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VERGÜENZA
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Si no hay dimisiones, si no actúa la justicia, entonces nuestra
democracia está definitivamente podrida. |
La historia inacabada del Prestige pone
en evidencia, una vez más, los pilares básicos de esta sociedad democrática,
de sus valores, de sus principios y de la integridad moral y cívica de sus
dirigentes.
Toda la historia, desde sus comienzos, está plagada de errores.
Pero si analizamos a fondo el origen de estos errores, las conclusiones son
tan relevantes que hablan por sí solas, aunque en realidad existe una
conclusión global que las abarca a todas, y es que la clase dirigente, los
gobernantes, están tan lejos de la realidad de la calle, que cuando algo tan
grave ocurre su reacción es, por lógica, lenta y desafortunada.
Y ello refleja la realidad en la que siempre nos movemos.
Los dirigentes políticos se han olvidado, bien es cierto que tampoco nadie
se lo recuerda, que son empleados del pueblo, pagados por el pueblo y
elegidos por el pueblo. El olvido de tan elemental principio hace que todo
lo demás sea un sin sentido.
La prepotencia, las mentiras, las salidas de tono, de Fraga y Cascos, nos
recuerdan los tiempos de los ministros de Franco.
Sencillamente, si tuvieran un mínimo de vergüenza y dignidad, la que debe
ostentar un político demócrata, habrían dimitido ya.
La actitud de Aznar en toda esta historia es patética. Dio y da cobertura a
sus ministros, justificó errores, disculpó a Fraga, se salió por la línea
fácil insultando a la oposición, y no tuvo el valor suficiente para aparecer
por Galicia, porque intuye la que le puede caer.
Pero, además, dio prioridad a asuntos de mucha menos importancia que los que
ocurrían, a menos, claro está, que el chapapote de Galicia y sus
consecuencias no sea un asunto que esté a la altura de su caché político, o
sea, que se le quede pequeño, por lo que delega en otros.
Es más importante reunirse con Rouco Varela para preparar la visita del Papa
a España, por ejemplo. O con Berlusconi para borrar del mapa el programa
"Caiga quien caiga", una espina clavada en su trasero.
Y mientras los gallegos y los voluntarios de todas partes daban un ejemplo
al mundo de solidaridad y sacrificio, los dirigentes y expertos, desde su
poltrona, no se aclaraban de nada, teniendo que rectificar cada vez que
hablaban y perdiendo un tiempo tan precioso que ya nadie podrá recuperar.
Todo de vergüenza. Todo lamentable. Todo patético.
Pero es lo que hay, la realidad que nos muestra en manos de quien estamos.
Gente aferrada al poder, chupando del poder, embriagados con el poder, y
lejos, muy lejos, de la realidad que se cuece día a día en la calle.
Y así no se puede gobernar. Pero habría que cambiar las reglas de esta
democracia para que no pudieran crecer a su sombra personajes siniestros,
vampiros que se nutren del esfuerzo y la sangre de los ciudadanos, "dioses"
con los pies de barro que ostentan un desprecio insultante hacia las clases
"bajas", que se consideran intocables, en posesión de la verdad y, por
tanto, no sólo no toleran la más mínima crítica, sino que además si pueden
te borran del mapa por decirles en la cara la verdad.
Sólo queda confiar en que todo lo que sucedió, sucede y sucederá en Galicia
sirva para que de una vez por todas se arrinconen los fósiles, se acabe ya
con una sociedad feudal, patrimonio de cuatro fachas, y se dé al pueblo lo
que es del pueblo, que es todo, porque es quien lo trabaja, quien lo sufre y
quien se lo merece. Y nada de esta catástrofe hubiera ocurrido si no
tuviéramos un gobierno servil, que se pliega ante todos, que lo permite
todo, y que se mueve por intereses internacionales que a nosotros sólo hacen
que perjudicarnos.
Lo dicho, todo de vergüenza, de esa vergüenza que te enciende por dentro y
que pone en peligro el equilibrio interno y el control sobre las emociones.
Y aunque lo más importante ahora es ayudar a los perjudicados, los
responsables de este atropello no deben quedar impunes.
Si no hay dimisiones, si no actúa la justicia, entonces nuestra democracia
está definitivamente podrida.
La respuesta en el tiempo./
MC |
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