EXPEDICION
AL TAKLAMAKAN
A finales del año pasado, el equipo de TVE "Al
filo de lo imposible" atravesó uno de los desiertos más bellos y
a la vez peligrosos del planeta: el Taklamakan. Su nombre traducido
significa "el desierto en el que si entras no saldrás",
precisamente la clase de lugar que resulta irresistible para "Al
filo".
Texto: José M.
López / Fotos: Al filo de lo
imposible.
Iniciaron
su expedición a finales de octubre en un todoterreno que les llevó
hasta Taheyan, una aldea Uigur que fue su punto de partida. Desde allí
se adentraron en el desierto con treinta camellos y más de 2.500 kilos
de equipaje, de los cuales mil eran de agua. Al final, y tras quince
días de dificultades, contratiempos y tormentas de arena, consiguieron
atravesar los 700 Km. que tiene este desierto de norte a sur, y escapar
de paso de su maldita leyenda.
El documental que grabaron durante esta travesía aparecerá en la nueva
temporada de "Al filo". Es uno de los preferidos de Sebastián
Alvaro, pero no es más que una muestra de todo lo que tienen preparado.
A Sebastián Alvaro se le amontonan las palabras cuando habla de nuevos
proyectos: "En este año volveremos a intentar el Everest por la
cara norte sin oxígeno. También queremos hacer una vía de ascensión
al Ama Dablan -el monte sagrado de los sherpas- en una cordada femenina.
Y luego tenemos que ir a Alaska a hacer el monte San Elías y el
McKinley. Después al Ruwenzori en Africa y luego tenemos un rodaje en
los Alpes: el Cervino. ¿Qué más? ¡Ah, sí! una historia de buceo en
las islas Orcadas y la exploración del cañón Yarlung Tsangpo".
De momento y para "abrir boca", Sebastián Alvaro nos habló
de su aventura en el Taklamakan.
-En esta expedición habéis trabajado con camellos y
con la etnia Uigur. ¿Cómo valoráis la experiencia?
-Muy positiva. De todas maneras, cuando fui a la cara norte del
K2 en el año 94 ya había estado en esa zona, y parte de la marcha se
hace con camellos. Dicen que es una de las marchas más duras y
arriesgadas que se hacen en el Himalaya, y el contacto con los
camelleros fue fantástico. Teníamos que cruzar unos ríos con agua por
encima del cuello del camello, tardábamos una hora en cruzarlos, y me
pareció que era la gente más valiente que había visto. Pero claro,
ésta es la primera vez que hacemos una experiencia tan grande en el
desierto. Lo mejor que puedo decir es que, si no es por ellos, no
hubiéramos salido bien.
-Me imagino que llevaríais GPS, brújula y demás
sistemas de orientación, pero ¿qué os fue más útil, la tecnología
o la intuición de los indígenas?
-Mientras ellos caminaban a la vista, nosotros íbamos siguiendo
la orientación de los camelleros. Teníamos que seguir la dirección
norte-norte, pero ellos se desviaban cuatro o cinco grados al este para
seguir los cauces secos de los ríos. Necesitaban esos cauces para, en
primer lugar, poder dar algo de comer a los camellos. Y luego porque en
el caso de tener que hacer un pozo de agua, que hicieron dos, les
resulta más fácil.
-Hubo un momento en el que corristeis peligro por
culpa del agua.
-Fue el momento más delicado, sí. De todas maneras, creo que
hubiéramos salido vivos, porque ya estábamos a menos de cien
kilómetros del punto de llegada. Esto quiere decir que, en el peor de
los casos, aunque se nos hubieran muerto los camellos, hubiéramos
cogido diez o quince litros de agua cada uno y hubiéramos caminado por
la noche para deshidratarnos menos. Pero habría sido delicado. Lo que
pasó fue que el jefe de los camelleros se puso a buscar, cavaron en
medio del desierto y salió agua. Es una de las cosas más
impresionantes que he visto. El milagro de los panes y los peces no fue
nada comparado con esto. El agua era muy salobre y desde luego no valía
para consumo humano, pero sirvió para que los camellos pudieran tirar.
-¿Hubo
más momentos de riesgo?
-No. Vivimos momentos duros, la experiencia es extrema, no paras
de andar en todo el día, hay tormentas de arena, calor y frío, cambios
bruscos de temperatura -de 14 bajo cero a 40 sobre cero en muy poco
tiempo-. No es como una escalada de montaña, en la que la primera parte
normalmente no supone mucho riesgo y en la última parte, cuando haces
el ataque a la cumbre, se viven momentos de mucha tensión. Esto es más
como una travesía polar, requiere mucho fondo y estar trabajando día a
día para ir arañando kilómetros. Y no hay una cumbre a la que te vas
acercando, sino que ves continuamente el mismo horizonte de dunas,
inabarcable, en el que crees que no vas a llegar nunca al final y de
repente un día llegas, sin más.
-Supongo que psicológicamente será más duro que
una montaña, por eso de no ver el final.
-Es diferente, pero eso sí que lo habíamos experimentado en
las travesías polares, que son lo mismo. Al fin y al cabo son dos tipos
de desierto, uno de nieve y otro de arena.
-¿Qué paralelismos hay, por ejemplo, entre el mar
de dunas del desierto y la banquisa del Ártico, donde habéis estado
hace poco?
-Hay muchos y tienes un montón de horas para reflexionar sobre
ellos. Desde cómo se comportan la nieve y la arena, que te vas
hundiendo y hace el caminar muy lento y fatigoso; hasta las tormentas,
que con el viento la arena y la nieve entran en cualquier sitio. Ya
puedes ir bien cubierto, que da igual, se te meten por todas partes. Son
dos medios radicalmente contradictorios, pero incluso que dos límites
tan contrapuestos se toquen tiene su belleza.
-¿Es similar la fuerza de voluntad necesaria para
subir un ochomil a la necesaria para atravesar este desierto?
-No. En un campo base hay muchos días de mal tiempo y te
relajas, escribes, lees o te vas a dar una vuelta. Aquí todas las
mañanas te levantas a las ocho, y son las nueve de la noche y sigues
trabajando. Todos los días. Haga tormenta de arena o no, porque una vez
que te has metido ahí tienes que salir, y el agua es limitada, así que
no te puedes permitir el lujo de quedarte un día parado en el desierto.
Requiere sobre todo un cambio de mentalidad.
-¿Podrías describir la belleza del desierto?
-La verdad es que a mí siempre me han gustado los desiertos,
los lugares áridos y éste, el Taklamakan, refleja a la perfección lo
que uno piensa sobre el desierto ideal. Un desierto totalmente de dunas
es lo menos frecuente en la Tierra, es mucho más normal uno de piedras.
El Taklamakan es arena de principio a fin, un lugar de una belleza
extraordinaria. Aunque pueda parecer monótono, a nosotros nunca nos ha
aburrido. En la primera parte del desierto había árboles amarillos por
el otoño, que en medio de las dunas rojizas eran una preciosidad.
También estaba la propia caravana de los camellos, y es como si
estuvieras en medio de un océano de dunas, es absolutamente asombroso.
Desde luego, del año pasado, ha sido mi expedición más satisfactoria.
-Antiguamente, la Ruta de la Seda era el punto donde
se juntaban las culturas de oriente y occidente...
- ... y la persa. Era la confluencia de tres mundos: persa,
chino y grecorromano.
-¿Queda algo de aquello?
-Queda el mismo espíritu, lo que pasa es que ahora llevan
teléfonos móviles. Pero los bazares y los oasis que conforman esta
zona del Turquestán chino y de Asia central guarda buena parte de ese
misterio, de ese camino de leyenda que movilizó a los hombres. Hemos
tenido la suerte de filmar los lugares más emblemáticos de aquellos
territorios, y cómo se hace el hilo de seda, exactamente de la misma
forma que hace dos mil años. Y todo eso enmarcado en el desierto,
porque la Ruta de la Seda rodea al Taklamakan por el norte y por el sur.
-¿Qué ha aportado, a la hora de hacer balance, esta
experiencia al equipo de "Al filo de lo imposible"?
-Pues supongo que eso que dice Kavafis, ¿no?. Algo más de
conocimientos y algo más de aventura. Además de un magnífico
documental, espero. ∆ |