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 UN HOMBRE TRANQUILO

JUAN MARSE

JUAN MARSE

Prefiere escuchar a hablar, prefiere leer a escribir, le horroriza que le tachen de intelectual y le aburren las entrevistas. Sin embargo, Juan Marsé nos recibe cordialmente en su casa de Barcelona. Allí charlamos, entre fotografías, papeles y libros.

 

 

 

 

 

"Rabos de Lagartija es una imagen que tiene que ver con la época donde las personas, con las emociones y los sentimientos mutilados, sobrevivían a pesar de todo."

 

 

 

 


"Incluso los que escriben su autobiografía, cosa que yo no he hecho, cuentan su propia vida y mienten sin darse cuenta; manejan, manipulan, enmascaran."

 

 

 

 

"Los premios no institucionales tienen que ver con la promoción y venta de libros, y eso siempre está bien. Si se promocionan los detergentes y la pasta dentífrica, ¿por qué no los libros?"


 

 

 


"Sospecho que los jóvenes no saben qué beneficios da una buena educación en un mundo en el que todo eso no se distingue. ¿para qué la cultura si el vecino, que es un gilipollas, se está enriqueciendo?"

 

 

 

 


"Si me pusiera a hablar en una universidad sería para empezar diciendo que la universidad en este país es una mierda, a nadie le gusta oír eso y yo tampoco tengo ganas de andar por el mundo así."

Texto: R.Ramos / Fotos: M.A. Oliva

Acaba de publicar "Un paseo por las estrellas", sobre una de sus grandes pasiones: el cine. (A pesar de que las películas de antes le gustaban más, se lamenta Marsé). Pero a pesar de este nuevo libro en los escaparates, no se han apagado aún los ecos de su última novela, "Rabos de Lagartija". Por no agotar, hoy se siguen leyendo sus primeras obras, títulos como "Últimas Tardes con Teresa", "Si te dicen que caí", "El Embrujo de Shanghai"... Algo tendrán las historias de este escritor pausado, que sólo aspira a contar una buena historia.

-¿Cómo se definiría usted?
-Eso entra en una serie de cuestiones que tienen que ver con mi obra, con la literatura. Y los más indicados para definir estas cuestiones son los críticos, los eruditos, los que se ocupan de estas cosas. A mí me gusta definirme como un narrador, simple y llanamente. Nada más. Como persona soy un ciudadano como uno de tantos, que sufre las inclemencias de determinada política, de determinados problemas que nos afectan a todos. Soy un individuo más bien ordenado, muy interesado por mi trabajo y por muy pocas cosas más.

-Ha afirmado en alguna ocasión que no le gustan las entrevistas.
-No, porque como tema de conversación me considero un aburrimiento total. Y para explicar el trabajo tampoco acabo de ver claro si sirven, yo creo que no son muy útiles.

-Sin embargo, ¿no forma parte de su labor como escritor la introspección, el tratar de dar respuestas a las preguntas universales?
-Eso son palabras mayores. ¿Cuáles son las preguntas universales? Los grandes temas, se supone. Yo eso lo dejo para los filósofos. A mí me gusta contar historias, en realidad me gusta más que me las cuenten a mí. Me gusta leer, que no escribir. Pero un buen día me dije: ¿yo también podría intentarlo? Y eso es lo que hice. Pero no tengo ningún afán de dar respuesta a las grandes preguntas porque, en mi opinión, no es tarea de la novela, como tampoco lo es responder a cuestiones políticas, sociológicas, etc. de modo que procuro que esos temas no contaminen la narración. Lo que me gusta es contar historias de la manera más directa posible -aunque a veces eso implica una complejidad estructural, son cuestiones del oficio-, que ofrezcan una visión distinta de determinados aspectos de la realidad que a mí me afectan. Es decir, ofrecer alguna parcela de la realidad que tal vez pueda ser nueva para el lector.

-Ha dicho que pocas cosas le interesan. ¿Cuáles?
-Muchas son con respecto al oficio, pero son cuestiones técnicas que no veo yo que puedan interesar a mucha gente, problemas concretos que se plantean al contar una historia, que tienen que ver con la estructura, el ritmo, etc. Fuera del trabajo, me interesan las cosas que se viven en este país, como a todo el mundo, no quisiera distinguir nada especial. En términos generales me irritan los políticos que sufrimos, los considero incompetentes, bobos o estafadores. De modo que mantengo con la actualidad política una relación un poco encrespada. Luego, naturalmente, tengo mis amigos, mi vida privada.

-Cuando usted empezó a escribir se compró una gramática. Ahora, en cambio, lo raro es encontrar un examen universitario sin faltas de ortografía. ¿Tener un acceso fácil a la educación hace que se valore menos?
-Yo dejé el colegio a los trece años, y encantado porque era una birria de colegio. Eran tiempos atroces, en los que más valía estar en la calle, porque en el colegio no te enseñaban nada. Así que salí encantado de ponerme a trabajar de aprendiz en un taller de joyería. La razón fue que la economía doméstica no permitía que yo estudiara, porque si no probablemente hubiera seguido. Tampoco me gustaba, a esa edad a nadie le gusta encerrarse con un libro en casa cuando puedes salir a la calle, o ya de más mayor salir con chicas. La educación, el estudio, exige una cierta autodisciplina y probablemente lo que no se ha enseñado es eso. Habría que empezar por ahí, porque yo sospecho que los jóvenes no saben qué beneficios da una buena educación en un mundo en el que todo eso no se distingue. Se confunde con la corrupción, y por lo tanto ¿para qué la cultura si el vecino, que es un gilipollas, se está enriqueciendo? Si no se parte de la base de que la cultura es fundamental, dignifica la condición humana, no se llegará a ningún sitio. Como he dicho, ponerse en plan disciplinado y estudiar da mucha pereza, y si encima no ves los beneficios de todo eso, malo.

-Dice tener pánico a que le tachen de intelectual. ¿No es eso incompatible con el hecho de ser escritor?
-Para mí un intelectual es alguien que, además de escribir, suele dar conferencias, cultivar una imagen pública, desplegar un abanico de actividades, cosa que yo no hago. A mí lo único que me gusta es leer y escribir, por lo tanto pensé: "voy a hacer esto y nada más. Si tengo la suerte de ganarme la vida con esto, bien; si no, me buscaré otros trabajos". Pero no estoy dispuesto a ir de figurón de una situación cultural que además me repugna. Si me pusiera a hablar en una universidad sería para empezar diciendo que la universidad en este país es una mierda, que está por los suelos, que el gobierno no se ocupa. Claro, a nadie le gusta oír eso y yo tampoco tengo ganas de andar por el mundo así. Así que soy simplemente un narrador, no un intelectual.

-Por prescripción médica, hace un paseo diario. ¿Pasear es una forma de tomarle el pulso a la calle?
-A la hora que yo lo hago, que es temprano por la mañana, me levanto y voy a caminar, compro los periódicos y el pan; la gente se mueve, va al trabajo, y de alguna manera es estimulante, te sientes solidario con una serie de actividades. Pero eso es en cierto modo el pulso urbano más superficial. Tampoco voy investigando, normalmente voy pensando en mis cosas, que tienen que ver con el trabajo.

-Por su ultima novela, "Rabos de Lagartija", le han dado el premio Nacional de Narrativa y también el Premio de la Crítica. ¿Qué opinión tiene de los premios?
-Los premios no tienen nada que ver con la literatura, yo siempre lo he dicho. Los premios no institucionales, como el Nadal o el Planeta, tienen que ver con la promoción y venta de libros, y eso siempre está bien. Si se promocionan los detergentes y la pasta dentífrica, ¿por qué no los libros? Ahora bien, el libro premiado hará su carrera independientemente del premio: si el libro no es sólido, no perdurará. En cuanto a los premios institucionales, esos que deciden los gobiernos de turno, sirven también para que ellos se promocionen. Y, en último término, a nadie le amarga un dulce. Pero insisto, no tiene nada que ver con la literatura.

-¿Qué significa "Rabos de Lagartija"?
-Es una cosa que hacíamos de niños, esas crueldades de cazar lagartijas, cortarles el rabo y ver cómo se agitan en la mano durante un rato. Es una imagen que tiene que ver con la época donde las personas, con las emociones y los sentimientos mutilados, sobrevivían a pesar de todo, se movían a pesar de todo, intentaban salir adelante.

-Por ejemplo, usted vivió una infancia muy dura, en plena posguerra, pero lo cuenta como un cuento, como algo dulce. ¿Antes se estaba más preparado para las desgracias?
-No lo sé, cada uno encaja las desdichas, que suelen abundar en esta vida, a su modo, según sus medios y según la educación que ha recibido. Se supone que en tiempos duros uno está más fortalecido, pero hay muchas formas de dureza y en la posguerra, que fue una época atroz, los golpes eran muy duros y venían de todas partes. Pero yo no diría que la gente estuviese más preparada, no lo sé, me falta experiencia actual. La situación que vivo, la que vive todo el mundo, es completamente distinta.

-Hace mucho hincapié en la infancia, en las vivencias del niño. ¿Cuánto hay de niños en los adultos?
-Muchísimo. Hay dos clases de escritores, aquellos que se desprenden de la infancia, no hablan de ella y viven en una especie de presente infinito; y aquellos escritores que no se desprenden nunca de la infancia, y yo soy uno de ellos. Considero que la memoria, de un tiempo y de una vivencia, es lo mismo que la imaginación, que no es más que otra forma de memoria. Así que infancia, memoria, imaginación, va todo junto.

-¿Es la memoria una manipuladora?
-En parte sí, la memoria manipula, digamos que tiene vida propia, tiene sus exigencias. En la literatura de ficción el ejercicio de la memoria es fundamental. Incluso los que escriben su autobiografía, cosa que yo no he hecho, cuentan su propia vida y mienten sin darse cuenta. No es que mientan: manejan, manipulan, enmascaran. La memoria, no se sabe por qué extraño misterio, olvida unas cosas y otras no. Yo esta experiencia la he hecho con mi hermana, que vivimos juntos una serie de cosas de niños, yo recuerdo con nitidez algunas cosas de las que ella no se acuerda en absoluto, y a la inversa. La memoria selecciona, pero aparte los recuerdos vivos se modifican con el paso del tiempo. Una misma historia que me pasó cuando tenía diez años, y que yo he contado a los treinta, seguramente no será la misma si la cuento ahora. Inconscientemente, le he añadido o quitado cosas. El trabajo del escritor tiene mucho que ver con esto.

-¿Esa manipulación es consecuencia de la búsqueda de la felicidad?
-No lo creo. Si no, de forma sistemática, todos borraríamos los hechos desagradables y nos quedaríamos con los buenos. La gente busca tirar adelante como sea, y en el fondo uno intenta rozar la felicidad. Eso es verdad, pero no te lo planteas.

-¿Ha vivido usted esa felicidad?
-Como todo el mundo. En la vida de uno hay cosas gratas y cosas no tan gratas. Se supone que las gratas tienen que ver con la felicidad, pero también habría mucho que hablar de eso. Cuando era niño, a pesar de todas las dificultades y las carencias, la época de represión política tan tremenda, con mi padre en la cárcel, tengo sin embargo recuerdos felicísimos. Tienes toda la vida por delante y una sensación de libertad, crees en el futuro... Cuando uno es joven le parece, por lo menos, que está rozando la felicidad. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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