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NOVIEMBRE 2004
LA OTRA REALIDAD
E xisten dos niveles de existencia.
Uno, el cotidiano, en el que se mueve todo lo que nos rodea y el mismo
hombre. Es un nivel creado por el hombre, lleno de infinidad de cosas, de
objetos, de formas, de valores, de pensamientos y sentimientos que se
entremezclan y se disputan la supremacía de este espacio menor habitado por
el ser humano y los demás reinos.
Otro, el que no está sometido al tiempo ni a las formas. Es un nivel más
etérico, que compenetra al primero como el agua compenetra a la esponja. En
él se originan las causas primordiales que dirigen la vida en el planeta.
De él surgen las grandes corrientes de Energía que marcan los ciclos mayores
de la vida, de la humanidad, dirigiéndola hacia un objetivo diseñado por una
Mente que es a su vez el Origen de todo y de todos.
Mientras la vorágine del primer nivel continúa en su ritmo sin sentido,
atrapando a las vidas en una desenfrenada carrera hacia ninguna parte, en el
segundo nivel se diseñan los pasos futuros, se separa lo útil de lo inútil,
se entrega a la destrucción lo que se ha desviado de su camino original y se
crean nuevas formas que irán reconduciendo los pasos hacia lo correcto.
Y todo ello se contempla como parte de un experimento en el que el hombre es
el principio y el fin, porque el hombre posee una incipiente mente que ya es
capaz de tomar decisiones, pero que aún le cuesta sintonizar con la
realidad, con la razón primordial de la creación, con la Mente del Uno,
creador, diseñador del proyecto.
En el primer nivel el hombre se cree poderoso y se atreve incluso a jugar a
ser poderoso, a ser "dios".
Desde el segundo nivel se contempla su juego con benevolencia, con la
certidumbre de que aprenderá a base de lecciones, de fracasos, de dolor.
Y mientras el hombre juega a ser "dios", a su alrededor, delante de sus
narices, la obra de Dios continúa su paso, su diseño, su proyección. Pero
está oculta en lo cotidiano, en la más absoluta sencillez, en lo tan
elemental que pasa desapercibida para el ciudadano común y mucho más aún
para el prepotente "hombre-dios".
Es algo así como si un magnate estuviera construyendo una gran mansión sin
darse cuenta que el material de construcción contiene termitas, o sea,
contiene en sí mismo la destrucción de lo que construye.
Esa es la gran paradoja. Esa es la jugada maestra del Uno, del Creador.
Por eso el planeta entero y la humanidad que lo habita está, desde siempre,
sometida al ciclo implacable de la expansión y la aniquilación. Grandes
civilizaciones de las que sólo quedan rastros. Hombres-dioses de los que no
queda nada. Sueños de poder y gloria que se acabaron convirtiendo en
pesadillas.
Es la rueda eterna de la vida y la muerte de la que nada ni nadie se puede
librar.
Pero hay una salida, una solución. Y es conectar con el segundo nivel.
Captar la idea original. Sintonizar la Energía Creadora y unirse a ella para
que lo manifestado en el primer nivel sintonice en tiempo y espacio con el
Origen.
Para hacerlo así, el hombre tiene que retornar a sus orígenes, tiene que
volverse niño, limpio, puro, sencillo, generoso.
Tiene que sentirse hijo de un Dios y discípulo de Su Mente.
Tiene que "aparcar" su ansia de poder sabiendo que un día podrá conectar con
el verdadero Poder, que es el que su Padre tiene dispuesto para él.
Pero mientras eso no ocurra, la destrucción se encargará de devolver a su
lugar lo que no encaja en el diseño original.
Esta civilización ya está enfocada hacia su destrucción. Una vez más vuelve
a suceder lo mismo.
Pero también es cierto que las semillas de una nueva ya están plantadas. Y
ha ocurrido delante de todos, en la sencillez que nadie ve, entre el ruido
cotidiano y la guerra de los poderosos por el falso poder.
Es la otra realidad, con la que se convive sin saberlo, la que permanece
ajena al sinsentido de lo creado por el hombre, la que tiene que ver con la
Mente del Uno y su Sueño.
Es el Sueño en movimiento permanente. ∆ |
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