MARZO 2004
EL SECRETO DE LOS
GENES
Están en todos los seres vivos, se les encuentra en
el interior de las células, y determinan tanto nuestro cuerpo
como nuestra personalidad. Hablamos de los genes, los responsables del
grandioso plan genético de cada organismo.
Hasta hace poco se les veía como simples instrucciones para construir el
cuerpo, pero ahora los biólogos los
asemejan más a pequeñas "vidas" que tienen sus propios conflictos,
guerras e incluso "sueños".
Texto: José
M. López.
¿Por qué estamos
vivos? La pregunta, aparentemente tan sencilla, tiene mucha miga y la
respuesta es: por los genes. Pero, ¿cómo puede hacer un filamento de
genes que algo viva? En realidad la vida es algo difícil de definir,
pero sabemos que cuenta con dos condiciones indispensables: el
desarrollo y la reproducción. Para llevar éstas a cabo, el cuerpo
necesita instrucciones, y esa información se almacena en todos los seres
vivos en los genes. Por lo tanto, son éstos los que marcan la frontera
entre lo viviente y lo no viviente.
EL LIBRO DE LA VIDA
Los genes forman parte del ADN, esa larga molécula en forma de espiral
que contiene la esencia de la vida y de la herencia. Su propio nombre
recuerda al de Adán, el primer hombre, y como él también es la primera
molécula de la que parte toda la información para que se pueda construir
un ser vivo. La mejor forma de entenderlo es visualizando que se trata
en realidad de un libro. Todos los seres vivos tienen un libro con sus
instrucciones, ya sea un hombre, una bacteria, un árbol o una ballena.
En función de la complejidad del organismo podrá tener un pequeño libro
o una gran enciclopedia. El del hombre tiene 3.000 millones de letras,
que es el equivalente a 5.000 libros. Además este gran libro tiene
veintitrés capítulos llamados cromosomas, y en cada capítulo existen
miles de historias llamadas genes. Las historias, por último, están
escritas con un abecedario de tan sólo cuatro letras.
Definir lo que es un gen no es tan fácil, pero nos llega con saber que
es en realidad un fragmento, una secuencia de ADN más o menos larga que
tiene una función biológica concreta. El hombre posee unos 30.000 genes,
y cada mes es noticia el hallazgo de centenares de ellos relacionados
con alguna enfermedad o determinada función. En los genes está escrito
todo lo que somos y todo lo que podemos llegar a ser, tanto a nivel
físico como de la personalidad. Determinan nuestro sexo, altura, color
de la piel, constitución, tendencia a desarrollar enfermedades,
longevidad, etc. Así mismo también condicionan nuestra inteligencia,
carácter, tendencia sexual... pero en este terreno de la personalidad
sólo hacen eso, condicionar, porque aquí entran en juego otros muchos
factores que los biólogos denominan ambientales. Es decir, el entorno en
el que se desarrolla la persona, su capacidad de decisión, su voluntad,
etc.
Todo esto son los genes. Sin embargo hasta aquí, la idea que se puede
sacar es que los genes son simples instrucciones pasivas para fabricar
lo que requiera el organismo. Pero nada más lejos de la realidad. Los
científicos han pasado de tener un concepto de los genes al servicio del
cuerpo, para asumir que el cuerpo es el campo de batalla en el que
luchan por expresarse unos u otros genes. Se sabe que entre ellos hay
conflicto, supervivencia e incluso guerra, una auténtica guerra por
expresarse, por permanecer. "La guerra de los cuatro mil millones de
años", como la definieron los científicos M. Majerus, W. Amus y G. Hurst
en referencia a lo que sucede desde que el hombre es hombre y a lo largo
de toda su evolución.
LA GUERRA DE LOS GENES
Uno de los mayores ejemplos de esta guerra es la que sucede desde hace
millones de años entre los genes del cromosoma masculino Y con los del
femenino X. Se ha descubierto que el cromosoma X ha acumulado durante
milenios genes perjudiciales e incluso destructivos para los hombres, y
beneficiosos para las mujeres. Y viceversa, los cromosomas Y acumularon
genes beneficiosos para los hombres y dañinos para las mujeres. Algunos
científicos incluso han querido ver en este nivel molecular, la razón
última del conflicto que existe entre sexos, entre hombres y mujeres.
Sin embargo este eterno conflicto tiene ya un claro ganador. Recientes
investigaciones realizadas en distintos países han coincidido en que el
cromosoma masculino Y está en vías de extinción y que por lo tanto el
cromosoma X es el vencedor de esta guerra.
Este hecho ya demostrado nos conduce a muchas preguntas: ¿Qué cualidades
del cromosoma X fueron las que determinaron la victoria sobre el Y?
¿Cómo será nuestro planeta cuando desaparezcan los rasgos típicamente
masculinos de todas sus especies? ¿Qué otras cualidades del cromosoma X
se podrán desarrollar sin el acoso del Y? Éstas preguntas planteadas
actualmente parecen de ciencia ficción, pero el futuro está escrito en
nuestros genes, y éstos marcan un futuro claramente femenino.
Existen genes parásitos o egoístas y existen genes tan vitales para
nosotros como el "ángel guardián del genoma". |
Otro ejemplo de los conflictos que existen a nivel genético es el de la
enfermedad. Importantes genetistas empiezan a afirmar que todas las
enfermedades son genéticas, aunque por supuesto, también sean decisivos
otros factores. Ante las enfermedades hay coordinación de genes pero en
ocasiones también choques de intereses, hay activaciones y
desactivaciones... Pongamos por ejemplo un conflicto realmente
devastador: el del cáncer. El cáncer es en realidad una enfermedad de
los genes. Su origen hay que buscarlo en unos genes con los que cuentan
todos los seres vivos: los llamados oncogenes. La función de éstos es la
de estimular el crecimiento celular, pero el problema surge cuando se
activan en un momento que no deberían hacerlo. Eso produce crecimientos
celulares sin control, que es lo que conocemos como cáncer. Estímulos
como el tabaco, los rayos solares, una mala alimentación, el estrés,
etc., facilitan el mal funcionamiento de esos genes, pero también la
edad es decisiva. Sin embargo, los oncogenes son controlados por otros
genes llamados "genes supresores de tumores" que evitan que el cáncer se
llegue a producir. Son algo así como policías encargados de cuidar el
genoma, y con su activación se inicia la guerra por la supervivencia.
Pero incluso estos genes supresores pueden fallar e inactivarse. En ese
momento, y como última barrera en esta guerra genética contra el cáncer,
se activa un gen muy especial llamado TP53. Cuando este gen detecta la
conducta anormal de una célula que puede llegar a ser cancerosa, envía
instrucciones a los genes del interior de esa célula para que desde el
interior la destruyan, es decir les obliga al suicidio. El TP53 es el
último eslabón para ganar esta desesperada batalla y tal es su
importancia, que los biólogos le han puesto el sobrenombre de "ángel
guardián del genoma".
Quizás la mejor manera de entender todo esto es visualizar a los genes
como pequeñas vidas. Vidas que luchan por expresarse, por sobrevivir,
por imponerse... Hay vidas que existen con objetivos vitales para la
supervivencia de la persona y vidas egoístas que existen por la simple
razón de que tienen aptitud para duplicarse, que hacen cosas para su
propio beneficio y no por el bien del organismo. Estas últimas vidas
-conocidas en realidad como "genes egoístas" o "genes parásitos"-
suponen aproximadamente un 35% del ADN humano. Un porcentaje que se ha
conocido gracias al Proyecto Genoma Humano, y que produjo gran
desconcierto en la comunidad científica. Matt Ridley, autor de Genoma,
explica la sorpresa de los genetistas que afirmaban que si algo había en
el genoma humano debía ser útil para los humanos en vez de tener su
propio objetivo: "los genes eran simples recetas de proteínas. No tenía
sentido pensar que tuvieran metas o sueños". Pero como afirma Ridley "la
insinuación [de que los genes tienen metas] se ha defendido de un modo
espectacular. Los genes se comportan realmente como si tuvieran
objetivos egoístas, no de una forma consciente, sino retrospectivamente:
los genes que se comportan de esta manera prosperan y los genes que no,
no".
MENTE, CUERPO Y GENES
Otro de los enfoques que han ampliado los biólogos últimamente con
respecto a los genes, es el de su vínculo con la mente y el cuerpo. Se
sabe que existe un triángulo genes-mente-cuerpo en el que cada parte
depende de las otras y viceversa. Los genes dominan tanto a la mente y
al cuerpo, como éstos pueden dominar a los genes. Esta revolucionaria
afirmación es consecuencia de las más recientes investigaciones
genéticas. Ahora se sabe que esos genes, esas "vidas", se pueden activar
o desactivar de un modo consciente o inconsciente. En este punto, la
famosa frase de Van Helmont "toda la vida es química" cobra un sentido
absoluto. Todos nuestros pensamientos, emociones y sentimientos tienen
una perfecta traducción química en nuestro organismo. El estrés, la
serenidad, el odio, el amor, la sonrisa... disparan centros de actividad
de nuestro cerebro que producen sustancias químicas que a su vez se
precipitan por todo el cuerpo activando genes. De este modo nuestros
genes se encuentran a merced de nuestra voluntad, pero a la vez también
estamos influenciados por nuestros genes. Lo más importante de todo esto
es la deducción a la que nos lleva: nosotros somos los responsables de
la transformación de nuestro genoma. Una afirmación revolucionaria,
teniendo en cuenta que no hace demasiados años se creía que la mutación
del genoma se debía a factores externos como la exposición a radiaciones
solares o a determinadas sustancias químicas. Y si nuestro cambio
genético depende básicamente de nosotros, ¿hasta dónde puede llegar?
¿Qué es lo que podemos llegar a transformar y con qué rapidez?
EVOLUCIÓN CAÓTICA
La lentitud de los cambios genéticos es otro de los mitos que se han
caído en el mundo de la genética. Y eso ha sido posible gracias al
estudio de unos genes sorprendentes llamados homeóticos. Se trata de
genes que controlan el desarrollo del cuerpo y que se encuentran en
todos los seres vivos. Ed. Levis fue uno de los investigadores pioneros
de genes homeóticos allá por los años setenta, y descubrió que eran los
responsables del desarrollo de áreas enteras del cuerpo. Su
funcionamiento es complejo, pero baste decir que el cambio de uno sólo
de estos genes homeóticos en un individuo, provoca cambios
espectaculares en el cuerpo. Levis experimentó provocando mutaciones en
los genes homeóticos de moscas y sus resultados fueron increíbles.
Mutaciones de muy pocos genes homeóticos lograban que una mosca
desarrollara un nuevo par de alas, de patas, de ojos o incluso de otras
estructuras. Es decir, de módulos enteros de su cuerpo. Esto hizo
tambalear la teoría de la evolución de Darwin, que postulaba que los
cambios en los seres vivos eran consecuencia de una gradual y lenta
acumulación de mutaciones, que nunca tenía grandes saltos ni
discontinuidades. Gracias al descubrimiento de estos genes se sabe que
la evolución es más caótica de lo que se pensaba, ya que la mutación de
un sólo gen puede provocar grandes cambios y de manera instantánea. Este
descubrimiento además plantea nuevas posibilidades: si existen genes que
controlan módulos enteros del cuerpo, ¿por qué no podría haber genes que
controlaran y pudieran abrir módulos enteros también de nuestra mente?
En genética no está descartado nada.
GENOMA OCULTO
Y con eso damos paso a otra de las facetas más atractivas del genoma: su
parte oculta, la que todavía no se ha descubierto. Existen todavía miles
de genes que los biólogos no saben para qué sirven. Muchos de estos
genes son incluso comunes para todos los seres vivos, y saber para qué
están ahí, no es fácil. Hay genes que codifican más de una función, y a
su vez existen funciones que son codificadas por varios genes. Así mismo
es frecuente el funcionamiento "en cascada": un gen activa a otros
genes, que a su vez activan a otros que son los que llevan a cabo la
función. Funciones que, hay que recordar, no sólo son físicas sino
también mentales, lo que nos da una pequeña idea de la complejidad de
este mundo. La parte oculta del genoma es muy grande, y los biólogos
saben que todavía nos depara muchas sorpresas.
Así que, resumiendo, sabemos que nuestros genes son como pequeñas vidas
destinadas a obedecer y ejecutar órdenes. Que nuestros pensamientos y
sentimientos son auténticos interruptores que activan y desactivan esos
genes. Que los genes guardan órdenes que nos permiten crecer y
desarrollarnos, pero también "sueños" que todavía permanecen ocultos.
Que lo más apasionante de todo es que activar ese sueño, sea el que sea,
sólo depende de nosotros. Y que ese sueño ¿por qué no?, podría ser el de
una nueva raza. ∆ |