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ABRIL 2003
EL HOMBRE Y DIOS
N o existe nada tan inquietante en
la vida del hombre como la presencia, cercana o lejana, de Dios.
Quien no es creyente vive escapando de Dios. Quien es creyente vive buscando
a Dios. Pero nadie puede evitar Su presencia, sencillamente porque Dios es
el Todo y nosotros, cada uno, somos parte de ese Todo.
Otra cosa es la comprensión del Todo, la comprensión de Dios.
Y ahí radica la base de montones de filosofías, de creencias, de teorías más
o menos acertadas, pero ninguna definitiva, precisamente porque el gran
misterio de la naturaleza de Dios es a su vez el gran regalo que recibirán
aquellos que hayan comprendido que el encuentro final con Dios pasa por la
perfecta unión con las demás partes, o sea, con todas las criaturas que
forman la creación, porque todo es una gran red en la cual cada parte tiene
su sentido, su labor, su importancia para el resto.
Dios es como un gran pintor al que sólo se le puede llegar a conocer a
través de Sus cuadros, porque en ellos está plasmada Su idea, Su sueño, Su
voluntad.
Pero, como si de obras multidimensionales se tratara, el observador descubre
poco a poco que él también pertenece al cuadro, que su existencia forma
parte de lo que observa, es más, que el cuadro, o los cuadros, se pueden ir
modificando en función del comportamiento de sus componentes vivos.
Tal vez el gran error del hombre, que es a su vez la razón por la que acaba
negando a Dios, es que busca o persigue a un Dios plano, eternamente
inamovible, invariable. Y la realidad es muy otra, porque Dios es un
"jugador" exquisito que maneja las energías, los colores, el tiempo y el
espacio para dirigir todo su proyecto hacia un fin que sólo El, en Su Mente,
conoce.
El hombre buscador, que sea consciente de esa realidad, se adentrará en su
búsqueda en el más apasionante "juego" que se pueda soñar, donde vida y
muerte son dos aspectos de una misma realidad, donde lo terrible es efímero
y lo maravilloso una ilusión.
Y ahí radica la principal dificultad, porque la mente humana necesita
principios sólidos, bases inalterables, dogmas inamovibles, mientras que
para Dios todo es una circunstancia cambiante, modificable, relativa y
perecedera.
El ser humano puede llorar la muerte de la oruga y las lágrimas le impiden
ver que de ella nació una mariposa.
Para Dios ambas cosas son lo mismo, una manifestación de la vida.
Y Dios observa, con una sonrisa de comprensión paterna, como el hombre
fabrica "dioses" ante la imposibilidad de comprenderle a El, "dioses" a los
que adora, sirve y de los que se esclaviza, porque su visión de Dios es la
de un tirano que exige a sus hijos pleitesía, y a los que pone como
condición para llegar a El el sufrimiento, el dolor, el sacrificio.
Pero nada más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que el hombre confunde
su necesidad de imponerse a los demás, su autoritarismo, con cualidades
divinas emanadas de la misma naturaleza de Dios. Y para situar
definitivamente tales conceptos, hagámonos una pregunta, si Dios posee todo
el poder... ¿Para qué necesita esclavos? ¿Para qué necesita que se le adore?
¿Para qué necesita intermediarios?
Porque hay hombres que se creen "conectados" a Dios, intérpretes y
transmisores de Su Voluntad. Estos son los más vacíos de Dios, los que más
le ignoran, los más desesperados porque no le encuentran, tal vez porque le
buscan bajo sus condiciones, y el acercamiento a Dios tiene que ser sin
condiciones.
El hombre debería empezar a cambiar en su mente el concepto arcaico de Dios
e iniciar la búsqueda definitiva del verdadero Dios, el que se manifiesta a
través de lo sagrado, de aquello que es intocable para el hombre, porque el
momento de la caída de todos los falsos "dioses" está cercano, y sólo
aquellos que posean una mente abierta, muy abierta, podrán comprender al
verdadero Dios.
El ser humano está ante un examen definitivo. Se cierra un ciclo de tiempo y
se abre otro nuevo. El planeta entero vive las consecuencias del cambio.
Todo se mueve. Todo se agita.
Son tiempos de parto. Y el Padre asiste al parto y contempla con alegría el
nacimiento del hombre nuevo, la nueva criatura, la que El soñó. ∆ |
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