran cantidad de agua, parte de los plaguicidas
utilizados son ilegales y se acumulan en el organismo de los
trabajadores... Estamos contrayendo una deuda medioambiental que
deberíamos de saldar, así como otra social debido a los bajos salarios
que se paga a los trabajadores y a las condiciones en las que se generan
esos productos. A través de maquilas se trabaja en condiciones
precarias, normalmente es un trabajo femenino, se cobra muy poco, con
condiciones ambientales muy duras; en el caso del salmón a bajas
temperaturas, sin material adecuado, y en interminables jornadas. Sin
posibilidad de sindicalización, ni de mejorar esas condiciones.
"Este modo de producir es insostenible, se agota por sí mismo -aclara
Ferrán García-. Llega un punto en el que no se puede producir más, las
tierras quedarán infértiles y la población se rebelará. Pero para no
llegar a ese extremo tenemos que producir cambios que se traduzcan en
políticas reales, y esos cambios vendrán a través de una presión social
fuerte y coordinada que creo que se está empezando a producir".
No hay nada más absurdo para las leyes de la tierra que no producir para
los que caminan sobre ella sino para los dictámenes de tierras lejanas.
Partiendo de este pensamiento ilógico que rige la agricultura actual,
todo lo demás se desarrolla en una negativa cadena. ∆ |