Foto: Fer
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CRISIS
ALIMENTARIA EN ESPAÑA
Riesgo en
la mesa
La encefalopatía espongiforme, los benzopirenos en el
aceite de orujo, las dioxinas en la carne de pollo... Los
escándalos de los últimos tiempos han activado la alarma. La cadena de
seguridad falla. La Administración reacciona tarde y mal. Los consumidores
se quejan de la falta de información fiable. No basta con ir al mercado y
comprar: hay que conocer y evitar los riesgos. La cesta de la compra, con
inteligencia.
Texto: Carolina Fernández
C olorantes, conservantes,
antioxidantes, acidulantes, espesantes, gelificantes, emulsionante,
estabilizadores edulcorantes, potenciadores del sabor... Un alimento es lo
que vemos... y mucho más que no vemos. Más de dos tercios de los alimentos
que consumimos se engloban dentro de la categoría de "preparados". No
podrían existir si no se empleasen aditivos en su proceso de elaboración.
El consorcio para la seguridad alimentaria formado por FIAB, UCE, CEACCU y
UNAE explica que "sólo se conoce su uso una vez demostrada su inocuidad y
utilidad mediante una evaluación científica. Sólo se utilizan para
determinados productos y en cantidades controladas. Sin embargo, no pueden
descartarse posibles efectos acumulativos a largo plazo". En el caso de la
carne, los vegetales y el pescado, hay que hablar de hormonas para mejorar
el crecimiento, de antibióticos para prevenir enfermedades, de piensos de
origen animal, de residuos químicos, de manipulación genética, etc.
Un ama de casa que va a hacer la compra al supermercado no tiene por qué
dominar todos los términos técnicos, pero sí debe tener unos conocimientos
básicos que le ayudarán a comprar mejor y a protegerse del sensacionalismo
en el que muchas veces caen los medios de comunicación. Camino García es
profesora de Nutrición y directora del departamento de Higiene y
Tecnología de los Alimentos en la Universidad de León: "El consumidor
tiene que concienciarse de exigir. Si ve una cosa mal tiene que
denunciarla. Hay que ser más selectivo. Lo importante es que ya desde niño
se forme en el conocimiento de los alimentos y de los sistemas de
producción, porque eso le hace ser más crítico a la hora de analizar las
noticias que recibe de los medios, que a veces, por buscar un titular, son
demasiado alarmistas. El consumidor está totalmente desprotegido frente a
toda la información que le llega. Va de susto en susto".
En nuestro país, todavía se recuerda el caso más grave de intoxicación
alimentaria, y sus consecuencias aún hoy perduran en muchas familias: el
aceite de colza dejó una huella profunda en la España de los 80. "Aquello
fue un desastre total -recuerda Camino García-. No se logró identificar
exactamente la sustancia química que causó el problema, estuvo mal hecha
la toma de muestras. No hubo condena firme, no había ni legislación.
Luego, fue el Estado el que pagó todo por su falta de control. Hemos
mejorado mucho desde entonces".
A lo largo del año se producen alrededor de ciento cincuenta alertas
alimentarias. Normalmente no suponen la retirada de toda la producción de
un sector, sino que son sólo lotes defectuosos, por eso la noticia no
salta a los medios de comunicación. Para José Ramón Lozano, portavoz de
UNAE, lo esencial es la coordinación: "Para ordenar la retirada de un
producto a través de la red de alerta, como sucedió en el caso reciente
del aceite de orujo, la administración general tiene que contar con las
comunidades autónomas. Si no hay una buena disposición por parte de todas
las administraciones implicadas, es muy difícil gestionar adecuadamente
una crisis alimentaria de este tipo".
Para que toda la cadena alimentaria esté bajo control, en España y en la
UE existen una serie de normas muy exigentes. De hecho, posiblemente
tengamos una de las mejores normativas a nivel internacional que abarca
toda la cadena: producción, transformación, comercialización y consumo.
Sin embargo no es suficiente. "Los protocolos que las autoridades de salud
pública han establecido son, por lo general, completos y exigentes y si se
aplicaran correctamente se reducirían los problemas -explica José A. Herce,
profesor de Economía en la Universidad Complutense de Madrid y director de
la Fundación de Estudios de Economía Aplicada-. Pero su aplicación deja,
en ocasiones, que desear. Así, se inspeccionan deficientemente los
alimentos o se establecen límites poco realistas. La falta de medios es
manifiesta. Por otra parte, las penalizaciones para quienes incurren en
violaciones de los procedimientos y normas alimentarias son reducidas, por
lo que se crea la impresión, entre los productores y transformadores de
alimentos de que el descuido o la inobservancia no acarrea consecuencias
graves. La realidad demuestra luego que los perjuicios sí son graves
aunque los suelen pagar los consumidores".
¿Por qué se ha creado una psicosis de epidemia por contagio, cuando no
estamos ante una infección, sino ante una intoxicación?
Una vez que se desata la crisis, se pone en marcha el reloj. Cada segundo
es importante. Los medios de comunicación juegan un papel crucial a la
hora de ofrecer información veraz y contrastada, y no caer en el
sensacionalismo gratuito. La información es positiva. La alarma social y
el estado de nerviosismo que se genera como consecuencia no lo es. En
ocasiones, ante la mera sospecha de la opinión pública, una empresa
prefiere retirar temporalmente sus productos del mercado antes que generar
desconfianza en el consumidor, una desconfianza que luego podría pagar muy
cara.
Las distintas administraciones tienen que dar la cara ante la opinión
pública y explicar los hechos con claridad y arrojando luz sobre todos los
puntos oscuros. De momento no ha sido así. "La capacidad de respuesta que
han mostrado las autoridades o los agentes privados implicados en la
cadena alimentaria ha sido bastante reducida -señala José A. Herce-. Desde
el patriotismo alimentario ("en España esto no pasa") hasta la
descoordinación de los ministerios de Agricultura y Sanidad (y no digamos
con las comunidades autónomas), pasando por las reacciones pintorescas o
precipitadas de sus responsables. Nada permite pensar que en el futuro las
cosas cambien. Una respuesta eficaz sólo puede darse cuando se tiene
detrás un sólido esquema de prevención cuyos resquicios sean mínimos.
Cuando la operativa existente deja pasar los problemas sin resolverlos,
éstos estallan en algún momento poniendo en evidencia la insuficiencia de
los controles establecidos. El riesgo cero no existe, pero, al menos, hay
que hacer que se cumpla la normativa y, en presencia de un desarrollo
imprevisto, ha de demostrarse a la opinión pública que se dispone de un
mecanismo capaz de afrontar con rigor las nuevas circunstancias".
Los procesos biológicos se pueden controlar al máximo, pero no se evita
nunca totalmente la posibilidad de que surja algún problema. "Una cosa que
sí es problemática -añade Camino García- es el control que hay de estos
temas por parte de la administración. Antes era más fácil cuando todo
dependía de Madrid, pero ahora el Ministerio de Sanidad y Consumo y el de
Agricultura no tienen competencias, son las autonomías, y las hay más
laxas y más estrictas. Esto se va a intentar contrarrestar con la creación
de la Agencia de Seguridad Alimentaria. Ahora mismo el mensaje es
totalmente contradictorio y el consumidor se encuentra desasistido".
Esta Agencia, cuya creación ya ha sido aprobada, favorecerá la
coordinación entre distintos sectores, y unificará los criterios
científicos. En este terreno, el profesor Herce opina que la ciencia juega
un doble papel. Por una parte impulsa el desarrollo del sector
alimentario, y por otra ayuda a limitar dichos riesgos estableciendo
límites que las nuevas sustancias o procedimientos no deberían superar
nunca. También ayuda a establecer la evidencia en base al muestreo y
análisis sobre el grado de cumplimiento de los límites establecidos. "La
administración española -continúa-, que posee laboratorios e institutos
científicos dedicados al tema, recurre sin embargo muy escasamente a ellos
o sus protocolos de actuación son insuficientes. Por otra parte, el
muestreo de los alimentos es poco sistemático y debería practicarse mucho
más intensa y rigurosamente. Para ello se necesitan más recursos que los
actualmente destinados a ello. La administración española, por lo general,
desprecia el consejo científico y sus mismos cuadros recurren muy poco al
mismo".
En un futuro, los alimentos tendrán que ser superar unos test y unos
controles rigurosísimos. Serán tratados como los medicamentos.
En este sentido, José A. Herce está a favor de potenciar el papel de las
asociaciones de consumidores, que podrían tomar la iniciativa incluso en
el terreno científico. ¿Cómo? "No es sencillo, pero ya he hablado antes de
potenciar las asociaciones de consumidores en este campo. Las cuotas de
los consumidores a estas asociaciones podrían ser deducibles del IRPF, por
ejemplo, de esta manera se fomentaría el asociacionismo. Como
contrapartida, habría que reforzar la legislación para exigir la verdadera
independencia de estas asociaciones y su representatividad. Con este
perfil reforzado, las asociaciones deberían ser parte de las mesas de
debate sobre los problemas alimentarios y las normas diseñadas para
resolverlos, además de que podrían afrontar los gastos necesarios para
producir un buen consejo científico a la población. Por otra parte, el
mercado puede ser un gran aliado en este tema. Si los productores de
alimentos garantizan sus productos de manera fehaciente, estoy convencido
de que muchos consumidores estarían dispuestos a pagar una prima adicional
sobre el precio de los alimentos. Las normativas y la burocracia
palidecerían frente a un buen sistema de mercado basado en el interés
individual garantizado mediante una legislación implacable contra los
defraudadores".
EL EJEMPLO CON MAYUSCULAS: LA VACA LOCA (*)
H a sido el caso más notable de los
últimos tiempos. Estalló en el Reino Unido, y enseguida empezaron a saltar
las alarmas en el continente. Fue un ejemplo de gestión chapucera por
parte de la administración, con informaciones poco claras y medidas
insólitas. Queda al descubierto la deficiente coordinación entre
ministerios y la lentitud de reflejos ante la crisis.
La enfermedad se diagnosticó por primera vez en un animal en el Reino
Unido en 1985. Diez años después empezaron a detectarse los primeros casos
de la enfermedad en humanos, que hasta ahora se ha cobrado un centenar de
víctimas, la mayoría en el Reino Unido. El sistema nervioso de los
animales que la padecen se ve afectado y sufren alteraciones en el
comportamiento, como estados de nerviosismo, agresividad, posturas
anormales, etc. Por eso se dice que las vacas se vuelven "locas".
Una vez dada la alarma, las autoridades sanitarias tardan en reaccionar y
las informaciones a veces son contradictorias. En España se desata un
maremágnum de noticias. Mientras se detectan casos en diferentes puntos,
los medios de comunicación intentan explicar a unos consumidores bastante
desorientados en qué consiste la enfermedad, y los responsables intentan
aparentar una tranquilidad relativa. Valga la imagen de Arias Cañete
degustando ante las cámaras un bocado de carne para defender la calidad de
nuestras reses predicando con el ejemplo. Pero el consumidor no ve las
cosas claras. A principios de año se supo que España se había opuesto
durante cuatro años en Bruselas al plan contra las "vacas locas". Loyola
de Palacio, vicepresidenta de la Comisión Europea y Arias Cañete, Ministro
de Agricultura, votaron en contra de la obligatoriedad de destruir los
materiales de riesgo. Además, España obstaculizó las medidas dictadas por
Bruselas para endurecer los controles. Dentro de nuestro propio
territorio, las distintas administraciones no se ponen de acuerdo a la
hora de abordar el problema. La información nunca es del todo clara y las
soluciones rayan en algunos casos lo surrealista, como lo sucedido en la
mina gallega de Mesía, donde la Xunta de Galicia "depositó", sin
incinerar, y pasando por encima de todas las normativas, cientos de
cadáveres de reses adultas. También fue muy criticada la actitud de Celia
Villalobos, Ministra de Sanidad, quien en plena crisis, ofreció soluciones
de andar por casa: sustituir el hueso de ternera por uno de cerdo para
hacer los caldos. El comentario provoca airadas críticas sobre la
incapacidad de la administración para afrontar el problema y ofrecer
mejores soluciones.
Pero hay que hacer desaparecer con urgencia a los animales enfermos y a
todos sus compañeros, que han recibido la misma alimentación. La avalancha
desborda los mataderos. Las harinas de origen animal siguen un camino
similar. Las 420.000 toneladas anuales que se producen en España, van a
ser fulminadas en las plantas cementeras, que al utilizar en sus hornos
temperaturas de 2.000 grados, parecen la opción más segura. Tampoco se
sabe qué hacer con los llamados restos peligrosos, que hasta ese momento
se aprovechaban para la elaboración de harinas. La visión apocalíptica de
cientos de cadáveres de reses, amontonados en enormes pilas, provoca la
reacción de la opinión pública, que empieza a cuestionarse el modelo de
crianza intensiva de animales para consumo humano. Los consumidores
atemorizados. Los ganaderos indignados. La gestión de la administración
puesta en entredicho. El colapso es total.
Finalmente, después de varios meses de sobresaltos, en enero del 2001
España prohíbe temporalmente el uso de harinas de carne y hueso en la
alimentación animal.
¿Es esa la solución?
Hay
piezas que no encajan. Se descubrió que el sacrificio de animales no
siempre se llevaba a cabo en las condiciones deseables y que en España
florecían los mataderos clandestinos. Todavía no se ha dicho claramente
quiénes son responsables ni qué papel juegan los intereses económicos,
siempre presentes. Sigámosles el rastro: se buscaba la forma de acelerar
el crecimiento de estos animales. Se ha probado que existen unos piensos
seguros a base de oleaginosas y mezclas vegetales, que aceleran el engorde
y el crecimiento. El problema fue que en el norte de Europa, que es donde
arranca el mal de las vacas locas, no se producían esas oleaginosas, que
correspondían más bien a climas más cálidos (España, Italia, Grecia, oeste
americano). En el norte comenzaron a alimentar a sus reses con harinas
animales. Así se recortaban gastos, aumentaban la producción y ampliaban
mercados, al invadir la carne del norte los mercados del sur. Los
responsables de la Unión Europea permitieron que imperase la lógica del
mayor beneficio al menor precio, sin importar las consecuencias.
Desde los tiempos de los romanos ya se sabe que si se alimenta a un
rumiante con carne va a multiplicar su velocidad de crecimiento. Plutarco
advirtió entonces que si eso se hace el animal se vuelve "loco". Pero los
industriales modernos no se lo pensaron dos veces. El problema es que
alimentar a una vaca con filetes resulta antieconómico. Es mejor hacerlo
con todos esos restos que sobran en el proceso de la matanza y despiece de
las reses. Son tripas, tuétanos, médulas espinales, cartílagos. Todo eso
se tritura, se transforma en una harina, y se obliga al animal a
alimentarse de ella. Un buitre, por ejemplo, es un animal carroñero. Para
él no sería ningún problema alimentarse de estas harinas porque miles de
años de evolución han adaptado su cuerpo a una dieta basada en los restos
de animales muertos. No es el caso de la vaca, que ni es carnívoro ni es
carroñero, y está acostumbrada a una determinada proporción de aminoácidos
y proteínas. Al variársela el organismo se desajusta. Literalmente no
saben qué hacer. ¿Qué es lo que ocurre entonces? El excedente se acumula
en un rincón. Las proteínas que forman el cerebro amontonan programas
proteicos corruptos y son sensibles a los errores causados por el
amontonamiento de aminoácidos con los que el organismo no sabe qué hacer.
Los priones, un nuevo término, aparece en juego. Un prión no es un virus
ni una bacteria, y por lo tanto no contagia. Es la versión biológica de un
metal pesado, y puede causar una intoxicación por acumulación.
Una vaca, herbívoro integral, no tiene mecanismos para deshacerse de estos
priones. Un buitre, carroñero, sí los tiene. ¿Y un ser humano? ¿Qué pasa
si un ser humano ingiere un prión? Básicamente nada. Es normal que en la
dieta habitual haya alguno. El problema surge cuando las cantidades que
tomamos son tan grandes que sobrecargan nuestros mecanismos de
eliminación, y empezamos a acumularlos.
España y UE tienen una normativa muy exigente, sin embargo no se aplican
correctamente. Las inspecciones son deficientes, no hay medios y no se
penalizan adecuadamente las infracciones.
Un médico, docente en una universidad politécnica española, lanza al aire
una reflexión: ¿Por qué se ha creado una psicosis de epidemia por
contagio, cuando no estamos ante una infección, sino ante una
intoxicación?. Si nuestro vecino ingiere una sustancia tóxica y muere
envenenado, a nosotros no se nos ocurre pensar que podemos habernos
"contagiado", no nos ponemos en cuarentena. A pesar de esto, aparecen
imágenes de científicos manipulando tejidos contaminados con una
protección extrema, similar a la que se utilizaría al examinar material
infeccioso. ¿Por qué, cuando se sabe ya que para enfermar tendrían que
alimentarse de esos mismos tejidos durante años?
¿Por qué se sacrificó, desde el inicio de la crisis, a todas las vacas de
una explotación donde aparecía un positivo? Tendría sentido en el caso de
enfermedades víricas o bacterianas, pero los priones no se transmiten por
contacto o por proximidad, como otros agentes infecciosos, sino por
ingestión de piensos contaminados. La confusión ha sido tal, que aún hoy,
meses después del estallido de la crisis, los ganaderos que eligen el
sacrificio selectivo de reses, tienen dificultades para comercializar
luego sus productos.
Sea como sea, el consumo de carne de vacuno se recupera lentamente. El
consumo nacional sólo alcanza el 85% del nivel anterior a la crisis. Las
exportaciones se han reducido en un 95%. Cada una de estas crisis tiene
una huella económica más o menos profunda. "Los efectos pueden ser
catastróficos para algunos de los agentes implicados, productores o
consumidores -comenta José Antonio Herce-. Para el conjunto de la economía
no tienen por qué ser muy dañinos, pero los sectores implicados pueden
sufrir considerablemente mientras se restaura la confianza de los
consumidores. La administración cree que amortigua las consecuencias de
las crisis con los instrumentos de siempre: subvenciones, con lo que
incluso acaba premiando a los causantes del desaguisado. Esto es una forma
totalmente equivocada de proceder. Puesto que la confianza del consumidor
es la clave para el buen funcionamiento del mercado alimentario, la única
forma de amortiguar los efectos de las crisis de este tipo es la de
garantizar al consumidor que se aplican los controles necesarios, que
quienes violan las normas pagan por ello y que si se produce un imprevisto
se cubren por completo las responsabilidades derivadas de ello".
LAS DIOXINAS (*)
E sta vez el susto vino inicialmente
de Bélgica. Cuidado con el pollo, nos dijeron, que tiene dioxinas. Poco a
poco nos fuimos enterando de que las dioxinas no son una sustancia nueva,
aunque no se conoce demasiado sobre ellas. Son fundamentalmente
disolventes, aunque también se utilizan en la elaboración de herbicidas.
Es así cómo se supone que llegan a las granjas de pollos: estos herbicidas
se aplican en explotaciones agrarias para eliminar malas hierbas, pero es
muy posible que contaminen también otras a las que no van dirigidas.
Cuando se utilizan en campos de cereales y a su vez los cereales se
emplean en la fabricación de piensos, el resultado final puede ser un
pienso contaminado que pasa a los animales que lo consumen. Todavía no se
han determinado cuáles son las dosis para la intoxicación en humanos, pero
los experimentos con animales han revelado que las dioxinas producen
procesos cancerígenos y que pueden llegar a causarles la muerte. Aún a
pesar del desconocimiento, la noticia alarmó a la población y el consumo
de carne de pollo descendió en picado. "Lo que ocurre es que estos son
problemas de sociedades ricas -comenta Camino García-. No vayas a
Afganistán a hablarles de las dioxinas del pollo. La dioxina, a las dosis
que podía haberse encontrado en ese pollo en Bélgica, no era tóxica para
el hombre. En grandes cantidades y con efecto acumulativo se han visto en
animales de experimentación, pero en el hombre no se ha podido demostrar
que nadie haya sido envenenado por una dioxina. Todo esto sacado de
contexto provocó una alarma terrible".
"El riesgo cero no existe, pero, al menos, hay que hacer que se cumpla la
normativa"
José A. Herce
La cría intensiva de aves de corral tiene
mucho que ver en todo lo que luego vemos aparecer en los medios de
comunicación. Ya no se habla de "granja" sino de "industria". Antes de ser
domesticadas por el hombre, las gallinas volaban. Debido a la falta de
movimiento durante generaciones, se teme que en un futuro pierdan incluso
la capacidad de caminar. También es habitual que algunos animales mueran
antes de tiempo asfixiados por sus propios compañeros, o que se les corte
el pico para evitar problemas en las jaulas. Los pollos industriales están
programados para crecer rápido. Se trata de que en seis semanas alcancen
el tamaño óptimo. Para eso se le somete a un proceso de engorde con una
alimentación a base de cereales, antibióticos y harinas cárnicas del tipo
de las que afectaron a las "vacas locas". Es importante resaltar que toman
antibióticos en su dieta habitual para prevenir todo tipo de enfermedades
causadas por el hacinamiento y la falta de movimiento. Esta práctica ya
fue cuestionada hace doce años por la Academia Nacional de Ciencias de los
Estados unidos, que advirtió que la creación de cepas de bacterias
resistentes a los antibióticos, derivadas del abuso de los mismos, podían
causar serias enfermedades humanas. En este sentido, la revista New
England Journal of Medicine publicó en 1999 que las infecciones de
bacterias resistentes a los antibióticos aumentaron casi ocho veces entre
1992 y 1997. Un aparte de ese aumento está relacionada con el uso de
antibióticos en la carne de pollo. En concreto, se ha detectado en los
pollos bacterias resistentes a las fluoroquinolonas, un tipo de
antibióticos reciente que los científicos esperaban que siquiera siendo
efectivo por más tiempo. "No sólo la encefalopatía espongiforme, sino la
tuberculosis y la brucelosis, son cada vez más difíciles de tratar porque
los agentes infecciosos se vuelven resistentes a los medicamentos que
teníamos antes", apunta José Carlos García Fajardo, profesor de
Pensamiento Político y Social y Presidente de la ONG Solidarios.
Arancha Desojo, farmacéutica y experta en cooperación sanitaria, añade que
es posible medir y determinar cuáles deben ser las cantidades mínimas de
sustancias nocivas contenidas en los alimentos, pero es su acumulación en
el organismo a lo largo del tiempo lo que causa el daño, por eso hay que
inspeccionar a las industrias que contaminan el agua, el suelo o el aire,
a través de los cuales los animales y los vegetales ingieren metales
pesados o compuestos cancerígenos que luego la cadena trófica lleva hasta
el hombre.
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TRANSGENICOS
I ban a acabar con el hambre en el
mundo. Así fueron presentados en sociedad los alimentos modificados
genéticamente. Más grandes, más nutritivos, más duraderos, más fáciles de
cultivar. Tomates que no se pudren o cultivos que resisten ante los
herbicidas. La bío tecnología ha llegado a nuestras vidas, dejando tras de
sí una estela de pequeños campesinos arruinados en todo el mundo. Desde
que la agricultura industrial tomó el mando desplazando a la agricultura
tradicional, la guerra es feroz. Las grandes empresas luchan por obtener
las patentes de los nuevos descubrimientos, a la vez que se desarrolla la
implantación de los monocultivos, enormes extensiones de terreno en el que
se planta una sola variedad genética con la intención de multiplicar la
producción. Una consecuencia es la erosión genética. La pérdida de
variedades de semillas ya ha afectado gravemente al arroz y al trigo,
alimentos básicos para tres cuartas partes de la población del planeta. Ya
en los 90 la FAO (Food and Agriculture Organization) advirtió que
previsiblemente en el año 2000 se perdería el 95% de la diversidad
genética de semillas disponibles para el agricultor. Cada vez más, el
embudo se estrecha para empujar al agricultor a pasar por la caja
registradora de las grandes empresas.
De momento lo único constatable, en relación con los alimentos modificados
genéticamente es que no han terminado con el hambre en el mundo. Y a pesar
de que tienen numerosos defensores, todavía no hay garantías de su
inocuidad para la salud humana a largo plazo. "No está demostrado todavía
que los transgénicos sean inocuos. No está demostrado que no afecten en
una segunda o tercera generación, de la misma forma que afectaron las
bombas de Napalm que lanzaron los americanos en Vietnam hace treinta años,
y todavía hoy nacen niños con malformaciones genéticas", comenta José
Carlos García Fajardo.
Los peces transgénicos llegarán pronto a nuestros mercados. Lubina,
dorada, rodaballo, trucha, almejas y mejillones son las primeras especies
que comenzaron a ser estudiadas, y se espera que en poco tiempo puedan se
manipuladas genéticamente para que se desarrollen más rápido, sean más
grandes de lo habitual, tengan un nivel de grasa apropiado y un color
similar al de sus hermanos no transgénicos. "Lo de las piscifactorías es
un tema que todavía no ha reventado. Estamos consiguiendo salmones que
pesan ocho veces más en una piscifactoría que en su medio natural. El
problema es que al darle una alimentación artificial, para ser capaces de
metabolizar deprisa todo lo que comen necesitan más oxígeno del que tiene
el agua del espacio en el que se encuentran, por muy rápido que circule.
Entonces, para que no haya riesgo de que mueran les están dando
antibióticos en la alimentación, igual que a los pollos. Están haciéndoles
ganar peso sin tener en cuenta la calidad del proceso", denuncia Fajardo.
FUTURO
L as garantías de seguridad de los
alimentos que comemos será sin duda un tema importante en este siglo
recién comenzado. Para José A. Herce es importante distinguir entre la
seguridad alimentaria ligada a las garantías para la salud de los
consumidores y la seguridad alimentaria ligada al abastecimiento en
cantidad suficiente de alimentos para la humanidad y las naciones. "Ambas
dimensiones -continúa- serán problemáticas en el siglo que acaba de
iniciarse. Los problemas de salud debidos a los alimentos pueden verse
agudizados por el rápido avance de la tecnología alimentaria (OMG, por
ejemplo) cuyas innovaciones apenas se contrastan, lo que en ocasiones
requiere un periodo de tiempo muy largo. Igualmente, la permanente carrera
de las autoridades para controlar la cadena alimenticia, se verá
crecientemente dificultada por la rapidez con la que la industria
incorpora nuevos elementos en la cadena. En efecto, los medios técnicos y
humanos son cada vez más abundantes, pero no siempre su peso cae del lado
de la defensa de los consumidores. La mayor esperanza para el nuevo siglo
radica en un cambio de mentalidad por parte de los consumidores".
"Aunque en el futuro habremos aprendido con estos problemas a controlar
las crisis, nunca podemos evitar un riesgo nuevo, como sucedió con las
vacas locas -comenta Camino García-. Hasta ahora estábamos acostumbrados a
brotes agudos, intoxicaciones que surgían de repente, como las de
salmonelosis, pero en un futuro lo más problemático será todo lo
relacionado con los residuos, las sustancias acumulativas, como las
dioxinas. Los alimentos de origen animal, ricos en agua, son más propensos
a la contaminación microbiológica; en los vegetales es más importante el
tema de residuos: metales pesados, fitoestrógenos, etc".
Probablemente cambie el concepto que tenemos ahora mismo de lo que es
alimentación. "Los nuevos alimentos van a tener que ser tratados como los
medicamentos, y superar unos test y unos controles rigurosísimos, y además
manteniendo un bajo precio. Lo que veremos en el futuro son grandes
empresas de producción de alimentos con grandes equipos de control de
calidad. Será más fácil para ellos cumplir la legalidad. Los pequeños
productores van a tener serios problemas de subsistencia". ∆
(*) Información facilitada por J.C. García Fajardo. Centro de
Colaboraciones Solidarias |