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AGOSTO 2004
LAS DIOSAS DE LAS
MONTAÑAS
El hombre mira a la naturaleza y ve materia, formas. Pero la materia
es tan sólo el vehículo de expresión del espíritu, y la naturaleza es la
consecuencia de la creación de infinidad de entidades de todo tipo y
condición, desde los pequeños devas o ángeles creadores hasta las magníficas
Entidades Angélicas conocidas como Elementos.
En la naturaleza que nos rodea destaca de forma muy especial la montaña. La
montaña ha sido siempre, para todas las civilizaciones, la morada de los
Dioses.
Siempre fue temida, respetada y venerada. Siempre fue escogida como lugar de
culto, de rituales, de sacrificios y ofrendas a los Dioses.
Y la verdad es que no iban muy descaminados, porque en realidad cada montaña
posee una Entidad femenina que mora en ella, una "Diosa" que la protege, que
la cuida y que vela por la evolución de las vidas menores que habitan la
montaña.
Entre los pueblos sherpas, aún en la actualidad sigue viva esa creencia,
hasta el punto de que nunca se adentran en ella sin antes hacer una ofrenda
a los "Dioses" y pedirles permiso y protección.
El hombre occidental, en cambio, considera esas cosas como simple costumbre
de pueblos atrasados y, en el mejor de los casos, se limita a respetar las
creencias, pero mirándoles con arrogancia y superioridad, como si un asunto
de ignorantes se tratara.
Pero lo que ocurre es que el "hombre moderno" ha perdido el contacto con la
realidad y la sensibilidad que ello aporta a la vida, y aunque se cree
sabio, es el mayor ignorante, porque no existe mayor ignorante que aquel que
se cree que sabe.
La verdad es que las montañas han sido, son y serán la morada de Entidades
Angélicas Superiores, Entidades a las que no se puede catalogar como
"buenas" o "malas", porque su cometido está fuera, más allá, de esa
concepción dual de la existencia.
Su "labor" obedece a "razones superiores" que habría que buscar en la Mente
que diseñó la naturaleza, y en el equilibrio de la naturaleza la montaña
ocupa un lugar fundamental.
Por otro lado, la atracción que la montaña ejerce sobre millones de personas
en todo el mundo, obedece no sólo a su atractivo, a su belleza, sino más
bien a la característica, a la cualidad, de las Entidades que moran en
ellas.
La montaña despierta el espíritu de la aventura, del riesgo, cualidades que
tienen mucho que ver con la verdadera naturaleza del hombre como criatura
por excelencia del Creador, del Uno.
Por ello, a medida que el hombre ha ido evolucionando ha ido perdiendo el
miedo a la ira de los "Dioses" que habitan la montaña y ha ido creciendo la
necesidad de penetrar en ella, de descubrirla, incluso de la mal enfocada
pretensión de conquistarla. Pero los más humildes y sabios montañeros saben
y dicen que a la montaña nunca la conquistas, tan sólo la asciendes si ella
te lo permite. Sin querer están hablando igual que los "antiguos", o sea, si
los "Dioses" nos lo permiten podemos entrar en la montaña.
Es evidente para todos que la montaña tiene su vida propia, sus ciclos, su
"lógica", incluso su imprevisible comportamiento. Ello indica claramente que
existe una "Vida" en ella, algo que funciona al margen de todo y, sobre
todo, de las pretensiones y proyectos del ser humano.
Los verdaderos montañeros, si por verdaderos entendemos los más respetuosos,
los más humildes, cuanto más "conquistan" más se funden con esa "Vida" que
mora en la montaña, y cuanto más se funden más la necesitan, como si al
fusionarse con ella estuvieran siendo partícipes de otra realidad, de otra
dimensión, con la que esa "Vida" les pone en contacto.
Y el hecho de que las Entidades Angélicas que habitan las montañas sean de
naturaleza femenina, explica el por qué la mujer, a medida que se va
liberando, se va sintiendo atraída más y más por la montaña, mientras que el
hombre ha pagado un alto precio por su afán de conquista, y sólo muy pocos
han podido disfrutar de una larga vida en las montañas, de una larga
experiencia, curiosamente aquellos que han sido más respetuosos con la
montaña y, sobre todo, con los pueblos que habitan la montaña.
Es una asignatura pendiente para todo aquel que ame la montaña, que se
sienta atraído por ella, el descubrir en su silencio, en su magnetismo, en
su interior, la cualidad diferencial de la "Vida" que la rige, que habita en
ella, porque cada una es diferente, y quien así lo consiga irá
enriqueciéndose espiritualmente, porque dicha "Vida" comparte con quien
sintonice con ella toda su sabiduría.
Busquemos en cada montaña el rostro femenino de la Creación y encontraremos
el camino para descubrir nuestra propia naturaleza, nuestra propia
identidad. ∆ |