La Comunidad Valenciana promueve un
programa contra la violencia doméstica, que ha puesto en danza a más de
dos mil jóvenes, de doce a dieciséis años. Responde al nombre de Educando
para la concordia de género y busca atajar el problema de raíz,
detectando las actitudes que desembocan en la violencia antes de que sea
tarde.
"La
violencia es un problema de todos, por eso hablamos de concordia de
género, porque hay que romper la discordia"
"El
asesinato se va gestando en pequeños detalles domésticos, de sumisión y
humillación"
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Texto: Elena F. Vispo /
Fotos: J.M. López
Afortunadamente,
este programa no es un hecho aislado. En casi todas las comunidades surgen
actividades que abordan la violencia de género y no es para menos: cada
semana aumenta la lista de mujeres asesinadas por sus compañeros. La
coordinadora de Educando para la concordia de género es María
Pérez Conchillo, Psicóloga, Directora del Instituto Espill de Valencia y
Vicepresidenta de la World Association for Sexology (WAS). Cree que se
avanza en información y sensibilidad, pero que hace falta presupuesto y un
seguimiento constante. La clave está en trabajar con los jóvenes.
-¿En qué consiste el programa Educando para la concordia de género?
-La violencia de género es un tema que preocupa y escandaliza; pero
aparte de todas las cuestiones legales lo que interesa es prevenir, hay que
atajar las raíces profundas del hecho. La violencia es un tema que va
apareciendo poco a poco, y se trata de sensibilizar especialmente a la
población joven para que detecten esos primeros síntomas, tanto en el
entorno familiar como en las relaciones que ellos puedan ir creando. En el
programa ofrecíamos también el teléfono del Centro de la Mujer 24 horas,
que es un servicio de la Comunidad Valenciana pionero en España, para la
atención de mujeres víctimas de violencia y maltrato. Pero la idea
fundamental era que aprendieran a detectar y pedir ayuda cuanto antes, sin
llegar a situaciones límite. Y que, a la vez, esa información llegara a
las familias a través de los chavales, para acceder a muchas mujeres con
las que no íbamos a poder contactar directamente.
-¿Qué tipo de actividades se hicieron?
-Se organizaron talleres de cuatro horas y se les pedía que
elaboraran un decálogo de concordia. Porque una de las cosas que nos
preocupaba era no convertir aquello en una guerra de sexos, queríamos que
entendieran que la violencia es un problema de todos, y por eso se llama
concordia de género, porque hay que romper la discordia. Sobre todo
queríamos que vieran que son partícipes, que no es algo que está fuera
sino que nosotros, a través de nuestro cambio de actitudes y conductas,
vamos a erradicar la violencia de género.
También pedimos la colaboración de los profesores. Ellos estaban muy
interesados en el material que habíamos utilizado, y para que pudieran
disponer de una información más amplia elaboramos un CD que se llama
"Educando para la concordia de género". Contiene también un
manual para un periodismo no sexista, porque los periodistas juegan un papel
muy importante al ofrecer la información. Hemos hecho una recopilación muy
extensa, calculo que habrá más de 5.000 páginas de material, además de
un buscador y enlaces con Internet.
-Con este programa tratáis de detectar el origen de conductas violentas,
porque me imagino que a esas edades no habrá situaciones de maltrato, ¿no?
-Pero ya se pueden ir viendo determinadas conductas, y el germen no
es ni más ni menos que una idea patriarcal, machista, de las relaciones
entre hombres y mujeres. Esa concepción entiende que el hombre es el rey
del universo, y que la mujer es un satélite sumiso a él. Es importante
detectar todas esas actitudes machistas, porque el asesinato se va gestando
en pequeños detalles domésticos, de sumisión y humillación.
-¿Qué actitudes concretas anteceden a los malos tratos?
-Muchísimas. Por ejemplo, en un cuestionario planteábamos a los
jóvenes: si sales con un chico que siempre está celoso de lo que haces, si
te aparta de tus amistades... Hay todo un mecanismo de aislamiento social y
familiar de la víctima. Y los agresores pueden ser personas muy seductoras
desde el punto de vista social. Sobre todo en el maltrato psicológico, son
personas que dicen estar en contra de la violencia, y sin embargo establecen
con su pareja relaciones de poder, donde ellos tienen que dominar y la mujer
no puede tener ningún criterio. Hay toda una serie de actitudes para que la
mujer se sienta dependiente, con una pérdida de autoestima continuada.
Están también las atribuciones que las mujeres nos hacemos y nos hacen
sobre una serie de trabajos domésticos, normalmente subordinados: ella
tiene que prepararle el bocadillo, hacerle la cena... es la mujer como
sirviente, que siempre tiene que estar pensando en él, pero no se da cuenta
de que también tiene derecho a que piensen en ella.
-Se habla mucho de la ayuda que se presta a la mujer, pero ¿qué clase
de ayuda necesitan los maltratadores?
-Este tema a mí me interesa mucho, pienso que ellos necesitan
rehabilitación. Hace dos años estuvimos en la Universidad de Minessotta,
en Estados Unidos, que es un estado muy desarrollado en la atención a
mujeres y niños. Si hay cualquier problema doméstico, la mujer llama a la
policía y es el hombre el que sale de casa y recibe tratamiento. Se hace un
trabajo individual y en grupo, trabajando fundamentalmente con el control de
impulsos y la empatía, para que se pongan en el lugar de la víctima. Y por
supuesto tienen que ver las relaciones de género de otra manera, tienen que
ser capaces de aceptar que una mujer es una persona con derechos. Pero a
ellos les costaba mucho aceptar que lo que estaban haciendo no era lo
adecuado, porque dar una paliza a su mujer y obligarla a que hiciera
determinadas cosas era lo más normal. Se extrañaban de que tuviera tanta
importancia.
-¿Cómo valoras el tratamiento que se le dan a estos temas en los medios
de comunicación?
-A veces creo que no es el adecuado. Me preocupa muchísimo que nos
resignemos, que las noticias aparezcan de manera anecdótica. Sería muy
importante profundizar en el tema, y en eso los periodistas podéis
colaborar mucho diciendo: una mujer ha sido asesinada pero ¿qué ha pasado
realmente? ¿cuál es el germen de esa violencia?
-¿Que ahora se hable tanto de este tema quiere decir que se están dando
ya los últimos coletazos?
-Quiere decir que estamos empezando a sensibilizarnos. En otras
épocas este tema no tenía la menor importancia porque era algo aceptado.
¿Qué está pasando con los talibanes? Allí la violencia doméstica llega
a unos extremos increíbles, y sin embargo no hay ningún problema nacional
de atención a la mujer. Esto es porque hay un ejercicio de poder refrendado
por el Estado, una aceptación cultural y social del papel sumiso de la
mujer -por parte de los hombres, claro, no es que ellas estén muy contentas
con lo que ocurre-. En España es que se está sensibilizando sobre este
tema, de hecho hay ahora más muertes que hace años.
-¿A qué se debe que haya más muertes?
-A una reacción de los hombres porque, si analizamos, las muertes
vienen a consecuencia de las reivindicaciones de la mujer. Porque si la
mujer es sumisa, tener una esclava es útil, no hay por qué matarla, no
molesta nada. Molesta cuando quiere ser una persona y ellos no están
dispuestos a aceptarlo. Es como si la mujer fuera de su propiedad, y no
entienden que pueda separarse, que pueda pensar de manera distinta. Y eso
les produce una rabia interior considerable porque su autoestima está
ligada a la humillación del otro.
-A pesar de este efecto secundario, ¿estamos asistiendo a un avance?
-Creo que hemos avanzado en el sentido de que las mujeres ya no se
sienten tan aisladas. Desde el punto de vista general ya no es una
vergüenza ser una mujer maltratada, pero desde el punto de vista individual
todavía nos queda muchísimo por trabajar, porque falta mucha sensibilidad
de profesionales, de jueces... Éste es un problema social muy importante,
porque la mujer es la víctima, pero también lo es todo su entorno, es muy
probable que esa mujer tenga hijos, madre, hermanos... Esa mujer tiene
familia, su compañero también la tiene, y el efecto es devastador en todo
el entorno. Hay muy buenos propósitos, pero por muchos programas que
hagamos no conseguiremos nada si no se destina una dotación económica,
porque en el papel todos podemos decir cosas bonitas, pero no basta con un
comunicado que diga que estamos en contra de la violencia de género. Vale,
¿pero qué estamos haciendo realmente? ∆
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