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NOVIEMBRE 2004
RELIGION
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La
asignatura de Religión fue siempre algo descafeinado, incluso en
aquellos tiempos en los que la Iglesia llevaba a Franco bajo palio
para que les respetara su parcela de poder. |
Andan las cosas revueltas con eso de
suprimir la obligatoriedad de la asignatura de Religión. Los curas y obispos
están que trinan, porque ello supone una pérdida de categoría, lo opcional
no tiene el mismo peso específico que lo obligatorio, es evidente.
Pero, aparte de todo lo que se dice sobre si éste es un Estado laico, que lo
es, sobre el respeto al derecho de cada uno para elegir su propia religión,
su propia espiritualidad, y también sobre la no interferencia de la Iglesia
en las libertades personales de conciencia y decisión sobre la vida y obras
de cada uno, aparte de todo eso, alguien debería meter también las narices
en lo que es la temática en sí de la referida asignatura, o dicho de otra
forma, en las "verdades" históricas que se pretenden enseñar, en la
naturaleza de las enseñanzas religiosas que se imparten, en los valores
espirituales que se desprenden de tales "verdades", la mayoría de ellas no
sujetas a discusión alguna, aunque ya muchos estudiosos han demostrado que
no son correctas.
La asignatura de Religión, desde siempre, nos ha contado historias muy
bonitas, pero absolutamente inaceptables para cualquier mente lógica. En
todo su contenido se ve la mano del Vaticano deformando la realidad a su
conveniencia, presentando un Dios que no se parece en nada al "Padre" que
Jesús tanto nombraba, inculcando una visión retrógrada del verdadero
concepto de la libertad, del amor y de las relaciones entre los seres
humanos, que no dependen de la supervisión de terceros, que es el lugar que
la Iglesia se reserva para sí, sino de la intención, necesidad y buena
voluntad de cada uno.
Está de sobra demostrado a estas alturas que la labor de la Iglesia y sus
métodos de enseñanza no hicieron mejor al mundo, no consiguieron que el ser
humano evolucionase hacia una concepción más espiritual de la vida, de la
existencia al lado de otros seres vivos.
En realidad eso es así porque ellos mismos tampoco están capacitados para
mostrar un camino diferente, tal vez porque no lo sienten, tal vez porque no
creen en su posibilidad, tal vez porque, al fin y al cabo, son también seres
humanos.
La asignatura de Religión fue siempre algo descafeinado, incluso en aquellos
tiempos en los que la Iglesia llevaba a Franco bajo palio para que les
respetara su parcela de poder.
Pero a los alumnos nunca nos produjo ninguna sensación especial, más bien
era la clase para relajarse, jugar, distraerse o preparar la siguiente
clase. Y eso sigue siendo así.
La Iglesia no debe culpar a nadie si su oferta no es atractiva, si su
asignatura no tiene peso específico, si a los jóvenes no les dice nada.
Además, un padre tiene el derecho y el deber de conocer lo que le enseñan a
su hijo, y si no está de acuerdo con ese tipo de enseñanza debe tener la
opción de escoger otra cosa.
Si la Iglesia exige la obligatoriedad de su asignatura, es porque quiere
imponer unas ideas, unos valores, que nunca, nunca, deben ser impuestos a
nadie. Ni siquiera Jesús imponía sus enseñanzas. Y cuando existe la
necesidad de imponer, es porque el producto en sí no ofrece demasiadas
garantías, o porque no se quiere perder el estatus personal, que en el fondo
es lo que de verdad interesa, más allá de la bondad de la enseñanza
religiosa en sí.
Dicho de otra forma, a la Iglesia le preocupa mucho más perder su
privilegiada posición de poder en la sociedad que el hecho de que las nuevas
generaciones conozcan una historia descafeinada, abarrotada de dudosos
"santos" y "mártires", que reciban una formación espiritual que les sirva
para algo más que para sacar una nota que cuente en la evaluación final del
curso.
Por otra parte, arremeter contra el gobierno socialista, lanzar acusaciones
desde los púlpitos, promover campañas y manifestaciones populares, dice muy
poco de una institución que tenía que preocuparse más de revisar su fe y sus
mecanismos internos y verificar si son dignos de pretender ostentar el
título de "representantes de Dios en la Tierra".
Que cada cual escoja libremente lo que quiere creer, su propia
espiritualidad, y no mezclemos a Dios con el César.
A cada uno lo suyo. Aunque la Iglesia hace tiempo ya que escogió al César.
/ MC |
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