DICIEMBRE 2004
EL VOTO DE LOS FARISEOS
Llamarse católico practicante y apoyar a Bush
es una contradicción de tal magnitud que sólo se explica por el
miedo creciente que tienen los católicos
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Bush ha ganado las elecciones y ya poco más se
puede decir al respecto. Bush ha ganado y el mundo ha perdido,
porque su mentalidad no es la de un pacifista, sino la de un señor
de la guerra. Su política es la de imponer su filosofía por las
armas, su método es la mentira, o sea, engañar a los suyos con
falsas amenazas hacia el país, inventarse enemigos, ocultar sus
verdaderas intenciones.
Su falta de respeto hacia las instituciones internacionales es clara
y evidente. Se cree un mensajero de Dios y así actúa.
De todo ello ya se habló mucho y hay quien opina a favor y quien en
contra.
Lo que ahora me gustaría exponer y comprender es la reacción
festiva, alegre, victoriosa de aquellos ciudadanos españoles, o del
resto del mundo, que hacen suya la victoria de Bush y, por tanto, su
política de acoso y derribo.
Y me gustaría comprenderlo porque la victoria de Bush se fundamentó
mayormente en sus creencias religiosas, en sus argumentos
religiosos, en captar los votos de los sectores más religiosos del
país. Y aquí sucede otro tanto de lo mismo. Los que más festejan la
victoria de Bush son los más cercanos a la Iglesia, los que más
presumen de católicos, de poseer elevados valores espirituales.
¿Y cuál es el contraste? yo siempre entendí que la religión
verdadera apuesta por la paz, que el mensaje de Cristo se basa en el
amor, que "quien a hierro mata a hierro muere".
Es incomprensible entonces el apoyo por parte de tales sectores al
presidente más declaradamente genocida que hubo en los EE.UU. Es
incomprensible que se ignore, mientras se celebra su reelección, que
sus bombas siguen cayendo sobre las ciudades iraquíes, asesinando a
cientos de civiles, y todo en nombre de una falsa libertad para el
pueblo iraquí y para instaurar una democracia ficticia mangoneada
por los EE.UU y que, además, nunca verá la luz porque el pueblo
iraquí no la quiere, porque además tienen todo el derecho a escoger
su forma de gobierno.
Llamarse católico practicante y apoyar a Bush es una contradicción
de tal magnitud que sólo se explica por el miedo creciente que
tienen los católicos ante el avance del Islam, miedo a perder su
identidad, miedo de las jerarquías del Vaticano a perder fieles y,
por tanto, poder.
Bush representa para la Iglesia y sus adeptos lo que representó
Franco en su día, o Mussolini, o Pinochet, o Videla, o sea, un
caudillo contra las huestes infieles que están lejos del camino
recto, que suponen un peligro para los valores tradicionales y,
sobre todo, una amenaza contra la hegemonía de la Iglesia católica
en el mundo.
No entiendo que sucede en la cabeza de quien se considera cristiano
y a la vez apoya a Bush, que es apoyar la guerra ilegal, que es
apoyar el exterminio porque sí, que es apoyar la mentira, la
hipocresía y el poder a cualquier precio.
Pienso que una vez más, la Iglesia y sus adeptos dan la medida real
de sus convicciones, que no son precisamente las que Cristo dejó
como herencia, tales como la fraternidad universal, la verdad
inalterable de que todos somos hijos de Dios, la búsqueda de la
pacífica convivencia por encima de todo.
Bush representa el brazo armado, el ejército poderoso que un día la
Iglesia manejó y con el que se inventó unas "santas" cruzadas bajo
la cruz y el cáliz sagrado.
Bush encarna esa parte de "Dios" que nos hicieron creer como
verdadera, el "Dios" iracundo que destruye a los que no se someten a
su ley, el "Dios" justiciero, el Dios vengativo.
Pero ese "Dios" no es el Dios de Jesús, el Padre de todos, no
importa raza, creencia o ideología.
Ser cristiano y votar a Bush, ser católico y apoyar a Bush, es la
mayor contradicción que existe, y a la vez un síntoma evidente de la
decadencia de una religión que lleva dos mil años crucificando a
Jesús, tergiversando sus enseñanzas, sustituyendo el amor por el
miedo y el perdón por la venganza.
Los católicos han apostado, una vez más, por el caballo equivocado.
Mejor les sería repasar su fe, revisar sus conciencias y preguntarse
si una madre iraquí, con su hijo en brazos, reventado por las bombas
de Bush, no es también una criatura a la que Dios ama.
/MC
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