Primero el maltrato y luego la cárcel. Así terminó el
segundo matrimonio de Rosa María Batet. Superado el trance, lo ha contado
en un libro: "He sido una mujer maltratada" (Ed. Katelani).
"Cuando veo una manifestación me
parece perfecto, pero ¿qué están haciendo en ese pueblo para que no
continúen matando a las mujeres?"
"La primera vez que me pegó
pensé: quizás está nervioso, quizás le he descolocado yo." |
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Texto: Rami Ramos / Fotos: M.A.Oliva
A pesar de
haber sufrido las palizas de su marido y de pasar por un proceso judicial que
haría palidecer a Kafka, esta catalana se considera una mujer con suerte:
"Dentro de la desgracia, yo he sido privilegiada, porque tenía una independencia
económica, el piso en el que vivíamos era mío, no tenía niños pequeños; pero hay
muchas mujeres que sí tienen hijos y dependen económicamente del marido".
Mujeres que no tienen el valor o la oportunidad de separarse, y que terminan
engrosando esa lista de víctimas mortales, cada vez más larga. O que se pierden
durante años en la estadística callada de violencia doméstica y sistemática, sin
que la ley las proteja en condiciones. A modo de terapia personal, y como
testimonio para quien quiera oírla, Rosa contó su experiencia en "He sido una
mujer maltratada". Lo peor es que es una de tantas. Lo mejor, que esta vez tiene
final feliz.-¿Cómo conociste a tu
marido?
-Veintitrés años después de separarme de mi primer matrimonio, mi hija ya
había terminado la carrera y se iba a emancipar, mi madre era mayor y estaba muy
enferma. Pensé: me voy a quedar sola, es hora de rehacer mi vida con una pareja.
Y escogí la pareja equivocada. Hice un viaje a Cuba, conocí a una persona y ahí
empezó todo. Yo me ilusioné y él vio en mí un pasaporte. Estuvimos cuatro años
carteándonos, volví otra vez a Cuba de vacaciones... al final nos casamos por
poderes y lo traje a España. Evidentemente, era un desconocido. Por carta y por
teléfono la persona es un encanto, no conoces los defectos. Y tenía muchos:
bebía, era irascible, tenía mucha agresividad y la sacaba cuando le llevabas la
contraria. Cuando se le plantearon unas normas a la hora de coger un trabajo, no
lo quiso.
-¿Era el trabajo el motivo de las discusiones?
-Allí trabajan, pero de una forma muy elástica. Los que se dedican al
turismo trabajan solamente en las temporadas altas y luego nada. Para él era
terrible tener aquí un horario de 7 u 8 horas. El trabajo era de camarero en un
club de tenis elitista, con un horario relativamente corto y un buen sueldo.
Pero yo creo que se había hecho la idea de que se casaba con una funcionaria,
para él una persona que viajaba tenía un estatus, y pensó que le mantendría. La
primera vez que discutimos le dije: "Te has equivocado de persona y de lugar. En
España se vive bien, pero trabajando". Al llevarle la contraria me dio una
paliza enorme.
-¿Por qué no lo denunciaste la primera vez?
-Porque había apostado mucho por esa relación. Mi familia, el 90% de mi
entorno me había dicho que me estaba equivocando, y me costaba reconocer que
tenían razón. La primera vez que me pegó pensé: quizás está nervioso, quizás le
he descolocado yo. Las personas agresivas dicen que es una cosa puntual, que han
perdido los papeles porque tú les has provocado.
-Pero volvió a repetirse.
-Y esta vez salí corriendo de casa y fui a denunciarlo. Pero la policía, por
lo general, admite la denuncia y te dice que vuelvas a casa, que esto sigue su
curso en el juzgado. Y te sientes completamente desprotegida, porque cuando
vuelves a casa es cuando el agresor te está esperando para matarte. Él me estaba
esperando con un cuchillo. Cuando lo vi pensé que me mataba, alargué la mano y
lo primero que encontré fue otro cuchillo -la mesa estaba puesta para comer-.
Luchamos y ambos nos herimos. Yo grité pidiendo socorro, vinieron los vecinos,
llamaron a la policía y fuimos al juzgado de guardia. Y ahí nos hicieron una
serie de preguntas a los dos; te machacan a preguntas, en vez de protegerte te
hacen sentir culpable. Yo estaba herida, después se vio que tenía traumatismo
craneal, estaba nerviosa, no era coherente en mis respuestas. Él estaba mucho
más tranquilo, decía que yo le había agredido por un ataque de celos. Y el juez
le hizo caso, dijo que tenía que averiguar las causas y que de momento estaba
detenida en la prisión de mujeres de Barcelona. Imagínate, una persona que nunca
ha tenido problemas con la ley y de repente verte así.
-¿Cómo fue la experiencia en la cárcel?
-Estuve allí diez días, y con todo lo que había pasado fue como un remanso
de paz. Como estaba herida me mandaron a la enfermería y allí encontré mujeres
que me ayudaron mucho. Casi todas estaban allí por problemas de drogas, y a mí
me veían diferente, cuando les expliqué por qué estaba allí me mimaron mucho. En
el libro dedico un capítulo a cada una de las compañeras de celda. Cuando
presenté el libro todas habían salido ya, excepto una, "la viuda negra", que
había cometido cuatro asesinatos. Era una mujer contradictoria, pero con muy
buen fondo, cuando veía a alguien desvalido intentaba proteger y ayudar.
-¿Volviste a ver a tu marido al salir?
-Me llamaba por teléfono. Al principio quería volver, y al ver que yo no
estaba dispuesta me decía que perdería el juicio y volvería a la cárcel. Y yo le
contestaba: "Bueno, ya la conozco y no me asusta". Me chantajeaba, me decía que
si le daba una cierta cantidad de dinero no se presentaría al juicio. Fue una
buena temporada sin verle, pero me llamaba muchas veces. Y luego me dieron la
nulidad del matrimonio, así que cuando llegó el juicio él estaba aquí ilegal.
Tenía un permiso por matrimonio; sin matrimonio, no había permiso.
-¿Cómo es tu vida ahora?
-Es una vida tranquila, mucho mejor de lo que era. Ahora saboreo mucho más
las cosas y les doy mucho más valor. Siempre digo que un hombre no hace a un
colectivo ni a un país, y Cuba es un país precioso, que me encanta, sólo que con
muchas limitaciones, y la gente recurre a la picaresca precisamente por eso.
-¿Qué sientes al ver las noticias sobre violencia doméstica?
-Me veo reflejada en ellas, es dolorosísimo. En Galicia lloré dando una
charla, vino una chica con una niña de unos cinco años y le dice: "Esta señora
ha escrito un libro sobre papás que pegan". Y la niña dijo: "Como a ti, mamá".
Una chica joven, guapa, con cultura. Yo pienso que no hay motivo para aguantar,
lo mío duró dos meses porque pensé que no me habían educado para que me pegaran,
sino para que me respetaran.
-¿Cuál crees que es el origen del maltrato a las mujeres?
-No se puede decir que sea por una falta de cultura, porque el maltrato
existe en todos los niveles sociales. Yo creo que es por machismo. Aunque hay
muchos factores, y no se entiende por qué la agresividad va a más. Hay más
víctimas de violencia familiar que del terrorismo, y por mucho que se rasguen
las vestiduras las instituciones, por muchas manifestaciones que se hagan, no
sirve de nada si no se reforman las leyes. Cuando veo una manifestación me
parece perfecto, pero ¿qué están haciendo en ese pueblo para que no continúen
matando a las mujeres?
-¿Crees que hacen falta más leyes para proteger a las víctimas?
-Las leyes no se aplican bien. Se penaliza más a una persona que rompe la
luna de un escaparate que a un agresor que atenta contra la vida de una persona.
Deberían darse cursos de valoración hacia la mujer, y también poner penas más
fuertes. Sobre todo que la mujer no tenga que abandonar el edificio conyugal,
que esto yo lo encuentro fortísimo. ¿Por qué tiene que ir a una casa de acogida?
Es denigrante. Ya es bastante traumático admitir que la persona en quien has
confiado, la persona que quieres, te está haciendo daño, para que luego tengas
que abandonar tu entorno. Es como si se estuviera castigando a la mujer por
denunciar.
-Hay una frase en tu libro: "Siempre creí que los seres humanos éramos
libres, nacemos libres y debemos tener siempre libertad de expresión, de
pensamiento, de criterios, de obras; siempre tuve una idea equivocada de la
palabra libertad, hasta que me vi privada de ella". ¿En qué cambió ese concepto?
-Yo siempre había sido libre, así que no sabía muy bien lo que quería decir
la palabra libertad. Siempre había tomado mis decisiones: había decidido tener
un hijo, había decidido separarme. Pero cuando me vi en la cárcel empecé
realmente a saborear las pequeñas cosas. Por ejemplo, no sabía lo bonito que es
pasear, antes iba siempre corriendo. No saboreaba un café con un amigo, pero
ahora quedo con ellos y siento la necesidad de hablar tranquilamente. Creo que
la libertad es saborear las pequeñas cosas y tener la capacidad de, por ejemplo,
poder ir un día a trabajar en autobús y otro paseando. Levantarte cada día y
tomar tus decisiones de manera diferente. ∆ |