Recientemente se ha oído la voz de los
investigadores españoles denunciando que gran parte de su presupuesto se
desvía para fines militares. Es parte de una política destinada a
convertir a España en una superpotencia mundial. ¿Nos compensa el
precio?
"El
conflicto no es peyorativo en sí, puede ser absolutamente constructivo.
El reto está en gestionarlo de forma no violenta"
"Casi
la mitad del presupuesto español para investigación y desarrollo está
en gasto militar"
"Hay
dos palabras clave, para implantar una cultura de paz: estrategia y
coordinación"
"El
gobierno no está dando respuesta a la sociedad, a quien apela para que
sea solidaria con sus iniciativas y su dinero cuando hay un conflicto
armado"
"El
déficit de la industria militar se cubre con dinero público, que acaba
yendo a muchos accionistas y directores generales de empresa"
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A
Raúl Romeva se le acumula el trabajo. Es el Coordinador de Investigación
de la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos. Es profesor de la
Escuela de Cultura de Paz. Es profesor de Relaciones Internacionales en la
Autónoma de Barcelona. Es investigador en temas de paz y desarme, sus
especialidades son la reconstrucción post-bélica -sobre todo en el caso de
los Balcanes-, y las cuestiones relacionadas con las vinculaciones entre
desarme y desarrollo. Gracias a este rosario de títulos, desentraña las
claves para entender por qué en España gastamos cada vez más en armamento
y menos en temas sociales.
-¿Qué lugar ocupa España, a nivel mundial, en investigación y
desarrollo de armamento?
-Digamos que España hasta los últimos años estaba en segunda
división. Pero, especialmente a raíz del gobierno del PP, ha habido una
tendencia a fomentar este tipo de inversiones. Todo esto con el objetivo
explícito de estar en primera fila mundial, no solamente en investigación
y desarrollo militar, sino en producción y exportación de armas.
Esto es doblemente preocupante, primero porque nosotros creemos que no es
nada peyorativo estar en los lugares más bajos en el ranking de productores
y exportadores de armas. Hay muchos países europeos, y otros como Japón,
que están muy por debajo nuestro y ello no implica desprestigio. Y, en
segundo lugar, porque eso supone una desviación de recursos que son
necesarios en otros muchos sectores, como la medicina. Concretamente, casi
la mitad del presupuesto español para investigación y desarrollo está en
gasto militar.
-¿A qué obedece ese interés por estar entre los primeros?
-Esto depende del gobierno que tengas, de los criterios que
considere que dan prestigio. Y el gobierno actual ha dicho muchas veces que
el prestigio internacional es estar al lado de EEUU, ser uno de los
principales países dentro de la OTAN, que tiene una política militar
activa; y estar en primera fila en operaciones militares y humanitarias en
su vertiente militar.
Nosotros insistimos en que es una percepción errónea. El prestigio lo da
un trabajo responsable con el bienestar colectivo y sobre todo con el
bienestar mundial.
-España, al vender armas a países en conflicto, viola el Código de
Conducta de la UE. ¿En qué consiste ese código y por qué se está
saltando?
-El Código de Conducta se aprobó en 1998 y fue el resultado de una
campaña que duró muchos años, por parte de varios sectores de la sociedad
civil y con el apoyo de instituciones como el Parlamento Europeo. La
campaña exigía que se tuvieran en cuenta unos criterios para la
exportación de armas, que forman el Código de Conducta: no exportar armas
a países que estén embargados por la ONU u otros organismos; que estén en
conflicto armado; que tengan un gasto militar excesivamente superior al
gasto social; países donde de forma clara se estén violando los derechos
humanos o donde se sospeche que esas armas pueden ser desviadas a lugares
que no cumplan estas condiciones. Son cuestiones de sentido común y se
plantearon como un texto que pretendía ser legislativo, pero a última hora
el Consejo de Ministros de la UE lo convirtió en un texto no vinculante. Es
decir, que apela a la buena voluntad política de los estados que lo firman.
Si un estado no lo respeta no hay posibilidad jurídica de perseguirlo.
En el caso de España hay varios ejemplos de cómo se está violando este
Código, pero es un documento débil, tanto en el aspecto jurídico como en
la redacción. Los artículos están redactados de forma poco concreta y dan
lugar a interpretaciones.
-El Ministerio de Economía asegura que en la exportación de
armamento también se han tenido en cuenta criterios comerciales. ¿Cuánto
influye el dinero en este tema?
-Yo creo que el problema fundamental es la irresponsabilidad
política, el plantear que estamos hablando de un producto inocuo, sin
consecuencias negativas. Pero estamos hablando de armas, y una perspectiva
estrictamente económica es peligrosa.
Además nos estamos dando cuenta de que, como la sociedad civil ha
demostrado muchas veces su rechazo, se esconden datos. Ello demuestra que el
poder económico detrás de estas exportaciones es demasiado poderoso, y
cuestiona sobre todo el carácter democrático de este gobierno. El gobierno
está sirviendo a unos intereses económicos específicos, pero no está
dando respuestas a la sociedad a quien apela -y éste es el drama- para que
sea solidaria cuando hay un conflicto armado, para que apoye con sus
iniciativas y con su dinero. Aquí es donde hay que plantear la cuestión,
no vale apelar a la sociedad civil cuando hay que ser solidario con las
víctimas de las guerras y no recordar que esta misma sociedad está
exigiendo que las guerras no se lleven a cabo. Hay que hablar de
responsabilidad desde la perspectiva de prevención de conflictos armados,
no simplemente desde la reacción.
-Las armas ligeras, muchas producidas por España, causan el 90% de
las muertes en zonas de conflictos. Pero la venta de este tipo de armas
produce un déficit en nuestro país. ¿Cuál es entonces el beneficio?
-Por un lado, el hecho de que la industria militar haya sido hasta
ahora deficitaria no significa que no haya beneficios, porque ese déficit
se cubre con dinero público. Ese dinero acaba yendo a muchos accionistas y
directores generales de empresa.
Nosotros entendemos que esto afecta económicamente a muchas familias, así
que no planteamos el cierre de estas empresas. Pero sí puede haber una
reconversión. Por ejemplo, cada verano nos lamentamos de los incendios y de
la escasez de aviones para hacerles frente. En cambio, somos uno de los
principales productores de aviones de transporte militar, y la tecnología
de unos y otros es la misma. Puede plantearse una reconversión, y en los
sectores en los que no sea posible se podría recolocar al personal, con los
recursos que destina el gobierno a cubrir esos agujeros.
Hay otro aspecto importante, que es lo que planteamos del prestigio
internacional. Pero en el tema de las armas ligeras hay un problema
añadido, que es que hay poca legislación internacional para controlarlas.
Y nos encontramos también con la falta de transparencia, ya que este tipo
de exportación es muy fácil de esconder, porque son productos de pequeño
tamaño. Es difícil traficar con un portaaviones o con un submarino, pero
no con munición o con armas de pequeño calibre, que es exactamente el tipo
de armamento que se está usando en la mayoría de los conflictos armados
actuales.
-¿Por qué se dedica tanto dinero a este tema y tan poco a otros,
como sanidad o educación, que también necesitan recursos?
-Esto tiene que ver con una cultura de la violencia, de 7.000 años
de antigüedad, que engloba las decisiones políticas en el ámbito de la
glorificación de las armas, la masculinidad, el patriarcado como elemento
decisivo en las relaciones, tanto personales como internacionales. Esta
cultura de la violencia tiene que ser sustituida por lo que llamamos cultura
de paz. En definitiva, en poner el acento sobre la prevención de conflictos
armados y sobre la gestión de conflictos para que sean motor de progreso y
no de violencia. Porque el conflicto no es peyorativo en sí, puede ser
absolutamente constructivo. El reto está en gestionarlo de forma no
violenta.
-Parece una labor difícil.
-Difícil, pero no imposible. Existen ejemplos positivos. Hace años
existía la esclavitud como institución, y cuando muchos sectores empezaron
a luchar contra ella, se planteó que era imposible eliminarla, que siempre
habría esclavos. Pero en su momento se acabó con la esclavitud como
institución, y creo que lo mismo es posible con la guerra. Otra cosa es que
tengamos conflictos, que siempre los habrá, pero es posible gestionarlos de
forma no violenta. También hay ejemplos: hace 50 años, países de la
actual Unión Europea estaban enfrentados en la Segunda Guerra Mundial.
Francia y Alemania, sin ir más lejos. Hoy esos mismos países siguen
teniendo conflictos pero los gestionan alrededor de una mesa, en clave
política y no militar. Esto es posible en el marco internacional, es
posible avanzar hacia ello, planteándolo por etapas. En todo caso, nuestra
responsabilidad con las generaciones futuras es dejar etapas mejores que las
que hemos encontrado nosotros.
-Concretemos: ¿de qué forma se puede luchar para que esto cambie?
-Hay dos palabras claves: estrategia y coordinación. La estrategia
significa que hay que abordar estas cuestiones con propuestas concretas a
corto, medio y largo plazo. No vale con discursos genéricos, no vale con
plantear la paz mundial como objetivo. Y la coordinación implica que no
podemos hacer las cosas solos. Está la sociedad civil, que es heterogénea.
Están los políticos, entre los que hay de todo; también existen
políticos que quieren cambiar las cosas. Y hay un tercer factor, que son
los medios de comunicación, que deben asumir su responsabilidad,
difundiendo unos valores específicos en lugar de otros y sobre todo
haciendo visibles iniciativas que apuesten por una cultura de paz. Tal y
como se demostró en el caso de las minas, la cuestión es coordinar estos
tres ámbitos -sociedad civil, política y medios de comunicación- para que
la suma transforme la sociedad. ∆
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