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JORGE EGOCHEAGA
MEDICO Y MONTAÑERO

SUEÑO CUMPLIDO: EVEREST CARA NORTE Y SIN OXIGENO.
"El montañero quería seguir, el ser humano quería vivir por encima de todo, y el médico,
bueno el médico no dijo nada porque si hablara me daba la vuelta inmediatamente"

EL SUEÑO

Jorge Egocheaga
L
a vida, la existencia misma, es un Sueño que una Mente poderosa sostiene y alimenta. En ese Sueño aparecemos, vivimos y desaparecemos de nuevo, como protagonistas de una interminable película cuyo director escribió el guión y nos conduce sabiamente hacia un desenlace que sólo El conoce.
Pero, como partícipes de esa increíble historia, poseemos también la capacidad de soñar, y eso es lo que nos permite ser creadores, diseñadores, de nuestro camino. Sólo tenemos que aprender a soñar sin salirnos del guión original, aspirando a más y mejor, pero dentro de un respeto a todo lo creado y partiendo de un reconocimiento inteligente de nuestras capacidades.
Jorge Egocheaga fue y es un soñador. De niño soñaba con metas que a otros niños y a muchos adultos les podían parecer fantasías.
Pero los sueños que se sostienen con voluntad y disciplina, aunque se forjen de la mano de lo fantástico, acaban convirtiéndose en realidades tangibles, en aventuras que engrandecen la naturaleza humana y sirven de alimento a otras mentes soñadoras.
Jorge soñó el Everest cuando era un niño. Ahora, a los 33 años, ese sueño se hizo realidad, pero en medio quedan muchas victorias, muchos sacrificios, muchas alegrías y muchos sinsabores.
También es cierto que existen sueños y sueños. Muchos sueñan con la cumbre del Everest, pero pocos lo hacen sin poner condiciones, es decir, sólo uno mismo y la montaña, en un mano a mano digno y arriesgado, porque, en cualquier caso, ella es quien da el último permiso, quien evalúa al aspirante a sentarse en el trono más alto del planeta y decide si es o no apto para tanto honor.
Y aunque muchos subieron sin ser dignos de ese honor, comprando el esfuerzo y el riesgo de otros, también es cierto que bajaron sin llevar en su interior la esencia de la Diosa Madre, porque, al final, eso es lo más importante, mucho más que la foto de la cumbre.
Jorge soñó un día el Everest y en su sueño se veía intercambiando con la Diosa Madre su esfuerzo, su riesgo personal, su soledad, por la gloria que ésta le daría a cambio, pero no la gloria efímera de los aplausos y el reconocimiento externo, sino la gloria interior que va revestida de autosatisfacción, dignidad y sabiduría.
Jorge escaló el Everest por la cara más difícil y de la forma más difícil, pero, en realidad, lo que hizo fue depositar una parte de sí mismo en el regazo de la Diosa Madre y a cambio recoger un poco de su esencia para incorporarla a su espíritu soñador y aventurero.
Y, sobre todo, vivir sabiendo que le acompañará siempre el sonido ancestral de aquella tierra sagrada, que sobrevivirá a pesar de que los ruidos humanos cada día suenen más fuertes y más disonantes entre los legendarios hielos del Himalaya. ∆

 

LA AVENTURA

En la cima del mundo, Jorge posa con el banderín de nuestra revista.
L
a aventura comenzó cuando Jorge decidió la fecha en que intentaría convertir su sueño en realidad, porque intentar buscar apoyos a su proyecto fue una auténtica aventura.
Sucede que en esta sociedad sólo es rentable el éxito. Y lo que Jorge pretendía no inspiraba éxito salvo en aquellos que creían en él, en su capacidad y, sobre todo, en su honestidad y fuerza interna.
Así, llamó a muchas puertas y muy pocas le abrieron, pero el destino, siempre generoso con los soñadores honestos, suplió con los pocos lo que los muchos le negaron. Y al final le regaló el éxito. Todo perfecto.
El resto, hasta pisar el techo del mundo y volver sano y salvo para abrazar a los suyos, es historia conocida y similar a otras, aunque para cada uno es especial, única, y en este caso, más especial por llevar los ingredientes conocidos de dificultad marcados por la soledad, la no utilización de oxígeno y los medios tan elementales que usó Jorge, muy lejos de las macroexpediciones diseñadas para impresionar y conquistar por la fuerza la montaña, algo que ésta, afortunadamente, no siempre consiente.
Jorge vivió aventura en el acercamiento al campo base, amenazas de guerrillas y miedo a lo que pudiera suceder. Jorge vivió aventura metido en su tienda soportando durante horas y horas, en absoluta soledad, vientos huracanados. Jorge vivió aventura ascendiendo la cara norte del Everest, luchando contra el frío, el cansancio y las voces internas que siempre te recuerdan en el momento más inoportuno que estás fuera de lugar, de espacio y de tiempo. Jorge vivió aventura en el último escalón cuando su corazón amenazaba con estallarle en el pecho por falta de oxígeno, cuando su mente le gritaba que renunciase a su proyecto y usase el oxígeno, cuando el sherpa le pedía que respirara oxígeno.
Todo en contra, sólo él y su férrea voluntad, sólo él y su soledad, sólo él contra sí mismo.
Y su organismo, ya experto en otras aventuras al límite, dijo que adelante, que todo estaba bien.
Jorge vivió aventura en la cumbre, cuando de pie en el techo del mundo descubrió que la vida estaba abajo, y que lo que más necesitaba en realidad era bajar, volver a la vida para poder seguir soñando y realizando sus sueños.
Jorge vivió aventura en la bajada y, cuando ya estaba libre de la montaña, ésta le pidió que volviera para ayudar a otros que habían quedado atrapados porque el tiempo había cambiado. Y así, vivió la aventura de ayudar a volver a la vida a otros seres humanos que habían desafiado a la montaña. Era como la última condición de la Diosa madre, su despedida, el reconocimiento que ella hacía de un soñador que nunca le dio la espalda al servicio a los demás, a la entrega desinteresada.
En realidad era el broche de oro, el pacto definitivo entre Jorge y la Diosa Madre, recuperar vidas para la vida.
Pero la aventura continuó cuando, ya de regreso, se encontró con la gloria, con el reconocimiento, con el aplauso merecido de quienes le quieren y le valoran.
Y, tal vez para que su valoración aún fuera mayor, se encontró también con la envidia, con el veneno corrosivo de ciertas lenguas, con la miseria humana que nunca podrá abrazarse a la Diosa Madre porque su sueño se realiza en las cloacas de la vida.
Pero todo fue para lanzar aún más alto la figura de Jorge, su sencillez, su humildad y su gesta. ∆

 

EL SER HUMANO

Jorge en Katmandú
-Te encuentras con varios cadáveres de montañeros. Es como si la sombra de la muerte planeara sobre la montaña ¿Cuál es tu actitud ante ella?
-Ya sabía lo que me iba a encontrar. En esos momentos adoptas una actitud fría, distante, intentas evadirte. Es curioso que en los tramos finales de la montaña no sentí miedo, tal vez porque te exige mucha más concentración, sin embargo sí que lo sentí en el campo base y en campamentos intermedios. En algunos de ellos estuve totalmente solo hasta 30 horas, y ahí sí que te pasa de todo por la mente.
De todas formas la muerte allí cobra una dimensión diferente, muy distinta a la de aquí, como algo que pertenece a aquel lugar y es más natural.
La muerte allí es algo que está presente. Las estadísticas dicen que uno de cada tres que suben sin oxígeno se mueren, de hecho así ocurrió esta vez con un yugoslavo.
Tal vez por la preparación psicológica que llevas y la que vas adquiriendo día tras día allí, la presencia de la muerte cercana no te afecta tanto.

-¿Cómo vives a nivel mental tantas horas de soledad metido en una tienda?
-
A nivel mental lo llevo bien, mejor que antes, tal vez porque poco a poco te vas endureciendo. Estuve periodos de 30 a 40 horas sólo y sentía tranquilidad dentro de mí, sin agobios, sin ansiedades. Puedo decir que disfruté de la soledad, tal vez porque la necesitaba por la vida intensa que llevo.
Fue más difícil al llegar aquí. En medio de todos y de todo el cariño recibido, necesitaba evadirme, aislarme. La gente me generaba ansiedad y me dije que eso no era bueno, me había acostumbrado mucho a la soledad y mi vida aquí no es precisamente eso. Para mí los regresos siempre son muy duros.

-Sensaciones en la cumbre del mundo...
-
A la vuelta me preguntaron si disfruté mucho de la cumbre, y de hecho no fue así porque estaba muy preocupado por la bajada. Sabía que había mucho peligro y, lo peor, mucha gente en la ruta. Eso me preocupaba porque te obliga a hacer esperas largas.
Sí es cierto que sentí mucha alegría y disfruté del paisaje y de sentirme allí, en la culminación de mi sueño, pero las ganas de bajar cuanto antes eran mayores que la alegría de estar allí. Pensé que disfrutaría de verdad al llegar abajo, pero la realidad es que estaba tan cansado que tampoco disfruté del todo.

"La muerte allí cobra una dimensión diferente, muy distinta a la de aquí, como algo que pertenece a aquel lugar y es más natural"

-¿Qué pasó por tu mente cuándo viviste la crisis en el 2º escalón?
-
El 2º escalón es un paso de roca vertical que a mí me impresionó. Para superarlo tienes que hacer movimientos bruscos, y eso, sin oxígeno, supone un desgaste adicional. Además, había delante de mí un japonés que no conseguía pasar, y le dije que me dejara a mí, que iba sin oxígeno. El me dejó y yo hice el paso rápido. Al llegar arriba noté que el corazón se me salía. Tenía taquicardia, incluso arritmia.
Fue un momento muy difícil porque pensé que me tenía que poner oxígeno, incluso el sherpa insistía en ello. Pero yo no quería, entonces me eché en la nieve pensando que me tenía que relajar, intentando respirar el aire que no hay, y poco a poco me recuperé para poder continuar.

-En esos momentos allí había tres personas en ti, el médico, el montañero y el ser humano. ¿Cuál predominó?
-
El ser humano. En el largo tiempo que estuve esperando en el campo 3 me mentalicé mucho de que no quería dejar la vida en esa montaña. Quería tener la cabeza fría por encima de la motivación y de las ganas de hacer cumbre. Yo iba pensando que si me encontraba muy mal me daría la vuelta.
El montañero quería seguir, el ser humano quería vivir por encima de todo, y el médico, bueno el médico no dijo nada porque si hablara me daba la vuelta inmediatamente.
De todas formas llevaba la experiencia de sufrir en carreras, competiciones, etc., y sabía mis límites y la respuesta de mi organismo, y cuando descansé y vi que el corazón volvía a sus palpitaciones normales allí, que son por encima de 150, entonces supe que podía seguir.

-Hablas de una forma especial de tu relación con los sherpas y con un monje. ¿Qué significó eso para ti?
-
A una media hora del campo base, hay un monasterio que fue destruido por los chinos. Es una cueva natural, pequeña. Dentro está el monasterio, y en él vive un lama.
Uno de los días que fui a descansar al campo base me acerqué hasta allí y en seguida contacté con él, nos hicimos amigos.
Las vivencias con ese lama no las cambio por la cima del Everest. Eso lo tengo muy claro. Respecto a los sherpas, me llevo muy bien con ellos. Es gente a la que admiro mucho, muy noble, muy sencilla, siempre riéndose. Son los verdaderos escaladores del Everest. Nadie sube antes que ellos. Y las vivencias humanas que tuve con ellos no las cambio tampoco por el momento de la cumbre.

-¿Qué experimentas dentro de ti con el lama?
-
Tranquilidad, paz, sensación de estar bien, sintonía. Ya lo había experimentado otras veces. La vida que llevan es para quitarse el sombrero, una vida de meditación, sin pertenencias materiales. A mí, que vivo en esta sociedad tan opuesta, me impacta mucho que exista gente así, aislada y feliz.

"Las vivencias con el Lama y con los sherpas no las cambio por la cima del Everest"

-¿Sufren los sherpas la contaminación del modo de vida occidental?
-
Sí, hay de todo. Hay sherpas muy fantasmas, muy vacilones. Yo tuve la suerte de coincidir con uno que no presumía de nada y que era una bellísima persona.

-¿Qué sensación traes del ambiente que se vive allí entre los montañeros?
-
El ambiente es horrible. Alrededor del Everest hay un mundo mediático y comercial enorme. Hay gente que se hizo millonaria gracias a llevar clientes allí. Hay mucho mitómano que quiere ser el no va más de la montaña. Hay mucha gente que va en busca de apreciación, de que los consideren los más grandes, y cuando ven a alguien que les puede hacer sombra van a por él. Eso lo vi en varias personas. Luego las expediciones comerciales se llevan a matar. Pero también hay gente maravillosa. Por ejemplo, el suizo Daniel Perler, con el que coincidimos en el campo base y en la cumbre. No quería cámara de fotos porque no necesitaba certificar nada. Luego yo le hice fotos en la cumbre.

-Podríamos decir que las ramificaciones negativas del Everest llegan a todas partes, porque tú llegas a casa y te encuentras con que se pone en duda tu cumbre...
-
Sí, en principio en plan negativo, luego todo se normalizó. Incluso uno a quien mi sherpa le prestó ayuda con su oxígeno, luego va y dice en Internet que usé oxígeno, cuando él vio que no fue así. Son cosas que no entiendes y que te bajan un poco la moral. El ambiente que rodea al Everest es excesivamente loco. Para alguien que paga a un sherpa para que tire de él y a otro para que le empuje, hacer cumbre es relativamente fácil.
Cada uno que escoja su forma y que se respete por los demás.

-¿Te sientes diferente por lo que hiciste?
-
Nada, en absoluto. Tan sólo en el hecho de haberme quitado una espina que tenía ahí, porque cuando estuve allí anteriormente no sabía si podría o no. No sabía cómo respondería a partir de los 8000 metros. Era una duda que tenía. Ahora sé que respondo.

"El ambiente que rodea al Everest es excesivamente loco"

-¿Volverías a hacerlo?
-
El Everest como montaña me encantó. Otra cosa es el circo que la envuelve. Hubo momentos en que estuve muy harto de todo aquello. Vi cosas, locuras de personas obsesionadas, obligadas a hacer cumbre, que me tocaron dentro. Luego ese ambiente de si subió o no, que yo digo que sí, yo que no, eso no lo llevo. No volvería a aguantar ese ambiente. A lo mejor por otra ruta tal vez, pero por la misma no.

-¿Tienes más sueños?
-
Sí, tengo muchos en la cabeza. Este era uno de ellos. A mí las montañas me entran por la vista, y tengo más de una que me gustaría intentar. Proyectos concretos todavía no tengo.

-Llevabas también el proyecto de hacer estudios médicos.
-
Sí, cogí muchos datos, más de los que pensaba. En el campo base trabajé con 150 o más personas. Les hacía la medición de la presión parcial de oxígeno. Luego a 7000 metros cogí datos también, a 7800 y a mí mismo a 8300 mts. Creo que puede salir un trabajo interesante porque recogí muchos datos. Ahora hay que analizarlos, hacer un estudio estadístico y luego discusión de los datos.
Yo lo que pretendía, fundamentalmente, era saber si entrenando aquí intensamente a alturas moderadas, como las que tenemos en Asturias, podías desencadenar estados fisiológicos parecidos al estrés que se da en mayor altitud.
Ahora ya sé que no, que no es posible
./ Texto: Miguel Coppa • Fotos cedidas por Jorge Egocheaga.

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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