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TIEMPOS DE JUSTICIA
P rimero fue la Tierra, la Madre
Tierra, y ella parió a sus hijos, los hombres, y les dio de todo para su
existencia.
Los hombres al principio eran niños, y como tal vivían unidos a su Madre. Su
pureza les permitía comprender a la naturaleza, sus leyes, sus ciclos, sus
misterios. El hombre niño se comunicaba con su madre y sabía lo que ésta le
enseñaba, que era fundamentalmente el respeto a la vida y el carácter
sagrado de ésta. El hombre-niño cogía sólo lo necesario para su existencia,
y cuando lo hacía daba las gracias a la Madre Tierra por su generosidad.
Pero el niño creció y se volvió adulto. Su evolución fue paralela a su
ruptura con la naturaleza. Perdió su pureza y se olvidó de lo sagrado. Dejó
de hablar con la Madre Tierra y empezó a coger más y más, mucho más de lo
que necesitaba, rompiendo así el equilibrio inicial, olvidándose de las
leyes sagradas que había conocido y de las que dependía su existencia.
La soberbia sustituyó a la humildad. Se llegó a creer un "dios" con poder
para manipularlo todo a su antojo. Explotó sin medida la generosidad de los
mares, de las tierras. Extrajo de las entrañas de la Madre Tierra los
fluidos vitales que convirtió en argumentos para tener más poder, para
someter y esclavizar a los menos poderosos, convirtió la existencia en una
absurda carrera hacia su propia autodestrucción, porque se olvidó de que la
Madre Tierra tiene vida propia, y de que su generosidad sólo tiene el límite
de la justicia, pero cuando ésta interviene todo lo demás se retira.
Ahora, el hombre adulto envejece. La humanidad entra en el ciclo final de
esta existencia. El niño que un día se confiaba en el regazo de su Madre, la
Tierra, es tan sólo un recuerdo en la memoria de las leyendas. Los
despropósitos del hombre-adulto están empezando a pasar factura, y la Madre
Tierra, con la colaboración de los cuatro Elementos, está comenzando a dar a
su hijo la gran lección, la gran enseñanza, porque éste rompió el equilibrio
y eso tiene un precio.
El hombre-adulto reemplazó el amor a su Madre por el culto al poder. El
hombre-adulto despreció el fluido vital de la vida, el agua, para adorar el
símbolo negro que emana de la muerte y produce muerte.
Ahora, el agua, el símbolo de la vida, escasea en el planeta. Pronto será el
más valioso de los tesoros. Mientras, la humanidad sufre las consecuencias
de su soberbia, de su egoísmo, de su falta de respeto a la vida, a la
naturaleza, a lo auténtico.
No hay soluciones, sólo existen problemas e incapacidad para afrontarlos.
Son muchos los frentes abiertos y, a pesar de todo, aún se continúa erre que
erre en la absurda lucha por obtener más poder a costa de la vida.
Pero nada ni nadie es más poderoso que la misma Vida, y ésta tiene muchas
enseñanzas dispuestas para esta humanidad que se creyó madura y capacitada
cuando en realidad aún no comprendió las lecciones más elementales.
Gota a gota el ficticio poder levantado por el egoísmo de los hombres se
está desangrando, y sus efectos serán catastróficos para la humanidad. Pero
no se busquen culpables, porque todos lo son.
Al haberse perdido el sentido original de la existencia, el porqué y para
qué de esta humanidad, el carácter sagrado de la vida, todo lo demás no
tiene sentido.
La Madre Tierra y sus hijos son un todo que tiene que funcionar en
equilibrio. Si éste se rompe las consecuencias son imprevisibles. Y el
equilibrio hace mucho que se rompió.
Si el hombre supiera ver más allá de sus necesidades materiales, si supiera
escuchar de nuevo la voz de los Elementos, si pudiera leer en los hechos la
razón por la que suceden, entonces comprendería lo que sucede y el porqué de
todo ello, y sabría que no hay más culpable que su propia soberbia, que el
desprecio generado hacia su Madre y a sus propios hermanos.
La ley es para todos, nadie se va a librar.
Pero para quien quiera ver detrás, existe un futuro diferente, donde el
hombre se reconciliará con su Madre, la Tierra, y la lección servirá para
que nunca más se rompa el equilibrio.
Así está escrito y así será. ∆ |
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