"Las multinacionales financian las grandes campañas electorales, por
ejemplo, la del Presidente Bush. Así que cuando éste gana las elecciones
le pasan factura: ahora, el escudo antimisiles"
"Muchos españoles son conscientes hoy de que, junto a la opulencia
de muchos, subsisten en nuestro país ocho millones de pobres y un millón y
medio de parados"
"Sabemos que estamos en un mundo insostenible, porque hemos caído en
un economicismo de la vida sin ninguna contrapartida social"
"La ley islámica ha sido interpretada y manipulada ideológicamente
por ciertos Estados para imponer la sumisión de la mujer y del niño al
hombre" |
|
Texto:
Elena F. Vispo / Fotos: José M. López
Gracias a su cargo de investigador dentro de la Oficina del Alto Comisionado
de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Ginebra, Carlos Villán ha
viajado por todo el mundo en los últimos veinte años. Ha visto las deficiencias
en esta materia y ha buscado posibles soluciones. Además, Villán es miembro del
Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo, donde enseña
regularmente. Ha publicado más de setenta trabajos especializados en Derecho
Internacional de los Derechos Humanos. Y no olvida su vocación por la docencia,
a la que sigue dedicándose cuando puede, para transmitir todo lo aprendido y
fomentar el debate desde la base.
A sturiano en Europa, Carlos Villán Durán
se define a la vez como un emigrante y un cosmopolita. Desde su puesto de
profesor de Derecho Internacional Público en las Universidades de Oviedo y León,
decidió en 1982 buscar un trabajo que le permitiese completar su formación
académica en Derechos Humanos (DDHH) con la visión práctica que proporciona el
trabajo en la base y en las organizaciones internacionales. Así que concursó
para un puesto en la ONU -para estudiar las violaciones de los derechos humanos
en el Chile de Pinochet- con la idea de quedarse un par de años, y ya lleva
veinte. Ha visto, dice, todas las miserias posibles, y aún conserva la capacidad
de ilusionarse. "El trabajo en una organización internacional no es fácil
-afirma-. A veces resulta excesivamente burocrático y sobre todo muy politizado.
Pero es a la vez apasionante, las necesidades en materia de DDHH son
inabarcables y lo único que podemos hacer es aportar pequeños granitos de
arena".
Uno de esos granitos de arena es la enseñanza, vocación que no le ha abandonado.
Villán aprovecha sus vacaciones para dedicarse a la formación, y así le
encontramos co-dirigiendo un Curso de Verano sobre Derechos Humanos, Desarrollo
y Educación para la Paz en la Universidad de León. Está, insiste, de vacaciones,
así que deja de lado su cargo y habla a título personal.
-¿Cuál es la relación entre Derechos Humanos, Desarrollo y Educación para la
Paz, materias de este Curso de Verano?
-Es una constante que no estamos descubriendo ahora, pero digamos que la
estamos desempolvando. Me explico: la relación entre DDHH y desarrollo ya se
había diseñado en la Carta fundacional de las Naciones Unidas en 1945. Y desde
entonces hasta 1989 transcurrió un largo período en la Historia que estuvo muy
condicionado por la Guerra Fría. Durante todo ese tiempo, el conflicto
ideológico entre las dos superpotencias hegemónicas, Estados Unidos y Unión
Soviética, frenó el desarrollo del derecho internacional y con él el de los DDHH.
A pesar de que la Carta vinculaba claramente la consecución de la paz y la
seguridad internacionales a la cooperación entre los Estados en materia de
desarrollo y de respeto a los DDHH y las libertades fundamentales, lo cierto es
que la Guerra Fría impuso una lectura tecnicista de la paz y seguridad
internacionales como simple ausencia de conflictos. En ese contexto se abandonó
todo intento de identificar las causas profundas de los conflictos -tanto
internacionales como internos-, que se vinculan siempre con violaciones
sistemáticas de los DDHH, civiles, culturales, económicos, políticos y sociales,
incluido el derecho al desarrollo. De manera que durante todos esos años los
DDHH fueron artificialmente separados de su contexto político, económico y
social, utilizándose como simple arma arrojadiza entre los dos bloques
hegemónicos.
A la caída del Muro de Berlín nos hemos encontrado con un nuevo escenario
político: ya no existe ese conflicto ideológico, pero nos hemos quedado con una
sola superpotencia, Estados Unidos, que impone al resto del mundo la ideología
que le es propia (libre mercado) a través de un proceso imparable de
mundialización de la economía, las finanzas y las comunicaciones. La política
internacional se entiende hoy en clave de los intereses económicos, políticos y
geoestratégicos de los Estados Unidos. Su posición es dominante también en las
organizaciones internacionales, porque éstas están financiadas por los
gobiernos, y los que más pagan son los que más poder de decisión tienen en su
interior.
-¿Permite la situación en los últimos años una relectura de los DDHH?
-Desde el año 89 la lectura de los DDHH ha cambiado muchísimo. Hemos
vuelto a las raíces que habían sido sentadas en la Carta de las Naciones Unidas.
Ahora se ve con mucha más claridad la íntima relación existente entre los DDHH,
el desarrollo sostenible y la consecución de la paz y seguridad internacionales.
Sabemos que estamos en un mundo insostenible, porque hemos caído en un
economicismo de la vida sin ninguna contrapartida social. Parece que sólo
interesa el fenómeno de la mundialización, pero se olvida que ésta es parcial e
insuficiente. Hay que dominar esa mundialización capitalista, neoliberal,
salvaje, y completarla con la mundialización política, jurídica, social, en la
que verdaderamente primen los valores que son propios de los DDHH. Tenemos ante
nosotros el gran desafío de construir una sociedad más justa y equitativa, donde
deje de haber 1.300 millones de habitantes en extrema pobreza, de ellos 826
millones de hambrientos, siendo la mayoría mujeres y niños que viven en los
países subdesarrollados. El mensaje de los DDHH es que los más pobres, los
marginados y excluidos sociales, también tienen que participar de los beneficios
del progreso y del desarrollo ecológicamente sostenible.
-¿Qué papel deben tener los DDHH en la globalización o mundialización?
-Tienen que ser un componente esencial de la mundialización, porque el
respeto a los DDHH debe predominar por encima de toda consideración económica,
política o estratégica. La universalidad es un concepto inherente a los DDHH,
porque arrancan de un concepto básico y común a todo el género humano: el
reconocimiento de la dignidad del ser humano. Y lo mismo da su color de piel, su
edad, que sea rico o pobre, que sea un inmigrante con o sin papeles. El ser
humano es titular de esos derechos y como tal debe ser reconocido en todas
partes del mundo.
A veces surgen voces disonantes, por ejemplo, el discurso oficial de algunos
países de cultura musulmana. ¡Ah, los particularismos culturales, el patrimonio
histórico, la religión! ¡Con la religión nos hemos topado, querido Sancho! Lo
cierto es que la ley islámica ha sido interpretada y manipulada ideológicamente
por ciertos Estados (Irán, Afganistán, Sudán, Arabia Saudí y otros) para imponer
la sumisión de la mujer y del niño al hombre. Pero todas las desigualdades y
discriminaciones entre los seres humanos son incompatibles con el derecho
internacional de los DDHH. Los particularismos, bienvenidos sean, pero para
enriquecer y aumentar el mínimo vital que está garantizado por las normas
internacionales de DDHH, nunca para reducirlo.
-Lo cierto es que la Declaración de los DDHH no fue hecha ni es conocida por
todos los humanos. ¿Cómo universalizar algo que no es común?
-Yo matizaría tu afirmación, porque el proceso de redacción de la
Declaración Universal fue muy democrático y transparente. Es un texto laico en
el que todas las civilizaciones del mundo se ven reflejadas. Prueba de ello es
que ningún país ha impugnado los principios que consagra la Declaración
Universal, ni siquiera los fundamentalistas islámicos y hoy, 53 años después de
su adopción, sigue siendo considerada como el texto básico de referencia para
toda la Humanidad.
Adicionalmente, se podría plantear la cuestión de su difusión, para que todos
los seres humanos puedan conocerla y reclamar su respeto. Creo, sin embargo, que
todos somos conscientes de cuáles son esos derechos, porque son inherentes a la
dignidad del ser humano y por consiguiente los intuimos. Otra cosa es que tales
derechos estén conculcados en determinadas sociedades, con el resultado de que
grupos enteros hayan crecido culturalmente en la idea de que no los tienen. Por
ejemplo, algunas mujeres afganas creen que Dios les obliga a vestir ese uniforme
horroroso que las hace invisibles. Sin embargo, el movimiento feminista en
Afganistán es fuerte a pesar de la represión de los talibanes, lo que pone de
relieve cómo la mujer en las peores situaciones puede ser consciente de sus
derechos. De ahí a reivindicarlos no hay más que un paso. Claro que eso no es
suficiente, porque la reivindicación del disfrute de los DDHH debe desembocar en
una exigencia social mayoritaria que reclame los cambios políticos, económicos,
sociales y jurídicos necesarios, con la colaboración de la comunidad
internacional.
-Las estrategias a nivel de base parecen factibles, pero ¿cómo afrontar
medidas globales?
-Por supuesto, no se pueden olvidar los condicionantes macroeconómicos,
porque estamos viviendo en una economía mundializada, en la que impera el
criterio del máximo beneficio de un número reducido de empresas multinacionales
que no tienen alma ni ley que las controle. Es preocupante que no se dediquen
los esfuerzos políticos, económicos y financieros necesarios para reducir esas
enormes desigualdades entre Norte y Sur. Al contrario, el modelo actual de
mundialización ha incrementado ostensiblemente tales desigualdades: los ricos
son cada vez más ricos y los pobres más pobres. Las multinacionales financian
las grandes campañas electorales, por ejemplo, la del Presidente Bush. Así que
cuando éste gana las elecciones (?), las multinacionales le pasan factura:
ahora, el escudo antimisiles; ayer, las multinacionales farmacéuticas que se
resistían a bajar el precio de medicamentos básicos para tratar, por ejemplo, a
los enfermos de SIDA en el Tercer Mundo.
Pues bien: una de las grandes líneas de financiación del desarrollo es a través
del desarme. En el año 2000 se gastaron en el mundo 798 billones de dólares en
armamento. La mitad de ese gran negocio lo vendieron empresas de los Estados
Unidos. Los compradores, países del Tercer Mundo cuyos gobiernos corruptos
condenaron así a sus pueblos al hambre y al subdesarrollo. Un modelo de
desarrollo basado en el rearme solamente puede conducir al mundo a un desastre
humanitario y ecológico aún más profundo. Con un poco de voluntad política, y
mucha conciencia de la sociedad civil, se podría conseguir que una pequeña parte
de ese dinero se desvíe a programas de desarrollo social en el Tercer Mundo,
tales como: el reparto gratuito de almuerzos en las escuelas, acceso a servicios
mínimos de salud y de educación elemental; la reforma agraria que facilite el
acceso del campesino a pequeñas porciones de tierra cultivable que le permita
asegurarse su propio abastecimiento en alimentos básicos, agua potable, vivienda
e instalaciones sanitarias básicas, etc.
-¿Qué posibilidades existen para un cambio social tan profundo?
-Yo creo que todas. Yo soy optimista, porque a la juventud nadie le debe
escribir su futuro. Los movimientos antimundialización demuestran que hay una
sensibilidad social creciente, que puede estar más o menos adormecida según la
etapa histórica que corresponda a cada pueblo. En España, el desarrollismo
económico que se vivió en los años 80 y 90 había anestesiado mucho a la
sociedad, nos había hecho más individualistas, consumistas y egoístas. Pero
muchos españoles son conscientes hoy de que, junto a la opulencia de muchos,
subsisten en nuestro país ocho millones de pobres y un millón y medio de
parados; las condiciones de empleo son más precarias; y se explota inhumanamente
la mano de obra barata que desesperadamente suministra un Sur cada vez más
pobre.
-¿Los DDHH, en conclusión, son la capacidad de cada uno de regirse a sí
mismo?
-Así es. Comenzando por el derecho a la libre determinación de los
pueblos, que también se aplica a las personas. Es un derecho motor que da vida a
todos los demás DDHH, individuales y colectivos. La libre determinación
significa que todos y cada uno de nosotros tenemos el derecho a participar,
individualmente y en el marco de nuestro pueblo, en el libre establecimiento de
nuestra condición política y de nuestro desarrollo económico, social y cultural.
La participación a nivel familiar, en el ayuntamiento de nuestro pueblo o
ciudad, en la elección y control democrático de nuestro gobierno regional y
nacional, así como en la construcción de una comunidad internacional más
democrática, es la clave para vivir en libertad, en paz y en solidaridad con el
resto del mundo. ∆
Para obtener más información sobre derechos humanos:
http://www.unhchr.ch
Para comunicarse directamente con Carlos Villán:
cvillan-duran.hchr@unog.ch
|