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Si la atención de personas dependientes es siempre dura, aquí se añade algo desgarrador: la ausencia mental de la persona a quien se quiere y cuyo cuerpo, machaconamente, sigue recordando su existencia

ABRIL 2005

LA HORA
VIOLETA


PARA QUE NO ME OLVIDES
POR ISABEL MENENDEZ

Ellos son los que no olvidan". Con esta frase, que reproduzco literalmente, concluía un reportaje emitido desde uno de los programas mejor elaborados de la televisión pública, "Documentos TV". La frase se refería a los cuidadores, casi siempre mujeres, de las personas que padecen el mal de Alzheimer, la maldición del siglo XXI. Así se recogía la memoria de una enferma, depositada en la de su octogenario marido, quien había ido grabando, año tras año, la evolución de la enfermedad de la mujer con la que ha compartido su vida. Las imágenes rodadas con un vídeo doméstico, con los dígitos blancos de la fecha insertados en la pantalla, iban revelando el deterioro físico y mental de una mujer que, en pocos años, había pasado de ser una persona autónoma a alguien dependiente.
El tono del reportaje era serio, de claro contenido social y muy lejano del tratamiento morboso. A pesar de todo, las lágrimas surgían con facilidad ante la crudeza de los itinerarios vitales de sus protagonistas. Mostraba historias dolorosas, de distintas mujeres y también algunos varones, a quienes el destino ha obligado a perder a las personas a quienes han querido, mucho antes de su desaparición, incluyendo un largo calvario físico y mental que les ha convertido en torturados espectadores del sufrimiento y la decadencia de sus seres queridos. El hilo conductor incidía en que se trata de una enfermedad especialmente cruel porque incluye dos muertes distintas: la muerte neuronal, que termina con la memoria primero y con casi todo el raciocinio después y más tarde, a lo largo de un proceso que puede durar muchos años, la muerte física de un cuerpo agotado y silencioso. Durante ese terrible camino, quienes se hacen cargo de su cuidado, generalmente personas unidas por lazos afectivos, habrán sufrido en el corazón cada una de las cornadas de la enfermedad. Si la atención de personas dependientes es siempre dura, aquí se añade algo desgarrador: la ausencia mental de la persona a quien se quiere y cuyo cuerpo, machaconamente, sigue recordando su existencia mediante las sevicias de la propia enfermedad: pérdida del habla y del movimiento, imposibilidad para tragar, ausencia de control de esfínteres, etc.
El reportaje denunciaba las carencias de los servicios públicos, incapaces de resolver el conflicto entre la necesidad de cuidado de las personas enfermas y el agotamiento o la imposibilidad de asumirlo por parte de las cuidadoras. Quizá inconscientemente, caía en una dicotomía curiosa. La mayoría de testimonios eran de mujeres cuidadoras, a cargo de sus esposos, sus madres o sus hijas. Éstas no se quejaban, a pesar de disponer de todo el derecho para hacerlo. Únicamente pedían ayuda porque estaban agotadas, ya que las distintas fases que atraviesa la persona enferma, incluye momentos de tensión emocional muy difíciles de soportar junto a una demanda de fuerza física y disponibilidad temporal enorme. Pedían ayuda también porque carecían de medios técnicos para aliviar la carga de trabajo que implica (grúas para levantar a las personas de la cama, sillas de ruedas, centros especializados, etc.). Y, la mayoría de ellas, reconocía que se sentía culpable por dejar a su ser querido en un centro de día, al que acudían por la noche con el corazón encogido a causa de lo que ellas mismas consideraban un abandono, una consecuencia de la socialización diferencial que exige de las mujeres la asunción directa del cuidado como prioridad. También aparecía la solidaridad femenina como remedio, algo que las mujeres conocemos bien. Quizá por eso, el retrato de los cuidadores varones, ancianos entregados en cuerpo y alma a sus esposas, se relataba desde el amor que sentían por ellas y que el monstruo de la enfermedad no había logrado mermar. Sobrecogedoras eran las explicaciones de esos hombres que superaban los problemas de presupuesto con ingenio. Todos ellos, como las cuidadoras, dignos y dignas de no ser olvidados. Porque el hecho es que apenas se recuerda a esas personas que han dejado de vivir para otras, únicamente por amor, y cuyas necesidades son invisibles para la sociedad. Para que no les olvidemos. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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