espués de su experiencia de apenas trece
meses como Ministro de Trabajo y Asuntos Sociales con el PP -actividad de la que
dimitió voluntariamente-, Manuel Pimentel volvió cargado de ideas a su Andalucía
natal para dedicarse al mundo empresarial. Al mismo tiempo está preparando su
tercera novela y ya tiene publicadas dos: "Peña Laja" y "Monteluz" (Planeta).
Manuel Pimentel pronto deja atrás la seriedad con la que llega y en su lugar
aparece una sonrisa serena. Una sonrisa que va dejando paso a un hombre curioso,
inteligente, que mira a los ojos cuando habla, que no evita ninguna pregunta y
confiesa sus limitaciones. Permanece atento a todo lo que está ocurriendo en el
mundo y decidimos acompañarle en sus reflexiones.
-Trabajas en Sevilla, viajas continuamente y además publicas libros. ¿De
dónde sacas el tiempo?
-Básicamente soy una persona que dedica su tiempo profesional a la empresa.
Soy empresario de día y escritor de noche. Todas las noches me pongo a escribir
porque me divierte. Lo hago buscando el placer y, con cierta disciplina, vas
sacando todos los días dos horas, tres horas...
-"La literatura sirve para cambiar el mundo y las conciencias", has comentado
en alguna ocasión. ¿Por eso escribes?
-Lo hago porque me gusta y también porque algo por dentro me pide escribir.
Pero la literatura, el mundo de las ideas y emociones, tiene hoy mucha fuerza y
la seguirá teniendo, a pesar de que algunos aseguren que ha muerto. Todo lo
contrario. La humanidad precisa de emociones, proyectos, ilusiones y las compra
-en términos mercantiles- en el futuro. Hay muchas personas que tienen mucho que
decir y lo dirán con bellísimas expresiones y haciendo reflexionar. E irán
surgiendo ideas porque está escrita en nuestros genes esa capacidad de cambio.
Creo que entramos en una etapa de turbulencia intelectual porque se nos agota
una forma de entender la política, las dimensiones y tenemos un mundo ya muy
pequeño que debemos ordenar de otra manera.
-En tu primer libro "Peña Laja", te adentras en los orígenes del ser humano
-a través de la arqueología y de la genética-, y aseguras que para conocer el
futuro del hombre es necesario estudiar a los homínidos que vivieron en las
cavernas. ¿Por qué?
-Peña Laja es una historia que pasa en la España real y en su trama aparece
por un lado un estudio de nuestros ancestros, de los orígenes. Y por otro,
plantea algunas de las posibilidades que se abren con los últimos
descubrimientos genéticos. Cuando estuve en Atapuerca, me di cuenta de que ambas
cosas son la misma. Me explico: el código genético se modifica, crea individuos
y especies. Por eso, al igual que otros mamíferos, digamos que la humanidad es
una especie animal con dos ingredientes muy especiales que le han permitido
avanzar más rápido: el intelecto y la razón. La cadena evolutiva no se detendrá
nunca, por eso es posible combinar paleoantropología y biotecnología. En el
fondo se habla de lo mismo.
-Apoyándote en esto último, planteas la posibilidad de crear una nueva raza
de superhombres.
-Esta será la gran tentación de la humanidad. Ya lo adelantaba Nietzsche
dentro del campo filosófico. Al final vamos a poder incorporar la mejora
genética a nuestra descendencia. Tardaremos cinco o diez años, o cuarenta. Los
prejuicios morales que ahora existen se superarán porque una madre o un padre
difícilmente van a resistir la tentación cuando un médico les diga: 'mire usted,
es que su hijo no tendrá Sida o cáncer, si sometemos al embrión a esta pequeña
terapia'. ¿Y ese paso quién lo va a poder dar? Los países ricos. Así se abriría
una línea genética evolutiva donde no sólo intervendría el azar de la
naturaleza, sino mejoras a las que no podrían acceder los países pobres. A lo
largo de generaciones y pequeños cambios, habría nacido una nueva especie.
Parece ciencia ficción, pero cuántas cosas que uno se imagina, al final acaban
sucediendo.
-Hablando de imaginación, en tu novela fundes el pasado y el futuro en una
especie de sueño. ¿Cómo sueña Manuel Pimentel el futuro?
-Soy ingeniero agrónomo, y tengo una formación técnica. Tiendo a clasificar
todo, a ordenarlo. Soy muy rectilíneo, pero en cambio me encanta el misterio. El
saber que, por mucho que avancemos siempre habrá espacios desconocidos. Por eso
al final de la novela, en una escena, se dan cita pasado y futuro en un
envoltorio mágico. La vida siempre tendrá ese halo de misterio que consigue
sorprendernos a todos. En cuanto al futuro, nos vamos a dar cuenta de que el
hombre es una pieza más de la naturaleza, no el centro. Si este concepto no
cambia, el futuro será muy complicado en este planeta. Cuando en la naturaleza
una especie se hace más abundante de lo que el medio le permite, aparecen
epidemias, luchas por controlar la población, y eso aparecerá en el mundo. Y si
damos ese giro, pues podremos continuar. Por otro lado hay algo genético en
nuestra especie que nos obliga a buscar, investigar. Querremos ir a la Luna,
luego a Marte, Venus, Mercurio... Estamos programados para intentar colonizar
todos los planetas. No podemos evitarlo.
-Con tu segunda obra -"Monteluz"- dejas estos temas y te adentras en la
problemática social. Por ejemplo, hablas de la globalización a través de varios
personajes. ¿Pero cómo la ves tú?
-He leído mucho sobre ese tema y creo que cada colectivo tiene parte de
razón. Un sector considera que se trata de un imperativo tecnológico. No tiene
lógica que alguien no quiera tener información de lo que pasa por el mundo, o
medios tecnológicos a su alcance. En este sentido, lo veo positivo. Pero también
tienen razón los de la antiglobalización cuando dicen que se está deteriorando
el medio ambiente de forma preocupante. O que cada vez existe más desigualdad
entre pobres y ricos. Yo sinceramente me quedaría con otra globalización: no
retroceder en lo mucho de bueno que tiene, pero humanizarla, distribuyendo renta
y oportunidades a nivel global, y trazando líneas de convivencia con la
naturaleza.
-Siguiendo con el tema social, cuando abandonaste el mundo de la política, se
estaba debatiendo la Ley de Extranjería. El texto que al final se aprobó, poco
tenía que ver con el proyecto que tú defendías. Hoy, ¿cómo crees que se está
enfocando la política de inmigración en nuestro país?
-Yo creo que el fenómeno de la inmigración nos sorprendió a todos. De ser
una sociedad de emigrantes, pasamos a ser una sociedad de inmigración. Si
seguimos creciendo económicamente van a venir muchas personas de fuera y eso hay
dos formas de enfocarlo: considerarlo un problema y no admitir a nadie, o bien
dejar que venga un número de personas razonable para poder ir organizando la
convivencia. En su momento, fui muy crítico con este problema, pero tengo que ir
avanzando en mis planteamientos. No soy fatalista y sé que lo nuevo hay que
debatirlo. No es algo que haya que abordar y regular, se trata de meter la
cabeza en la idea de otra sociedad donde vamos a convivir personas de distinto
color, cultura y tendremos que conseguir que sea dentro de una convivencia
normal y pacífica, como ha ocurrido en otros países. Y luego una reflexión: si
en Europa somos cada vez menos, más viejos y más ricos; y en nuestro entorno son
cada vez más jóvenes y más pobres... Eso históricamente siempre ha terminado
fatal. En una democracia este tema debe abordarse encima de la mesa y con
fuerza.
-Sí, pero parece que ha existido más debate en la calle que en el Parlamento.
-Ten en cuenta que el debate parlamentario es un debate de partidos. Y éstos
son muy prudentes a la hora de hablar de este tema porque mueve muchos votos, y
azuzar determinados sentimientos, tiene sus consecuencias. Yo creo que no
debería existir un pacto de Estado, sino que tendría que debatirse también en el
seno europeo ya que somos un foco de atracción de inmigrantes.
-Hace dos años que abandonaste la política voluntariamente. ¿Qué cosas
aprendiste en aquel período?
-Me gustó y la considero una experiencia gratificante. La mayor sorpresa que
me llevé fue ver la vida social española mucho más rica, variada y compleja de
lo que me había imaginado. Yo era un empresario sevillano, un individuo que
había viajado, leído y que se había relacionado con personas muy diversas. Pero
el horizonte al que luego me enfrenté me demostró que las ideas que tenía -como
cualquiera- muy asentadas, firmes, no me servían. Me gusta mucho escuchar antes
de hablar y eso puede ser virtud o defecto, según se mire. Pero a mí esto me
ayudó a ver que todo el mundo siempre tiene un poquito de razón y eso te permite
matizar tus propias ideas y enriquecerlas. Me di cuenta también de que nada es
blanco o negro, sino un conjunto de grises.
-En tu etapa de ministro, una de las cualidades que más destacaron de ti fue
tu capacidad de diálogo con todas las fuerzas sociales.
-El diálogo no sólo es buen consejero sino que muchas veces demuestra que se
está convencido de lo que se quiere y además demuestra que uno desea participar
y enriquecerse. Para mí, dialogar nunca es síntoma de debilidad.
-No obstante aún existen muchos silencios donde debería haber diálogo. Por
eso, ¿cuál crees que es el grito más silenciado en nuestro planeta?
-Hay una parte del mundo que aguarda callada. No sólo el mundo musulmán,
sino el mundo indígena americano, por ejemplo, que ha sido oprimido, colonizado
y eso puede que un día se convierta en grito.
-Aunque te confesabas un hombre al que le gusta tener todo ordenado,
clasificado... Dice un proverbio que es necesario un grado de locura dentro de
la vida ¿cuál es el tuyo?
-Estoy de acuerdo con eso. Todos tenemos un grado de locura que nos hace
vivir, sino la rutina nos asfixiaría. No sé decirte el mío, pero seguro que lo
tengo. ¡Bendito sea!
-Trabajas, viajas y escribes. ¿Con qué cosas relajas tu espíritu?
-Me gusta la naturaleza, los caballos, caminar por la sierra. De hecho vivo
en el campo rodeado de animales.
-Y en medio de estos parajes, ¿qué conversaciones mantienes contigo?
-Soy una persona sociable, pero me encanta estar solo. Hago muy poca vida
social. Personalmente, me cuesta dirigir las reflexiones hacia un punto y
precisamente el escribir me ayuda a fijar esas ideas y avanzar en esas
reflexiones. Me gusta escuchar, como te dije, y algunas veces la mejor manera de
escuchar a otro es leyendo. Eso te obliga a pensar y revisar tus planteamientos
y también a enriquecerte.
-Leí en algún sitio que desde pequeño te apasionaron las cuevas, ¿qué es lo
que te transmitieron?
-Hoy sigo con la misma emoción. La oscuridad es algo que me produce una
sensación placentera: no saber qué te vas a encontrar detrás, el cosquilleo del
riesgo. Mira, ése podría ser mi punto de locura.
-¿Te has atrevido también con la espeleología?
-No. Entro en cuevas pequeñas. Normalmente voy con espeleólogos y cuando
tenemos que descender en rapel o cosas así, voy con bastante apoyo. No soy un
tarzán. ∆